Siete y media de la mañana del Viernes Santo, zona de las Tres Cruces: aquí hay sitio para todos. Para los que llegan enteros de la primera parte de la procesión de Jesús Nazareno y quieren continuar; para los que empezaron con castigo y carecen de fuerzas para dar un paso más; para los que comienzan a desfilar por la mañana; para las familias que acompañan; para los grupos de amigos que rematan la noche con su consumición más reconfortante; e incluso para los arrepentidos por borrarse de la fiesta antes de tiempo: «Tendríamos que haber ido a la Selvatika, hermano».
En realidad, en cada metro hay una historia. Algunos tendrán dificultades para contarla con precisión a la mañana siguiente, pero otros vienen de la mano de la tradición, a hacer lo mismo que les enseñaron los padres y los abuelos. Incluso, a situarse en la misma esquina a comer las sopas de ajo protocolarias o el chocolate reparador, aunque conviene señalar, para quien no haya pisado este viernes las Tres Cruces, que frío no hacía demasiado esta vez.

La querencia también lleva a los cofrades, a los amigos y a las familias a bares concretos en la calle donde aparcan los pasos o en las vías aledañas. En el Napoli, en pleno meollo, no cabe ni una cruz más; en el Gofer’s, ya en una de las laterales, hay mesas montadas para cargadores y ajenos, con sopas de ajo a cinco y chocolate con churros a cuatro euros. Ah, y con los chupitos sobre la mesa. Para acompañar.
Todas esas cosas, y además unas tortillas, las ha traído también a las Tres Cruces Inmaculada Fernández junto a su marido. Es el primer año que les toca preparar el desayuno del descanso. «Esto solía hacerlo siempre la misma persona, pero este año, por motivos personales, no ha podido venir», explica la mujer, que está plantada ante una mesa con varias cazuelas, cuencos, vasos y botellas. De chupito, claro.
Inmaculada es la cuñada de Ángel Andrés, uno de los cargadores de La Elevación. Y todo esto se monta para la gente del paso. «He traído tres cazuelas llenas de sopas. Como era el primer año, tampoco calculábamos», apunta la mujer, que señala el resto de los víveres y que admite que ha echado un rato preparando esto en casa. No es la única. Un puñado de grupos mantiene la tradición de traer las sopas y el chocolate por su cuenta.

El cambio
¿Y si la procesión no sale por la lluvia? «Hacen el desayuno igualmente cerca de la Catedral», responde Inmaculada. Eso no se perdona. La mesa de La Elevación se ubica ya cerca de la calle Amargura, en la acera de la izquierda si uno camina en dirección a la plaza de Alemania. Justo en la esquina contraria, al pie de los soportales de Cardenal Cisneros, otra mujer abre la olla, saca las sopas y reparte. Para cruzar de un lado a otro a saludar hay que superar una verdadera yincana de gente sentada en el suelo, de cruces y de cuencos.
Ahí en ese último punto, varios cofrades pasan ante el crucero que da nombre a la calle. La figura de las Tres Cruces no se verá más en la ubicación actual en una mañana de Viernes Santo. Con las obras de humanización, pasará a una rotonda y se moverá unos metros hacia atrás. Será su nueva panorámica para contemplar los miles de cofrades, los kilómetros de fiesta y las mesas de altruismo que ocupan la zona en todos los amaneceres como el de hoy.
