«Las personas que accedan a este recinto lo hacen por voluntad propia y bajo su responsabilidad». Dos carteles idénticos con este texto adornan las puertas de acceso a la iglesia de San Martín de Tours, en Otero de Sariegos. Lo que dice el papel podría resultar disuasorio, pero la gente entra igual. «No está para caerse esto», advierte una señora al cruzar el umbral. Quién sabe si porque ha analizado la estructura previamente o porque quiere autoconvencerse. El caso es que, efectivamente, el templo no se derrumba. Al menos, en la romería de este año.

De hecho, Fernando Ruiz, el párroco, se extiende como considera en la misa por la celebración de San Marcos en este lugar donde hace veinte años que ya no vive ni un alma. Otero de Sariegos es un despoblado. O un conjunto de ruinas. También, un rincón privilegiado dentro de la reserva de las Lagunas de Villafáfila. Pero ya nadie se levanta aquí para contemplar la panorámica desde su ventana. Ahora solo vienen turistas, nostálgicos y los romeros a finales de abril.
Esta vez, la agenda del cura marca que la cita es por la tarde, pero hay jaleo a pesar de la hora. Dentro de la iglesia, llena, y también fuera, donde el sol se agradece y el viento destempla. Por allí, en el exterior, anda uno de los responsables de que esta tradición aún goce de buena salud, de que la gente siga viniendo por aquí, del arraigo que se mantiene a pesar de las circunstancias. Su nombre es Manuel Montero y es el presidente de la incipiente asociación de Amigos de Otero de Sariegos.

Manuel nació en el pueblo, pero se marchó. Como todos los demás. Ahora, junto a otros impulsores, ha logrado que entre 120 y 130 personas se impliquen en el colectivo. «Queremos adecentar esto un poco, porque todo lo que quedan aquí son ruinas. Vamos a ver si lo sacamos adelante», apunta el vecino, que asume que nadie volverá a vivir en Otero, pero que aboga por frenar el vandalismo, por asumir la nueva realidad y por ofrecer un escaparate distinto a quien venga de fuera.
A la gente originaria del pueblo le dolió ver marchar al último vecino, pero también ahora le hace daño ver su tierra convertida en un sitio destruido: «Se ha metido gente que ha arrasado con todo», insiste Manuel, que celebra ver tanta gente alrededor y que responde sin dudar cuando le preguntan por dónde hay que empezar: «Por la iglesia».

Y la iglesia amenaza ruina. Por eso lo de los carteles. Aunque tampoco hace falta que nadie lo diga. De vez en cuando, se oye algún crujido, las grietas saltan a la vista, las humedades tienen vida propia y hasta alguien se ha llevado parte del patrimonio del templo. Más o menos se sabe quién, y la idea es recuperarlo pronto.
Lo explica el cura que «bajo su responsabilidad» da la misa en el templo. Fernando Ruiz lleva como responsable de la parroquia desde el 15 de septiembre, y aquí, en Otero, su objetivo ha sido uno desde el primer día: «que la iglesia no se caiga». Para eso está trabajando con el alcalde de Villafáfila, el Ayuntamiento del que depende este despoblado. Y también con el Obispado.
Todo apunta a que pronto se resolverá el trámite para que la iglesia pase a manos del Ayuntamiento y sean las instituciones y no la Iglesia quienes traten de hacer frente a las obras que necesita el templo para que los nacidos y los descendientes de Otero de Sariegos vuelvan aquí para celebrar San Marcos y otras fiestas de guardar.

Campanas, a pesar de todo
Esa es la intención de todos los que echan aquí la tarde del viernes y salen, tras la procesión, en romería hacia la entrada del pueblo, casi hacia las zonas acuáticas que tanto interés despiertan entre quienes llegan a estos lares. De fondo, suenan las gaitas y también las campanas. Varios valientes se han subido a tocarlas, a pesar de todo.
Abajo, Fernando el cura bendice los campos. Luego, a la vuelta, ofrece buenos deseos y pide una romería «fraternal, convivencial, dichosa y lúdica». La gente cumple con la tradición por amor y costumbre. Más tarde, se refugia en un lateral y toma la cerveza, el refresco y el embutido. El espíritu de Otero de Sariegos parece lejos de morir. Ahora toca salvar lo material.
