La calma impera en Santa Clara y en el puesto de Gerardo Martín pasadas las seis de la tarde del Lunes Santo. Nada que ver con lo que sucedía 24 horas antes o con lo que está por venir, así que el vendedor aprovecha para ordenar, producir, preparar y descansar algo. Lo poco que se puede. De fondo, algunos cofrades de la Tercera Caída ponen rumbo a San Lázaro y varias gotas amenazan desastre. Pero el tiempo será benévolo para los de negro y blanco. También para el negocio del protagonista de esta historia.
El puesto de Gerardo y de parte de su familia se ubica casi a la puerta de Santiago el Burgo. Buena posición estratégica en el corazón de la ciudad cuando este late más que nunca. Lo que vende no tiene mucho misterio, pero sí bastante historia, y es que hace ya medio siglo que Antonio y Ángela, sus padres, montaron por primera vez este punto de venta de quita y pon para despachar frutos secos garrapiñados. Y como eso no pasa de moda en Semana Santa, sobre todo lo de las almendras, ahí sigue poniéndose él. En la jera sin cuartel de la Pasión.

«El sitio va a sorteo, donde nos toca», apunta Gerardo, que recalca que todo va a subasta con el Ayuntamiento. Ya son muchos años con esto. «Montamos también en otros mercados y en ferias. No nos dedicamos exclusivamente a ello, pero sí solemos ir los fines de semana», explica el vendedor, que repasa el género que despacha: de los frutos secos endulzados a las avellanas, las rosquillas o las piruletas.
Básicamente, Gerardo trae lo que aprendió de sus antecesores, como su hermano unos metros Santa Clara arriba: «Mis padres empezaron con cinco kilos de almendras, y nosotros ahora venimos trayendo lo que nos cuadra, pero sí se suelen hacer 150 kilos en una semana», asevera el dueño del puesto, que apostilla que el fruto seco estrella de este tiempo viene de donde cuadra. A veces, de León; otras de Córdoba o del resto de Andalucía.
«Luego, nosotros la hacemos aquí», recuerda este zamorano, que presume de lo de casa y que afirma que el secreto para el buen garrapiñado es «una gota de agua, igual de azúcar que de almendra y darle muchas vueltas». Sobre todo eso último. Ahí hace falta brazo, sobre todo después de los mil primeros giros en vivo y en directo, y es que esta familia lo hace todo en el propio puesto: «No tenemos obrador, es aquí», insiste Gerardo.
El ambulante destaca que apenas hacen falta el quemador, la bombona de gas y el caldero de acero inoxidable. A partir de ahí, queda la maña. Y esa mano viene entrenada por la experiencia: «Hacerlas bien en casa es muy, muy difícil», estima el vendedor, consciente de que la suya es una opinión de parte. Eso sí, de alguien que aún recuerda los años pretéritos con sus padres a las cinco de la mañana del Viernes Santo. Sin parar, como ahora.
Desde 1975
La faena es ardua, el beneficio puede dar para algo, aunque Gerardo deja claro que lleva ocho o diez años sin subir los precios en Zamora. «Tenemos bolsas a dos o tres euros», resalta el experto en almendras garrapiñadas, que incide en el valor de lo de aquí: «También trabajamos estos productos. No tiene por qué venir nadie de Navarra ni de ningún punto de España a enseñarnos a hacer nada», reivindica.
Y así queda la cosa. Cuando se despide, Gerardo Martín se queda con la calma y con algún cliente suelto. Todavía queda la explosión. Habrá que garrapiñar muchas almendras, despachar a mucha gente y dar otras cuantas miles de vueltas al caldero. Difícil contar cuántos giros habrá dado su familia desde el lejano 1975 del comienzo.