¿Silencio? ¿Esto? Los vecinos de la rúa, si es que queda alguno, se hacen esta pregunta cada tarde del Miércoles Santo. Los forasteros se colocan en las filas, levantan sus cámaras y cuchichean al paso del Cristo de las Injurias. «Impresionante, vaya silencio». Que la rúa está en silencio solo lo puede decir el que o bien no conoce la rúa, o bien no conoce el silencio.
Atruena más el silencio en enero, cuando un paseante que venga de San Ildefonso puede mirar a los ojos a otro que camine desde Viriato sin que nadie se les cruce. Cuando los pasos retumban en las fachadas, casi todas vacías de negocios y de vida, y solo un «buenas noches» es capaz de rasgar el aire. El silencio de verdad es ese, el de todos los días, el que suena en un barrio que tiene importantes problemas y que durante estos días vive un espejismo que tiene impresa la fecha de caducidad: el domingo.

Al que es de «Zamora, Zamora», como dicen los que son de aquí, el silencio no le impresiona. Como a un madrileño no vuelve la cabeza al pasar por la Puerta de Alcalá, y por las mismas razones. El zamorano está acostumbrado al silencio, lo ve todos los días, lo da por supuesto. Hay gente que incluso ha sido ya moldeada por el silencio. Son aquellos que ven una manifestación en la calle, que preguntan de qué va, que saben que están de acuerdo y que, en lugar de participar o siquiera animar a los que protestan, agachan la cabeza y siguen su camino en silencio.
El mutismo se impone. Cuando hubo que gritar por el futuro de una provincia incendiada, cuando hubo que pedir responsabilidades, hubo silencio. Cuando hubo que salir a las plazas para exigir la reapertura de la Ruta de la Plata, silencio. Cuando se han querido retomar las movilizaciones del campo para lograr unos precios justos y un trabajo remunerado de forma digna, silencio. Cuando se ve como las obras se atrasan o directamente no se hacen, silencio. Cuando la cita para el médico tiene fecha de 2026, silencio. Cuando hay que ir a la privada porque la pública se eterniza, se paga en silencio. Incluso a los bomberos y policías, que protestan estos días con megáfonos, el Ayuntamiento les pide un poquito de silencio para molestar menos. ¿Cómo va a impresionar a un zamorano ver una ciudad silente cada Miércoles Santo? El silencio es el pan nuestro de cada día.
Así que vivamos el espejismo, que la realidad volverá el lunes y con ella el silencio. Pero no un silencio como el del Miércoles Santo, autoimpuesto, artificial, fugaz. Uno de verdad, del que se pega a la ropa, del que se ve. Y empezaremos a contar los días que quedan para que vuelva a subir el Mozo y la ciudad se meta de nuevo en sus jornadas de más jaleo. A mitad de la Semana Santa, como lleva haciendo ya cien años, el Cristo de las Injurias nos obliga a guardar silencio. Quizás para, en medio de tanto ruido, recordarnos quiénes somos.