En la tienda el trajín comenzó hace bastantes meses. Metro en mano, de uno a uno, hay que atender a todo el mundo. Anchura de hombros, contorno de pecho, altura del hombro hasta el suelo. Otra vez. Anchura de hombros, contorno de pecho, altura del hombro hasta el suelo. Así hasta doscientas veces en los años más flojos. Este año han sido más, algo más de trescientas. Es la primera parte del proceso. La segunda es extender la tela, medir sobre ella y cortar. Por último, la confección. Se escribe rápido, cuesta bastante más hacerlo.
Sabina Moda es uno de los ya poquísimos lugares de Zamora en los que todavía se confeccionan las túnicas como se han confeccionado toda la vida. Hasta hace unos meses eran tres las tiendas que cumplían con la tradición: Sabina, Boizas y, por último, Matos y Soto. Con la jubilación de los dos gerentes de la última tienda, Boizas y Sabina se quedan en un mano a mano que durara mientras dure. Joaquín Ramos es quien atiende detrás del mostrador de Sabina y, si no está él, en la tienda le recomendarán que le espere. «El que mejor te explica es él, que se las sabe todas», asegura su mujer.
Este año, explica Ramos, ha destacado la Tercera Caída. Sucede desde hace unos años, desde la cofradía decidió aligerar su lista de espera y, sobre todo, desde que permitió la entrada a mujeres. Cuestión esta, la de las mujeres en las procesiones, que hace que se vendan todavía bastantes túnicas de adultos, ya que lo habitual viene a ser que un mismo atuendo dure muchos años y, en el caso de los hombres, el que se suele alargar es el que se compra rondando los veinte años. Eso y los niños, destaca Joaquín, que tienen la manía de crecer y a los que hay que hacer «túnicas crecederas», que sirvan para varios años y que no lleven a la quiebra económica a las familias que apuntan a los críos a varias procesiones.

El trabajo con las túnicas es similar más o menos en todas. Dependiendo de la cofradía, va o no forrada y siempre se hace a medida con la excepción de La Mañana, donde hay varios modelos ya confeccionados y se escoge el que mejor cae. Cuestión curiosa la del hábito de Jesús Nazareno. El zamorano con el ojo entrenado es capaz de diferenciar varios brillos cuando circulan los cofrades. Y el que tiene el ojo ya demasiado entrenado es incluso capaz de discernir si el traje es de Boizas, de Sabina o de Matos y Soto, los tres negocios que predominan en la ciudad. O así era hasta hace unos años, ya que los productores de laval negro van como todo a la baja y ahora todo el mundo compra a la misma casa.
«La cuestión del brillo del traje de La Mañana es porque el laval viene encerado para que tenga más brillo y para que no se moje». Con el paso de los años es imposible que el hábito no pase alguna vez por la lavadora, aunque sea de cuando en cuando, y eso acaba por quitar la cera del traje y provocar que pierda algo de color y se vuelva más áspero. «Los que conservan toda la cera son los que más brillan, esos que siempre se ha dicho que parecen bolsas de basura. Los que tienen menos color es porque se les ha mojado más».
Conseguir el material es, en ocasiones, también complicado. Quedan pocos productores de lana estameña y conseguir raso es fácil en determinados colores pero complicado en otros. El raso verde de La Esperanza, por ejemplo, escasea, y el productor que lo proporciona solo lo corta si al menos vende doscientos metros de tela. Mucho para una tienda, así que los negocios que confeccionan trajes en Zamora tienen que ponerse de acuerdo para hacer un único pedido y servirse todos de él, explica Joaquín Ramos.
Detalles, en suma, de un oficio en el que nunca falta trabajo pero que no consigue enganchar a otros emprendedores locales. «No se puede vivir de esto, es algo puntual que pasa unos meses cada año», apunta Ramos. Pero lo cierto es que esos meses siempre llegan, con sus doscientos o trescientos encargos y con sus túnicas «crecederas».