El canto del Jerusalem, Jerusalem retumba sobre las paredes de la plaza de Santa Lucía, pero el eco alcanza más lugares. Por eso, hay quien evita la aglomeración abajo, o en otros puntos concurridos como Balborraz, y coge sitio en el palco de arriba, en el mirador de San Cipriano, donde las voces del coro de La Buena Muerte llegan como un rumor y la estameña blanca de los hermanos apenas se ve de fondo si uno está en primera fila. Los demás van allí a escuchar.
Paradójico eso de ir a un mirador a poner la oreja, pero las personas se cuentan por decenas cuando llega la hora. Las voces se retrasan, toca atender una urgencia inesperada en medio del desfile, pero suenan por fin y se hace el silencio absoluto en San Cipriano. Nadie abre la boca. Algunos tratan de estirar el cuello para ver algo, otros se ponen de pie sobre algún banco o un murete para captar píldoras del acto y los más, directamente, ni miran en esa dirección. Solo atienden a la música de fondo.

En esas, quienes llegan rezagados frenan el paso, evitan las interferencias, afinan el oído. Apenas son cinco minutos. Luego, todo termina. O, al menos, esa parte. Y es que muchos de los que escuchan allí giran más tarde hacia la cuesta homónima al mirador que ocupaban para seguir el paso del desfile de cerca, para sentir el calor de las teas, para contar cuántos van con sandalias y cuántos descalzos, para sacar el móvil cuando pasa el Cristo o para posar la mirada en la imagen sin intermediarios.
Cuando ese grupito llega a la cuesta, un poco más arriba del albergue, ya hay muchos más que llevan un rato guardando cola. Hay quien hasta se ha llevado la silla para pasar menos fatigas. Ese tiene Semana Santa en las piernas. Del otro lado de la calle, una chica joven se apoya en el chico que la acompaña mientras el cansancio le pesa y el atuendo la delata. La muchacha viene directa de La Tercera Caída, y no hay tiempo para cambiarse si uno quiere verlo todo.

En un impás de cinco minutos, la gente se cuenta su vida, bosteza, va y viene, habla de la fatiga que va a tener un rato después en el trabajo y pasa la espera entre queja y queja. Así avanza el tiempo hasta que los de abajo empiezan a chistar. En la curva, aparecen los primeros hermanos. Sin más, se apagan las farolas y todo queda oscurecido hasta que las teas que portan quienes desfilan en La Buena Muerte iluminan la rampa.
@enfoquezamora Un mirador para escuchar y un chaparrón que no amedrenta. La Buena Muerte sortea el temporal y los contratiempos para llevar la luz y el silencio a cada rincón del casco antiguo. 🎥 Nico Rodríguez Crespo 📷 Emilio Fraile ✍🏼 Manuel Herrera Puedes ver el reportaje completo en nuestra web. #zamora #semanasanta #buenamuerte #enfoquezamora ♬ sonido original – Enfoque Diario de Zamora
El agua
La luz del fuego deja ver también las nubes, que primero amenazan y luego descargan. Ocurre a medio desfile. Un chaparrón quiebra el silencio respetuoso que había mediado hasta entonces. Pasan un par de minutos de la una y media de la madrugada y los gorros suben, los paraguas se abren y la inquietud crece. Pero la cofradía no se amedrenta. Nada altera el guion. El chubasco aprieta, pero pasa. Y La Buena Muerte sigue, rumbo a su destino.
La gente aguanta hasta el Cristo, luego se dispersa. Hay que dormir para repetir el martes. El lunes ya está todo visto. O escuchado. O las dos cosas.
