Había dos críos en la calle del Espíritu Santo que se partían de risa cada vez que sonaban las carracas. Pasaba un cofrade cargado con el instrumento y los dos, hermanos para un observador ajeno, de unos seis y tres años, esperaban con la cara que ponen los niños cuando esperan algo que saben que les va a gustar, con los ojos de par en par y la boca entreabierta.
(Silencio)
Racarracarracarraca
– «¡La carraca!»
– «Jajaja»
(Silencio)

Viene esto al caso de la cara de ilusión que tenían los dos, cómo no, si por delante hay trece días de vacaciones y diez de Semana Santa. La misma cara que tenía la parte cofrade de una ciudad que viene de una Pasión, la del año pasado, golpeada con la lluvia y que llegaba a la primera procesión con malos pronósticos meteorológicos. Malísimos, de hecho, porque la información que manejaban en la directiva minutos antes de salir hablaba de agua durante el recorrido. No es la del Espíritu Santo una hermandad que emperece con la lluvia, quien más quien menos la ha visto varias veces lloviendo y, hace no tanto, nevando, pero este año se ha impuesto la lógica y se ha acortado el desfile aun con el cielo respetando.
Minutos antes de salir la procesión la directiva decidía llegar a la Catedral por el camino más corto. Subiendo por la cuesta del Mercadillo, calle que define la estética y la razón de ser de la cofradía, hasta la Catedral pasando por la rúa, dejando para otro año la siempre imponente estampa del crucificado gótico pasando por el Troncoso. Otra vez será.
La decisión estaba tomada prácticamente desde las diez de la noche, se oficializó antes de salir la procesión, pero no se informó de ella por los canales oficiales hasta bien pasadas las diez y media. Consecuencia, la lógica: que todas las personas que esperaban desde hacía bastante rato en la plaza de los Ciento, Fray Diego de Deza o Arias Gonzalo se han pillado un buen rebote cuando se han enterado de que los hermanos no pasaban por allí. Corre que te corre hasta la rúa algunos y hasta la plaza de la Catedral otros, pero ya era tarde para pillar primera fila.

Así que, de manera resumida pero efectiva, la Hermandad ha cumplido con su razón de ser y ha sacado un año más de entre las paredes de la iglesia al cristo que tantos años pasó emparedado, el más antiguo de cuantos desfilarán en los próximos días por las calles de la ciudad. Este año, con recuerdo especial para uno de los grandes artífices de la procesión tal cual la conocemos hoy, Miguel Manzano, autor del Crux fidelis que los hermanos entonan durante el desfile y del Christus Factus Est que resuena en el atrio de la Catedral.

Obras suyas ambas aunque siempre haya espectadores, como los había este año frente a los dos críos del principio, que subrayen a su colega de acera, muy didácticos, lo interesante de los «cantos medievales» que entona el coro. Decía el etnomusicólogo en algunas de sus últimas entrevistas que poco más podía pedir un autor si sus obras han pasado al anonimato como un patrimonio común, como si siempre hubieran estado ahí. Labor cumplida.