Son las diez menos cinco de la mañana del Domingo de Resurrección y Antonio Pedrero abre una de las dos puertas que dan acceso a su casa, en la plaza de San Ildefonso. Con 86 años cumplidos, el pintor y escultor no pierde la vez en una jornada como esta. Al fondo, se ve la cabeza de la procesión del resucitado. Viene el Cristo. La gente se arremolina y el artista empieza con el pasamanos. Nadie quiere quedarse sin el saludo.
A la altura de Pedrero llega primero el hombre que abre la procesión con la flauta y el tamboril, luego otro con el estandarte. Apretones de manos, besos, un «me alegro mucho de verte», la complicidad con Luis Antonio Pedraza, que le da la «enhorabuena por todo». Nada en particular. No hace falta: «Ahí seguimos dando guerra», replica el anfitrión. Y sigue recibiendo.

«Que nos sigamos viendo muchos años», «entra si quieres tomar una chisma», «esta es vuestra casa»… Pedrero se aparta de su propia puerta y deja paso. Dentro hay lo de siempre: churros y aguardiente. También pastas. Lo de toda la vida. El artista empezó con esto en 1968, por sugerencia del entonces presidente de la Resurrección, Adolfo Bobo, que pagaba el convite para las autoridades y le pedía a su amigo la casa.
Poco después, Adolfo murió y Antonio se quedó con todo. Y hasta hoy. Aunque ahora tiene ayuda. La de su familia y la de algún externo. La cosa se ha ido un poco de madre. Con ese panorama, la gente empieza a entrar en masa a un patio que cualquiera diría que ocupa una hectárea al ver pasar cabezas. Mientras, Antonio sigue escuchando halagos: «Qué bien estuviste con Higinio en el pregón», le apunta una mujer, antes de que el nuevo presidente de la cofradía, Josué Crespo, uno de los herederos de Adolfo, le desee felices pascuas.
Con las dos puertas ya de par en par, Antonio Pedrero se va a repartir los sobres de churros, bromea con los niños y deja pasar a propios y ajenos. Cruzan las autoridades, claro. Pero también desconocidos. Cualquiera. «Es vuestra casa», apunta el artista, que sigue honrando, en cada mañana del Domingo de Resurrección, a su amigo muerto antes de tiempo.