Plaza Mayor de Zamora, víspera del Domingo de Ramos. Cerca de la una de la tarde, el centro de la ciudad es ya un escenario de reencuentros entre los grupos de amigos, de quedadas propias de estas fechas y de previas de las comidas que se suceden entre quienes aman la Semana Santa y los que la aprovechan para socializar. Para gran parte de la gente que habita o que visita la capital de la provincia, estos son días especiales, pero quizá no muchos sientan el hormigueo que recorre los cuerpos de los tipos que echan juntos la cerveza, en ese mismo instante, en la esquina de la plaza con Renova.
Estos hombres no se han juntado allí por casualidad. Todos vienen a hablar de un asunto que les mantiene ilusionados, pero también intranquilos; para charlar sobre un cambio que ha traído polémica y que modifica sus rutinas y hasta sus afectos. El grupo en cuestión está formado por la gente que empujó Redención, el paso de la Congregación que (casi) siempre fue a ruedas y que desde este año irá a hombros. Varios de los presentes harán la transición. Pero ya no serán seis más los suplentes y los hermanos de mérito. Ahora, bajo la mesa, irán cuarenta. Y con miles de ojos clavados en ellos.

Una parte importante de la presión por la nueva etapa recae en José Antonio Montes, el jefe de paso. «Si me preguntas si prefiero que vaya a ruedas o a hombros, la respuesta me la reservo para mí y para mi círculo cercano», arranca el responsable de Redención, la obra casi centenaria de Mariano Benlliure que pasa por ser uno de los grupos escultóricos de mayor relevancia de la Semana Santa de Zamora. Con esa vitola encima, todo lo que ocurra alrededor de la imagen trae consigo «un chaparrón».
Montes lo asume, aunque demanda más «crítica constructiva» que mensajes que «no aportan nada». Eso sí, hacia fuera mira poco. Bastante tiene con lo de dentro: «Creo que lo van a hacer muy bien, pero crear un grupo de cero es muy difícil», asume el jefe de paso, que recuerda que la plantilla ya ha hecho tres ensayos: dos con la mesa de Las Tres Marías y otro con la propia; siempre con peso encima, pero sin su imagen como tal. Y, claro, sin desfilar ocho horas.
Eso quiere decir que lo que venga el viernes será terreno por explorar, aunque hay trabajo detrás para limitar los fallos, y Montes confía en su gente. En los que vienen con él desde la mesa con ruedas, en los que se incorporan y en los que suman ya desde fuera. Dentro de ese último grupo, están los llamados hermanos de mérito. A la cita de este sábado acuden Anselmo y Julio. Este último, de apellido Bartolomé, verá Redención a hombros después de casi treinta años empujándolo, cada Viernes Santo, hasta las Tres Cruces y de vuelta al museo.
«Te digo una cosa: a mí me gustaría estar dentro», reconoce Bartolomé, cuya etapa pasó por edad, pero que aparece como prueba de «la familia» creada en torno a un paso que, al ir a ruedas, siempre requirió de poca gente dentro para salir en procesión. Esa circunstancia generó una unión en las entrañas de la mesa que se mantiene viva. Aunque algunos falten, otros se retiren y los tiempos cambien.
Bartolomé cita aquí al «padre semanasantero» de los hermanos de Redención: Miguel Román Santos: «Nos sacaba veinte o treinta años, pero hizo mucho por no perder la relación. Cuando acababa la Semana Santa, nos íbamos a las romerías», subraya el hermano de mérito, que atesora en la memoria los recuerdos de las cenas, de los instantes previos al desfile, de la forma de compartir el día a día, los problemas o las alegrías. Muchos años, mucho vínculo.
Este veterano del grupo incide igualmente en que, en su tiempo, el equipo con el que él entró a Redención lo hizo casi al completo tras la traumática salida de la plantilla antigua, que no pudo tirar del paso a la altura de la iglesia de San Torcuato y que tuvo que demandar la ayuda de los hermanos de fila para seguir: «La cofradía se los cargó a todos y entramos», rememora Bartolomé. El resto es historia. Casi treinta años. De la juventud hasta el retiro.
Tanto, que el niño que miraba orgulloso a Julio en aquellas mañanas de Viernes Santo acabó por crecer, por convertirse en miembro de la familia de Redención junto a él y por quedarse después de su salida para vivir, desde dentro, el cambio del paso a hombros. Ese camino es el que ha seguido Rubén, el siguiente de los Bartolomé, un hombre que, ya a sus 37 años, podrá ponerse encima el peso de la imagen que admira desde que tiene memoria; que forma parte de su historia personal.

El ahora cargador es consciente de las dificultades y de los cambios que implica todo eso: «Nuestro principal problema ahora es que nos perdemos en el paso y que la mayoría de la gente no ha cargado nunca», señala Rubén Bartolomé, que aun así considera que, con los ensayos, el grupo ha mejorado mucho. También en su propia cohesión interna, aunque para abrochar ese vínculo queda más camino por recorrer: «Desde Miguel Román, el primer jefe de paso que yo conocí, esto era una familia. Es algo muy manido, pero es la verdad. Nos veíamos a menudo y había mucha unión», recalca el hermano.
Ahora, el menor de los Bartolomé tiene claro que eso tardará en coger forma. «Lo que sí es cierto es que todo el mundo ha entrado con unas ganas tremendas. Conocía a bastantes de los nuevos y eso lo hace un poquito más fácil», subraya el cargador que, como su jefe de paso, tampoco mira demasiado al exterior: «Ojos va a haber siempre. Pasó con Longinos, pero luego se olvida unos años más tarde. Sabemos que esta vez va a haber fallos y que no sale a hombros desde 1932, pero nosotros tenemos que disfrutarlo», defiende el miembro de la familia de Redención.
Por lo pronto, Rubén ha tratado de hacer lo que estaba en su mano para que todo marche como debe: «Llevo desde enero yendo al gimnasio, preparándome. Además, le pregunté al jefe de paso de Jesús Yacente, a David Rivera, y a otra gente que también es de la Semana Santa. Lo hago por si acaso, porque sé que es complicado», justifica el cargador, que no se ha visto mal en los ensayos, pero que concede que el escenario cambiará el viernes: con la figura y el peso oscilante, y con el número de horas con Redención a cuestas.
Un padre, un primo y muchos compañeros
Cuando le fallen las fuerzas, a Bartolomé hijo le bastará con pensar en su padre, que estará alentando a unos metros del paso. Ya no habrá abrazo tras alcanzar el museo como antaño, pero sí más tarde. Además, muy cerca, estará su primo, Javier Colinas, también con parte del peso de Redención a hombros. «Luego, me voy a acordar de mucha gente, pero no sé si voy a tener fuerzas para mirar fuera», zanja Rubén.
Cuando acaba la conversación, los tres que han hablado y el resto del grupo que ha acudido a la cita se desplazan hasta la panera de la cofradía para la foto. Allí está el grupo escultórico creado por Benlliure, a la espera del viernes. Los cargadores aprovechan para mirar, para hacerse algunas fotos, para bromear un rato. Cuando llegue la próxima madrugada será otra historia. La suya. La de la nueva familia de Redención.