Cuando escucha su nombre, Jesús se yergue, se sacude y atiende. El asalto para la conversación tiene lugar el 31 de marzo, lunes. Pasa un rato de las doce de la mañana y este hombre de 61 años y de apellidos Rodríguez Asensio aparca un instante la jera que tiene entre manos. El compañero se ríe con la escena, le dice que se ponga guapo y continúa a lo suyo. Los dos se dedican a un trabajo duro en según qué momentos, pero necesario. Básicamente, reponen baldosas. Si una esta rota, allá van; si se suelta otra, eso que les toca.
Podría parecer que es una ocupación finita, pero Jesús explica que no: «Llegas a una punta y tienes que volver porque se estropean otra vez», afirma el obrero, que se afana en ese rato en dejar perfecta la zona de la Rúa de los Notarios, al pie del edificio del Consejo Consultivo, con la imagen de la Catedral al fondo. El curro de esta pareja de operarios cobra una importancia particular en estas fechas y en estas calles. Se viene la Semana Santa, y conviene que cada pieza esté en su sitio.

A Jesús eso le interesa por un par de motivos. En principio, uno estrictamente profesional, por aquello de la satisfacción del trabajo bien hecho; pero es que, además, el primero que se tropezaría si alguna baldosa quedara suelta sería él. El primero literal, como diría la juventud. Y es que este obrero que ese 31 de marzo viste traje de faena con parte reflectante en el cabezal será este 10 de abril el tipo que abra el traslado del Nazareno de San Frontis: el barandales que hará sonar las campanas del estreno. Y no serán los únicos tañidos.
«Hago el traslado, la Borriquita, el Vía Crucis, la Esperanza y el Santo Entierro», repasa Jesús, que lleva quince años en la faena de barandales y siete en el tajo que le ocupa ahora, siempre a pie de calle. «Lo de arreglar las baldosas lo hacemos todo el año», asevera el obrero. Quizá, más a conciencia ahora y, en su caso, sin perder días por la Pasión. El viernes después del traslado, al trabajo; el Lunes Santo tras la Borriquita, lo mismo; y el Miércoles Santo, unas horas después de encabezar el desfile del Vía Crucis, también. Sin dolor.
«Por la mañana, toca echar cemento. Nunca he pedido el día libre o de vacaciones al día siguiente. Nunca, nunca». recalca Jesús, que concede que una de las claves de ese aguante es la preparación. Para la obra ya entrena todos los días laborables del año; para lo de barandales se afana en las semanas previas: «Ya llevo mes y medio que voy los sábados y domingos para Valderrey y me tiro dos horas con las campanas», advierte el zamorano. Alguno pensará si es para tanto. Para esa gente viene el siguiente dato.
Lo aporta el propio Jesús: «Las campanas del Santo Entierro pesan cinco kilos cada una», apunta el barandales. Imagínese moviendo durante horas dos garrafas de agua estándar de ese peso aproximado. «En Valderrey voy a paso de procesión y hago siempre tres kilómetros. Si no, uno luego no aguanta», defiende el protagonista, que un año salió de la procesión del Viernes Santo por la tarde, se cambió y repitió en Nuestra Madre: «Si no estás preparado, no se resiste».
Hasta que el cuerpo diga basta
Esa necesidad de practicar, Jesús la ha asentado con el tiempo. El sufrimiento del primer año le valió para entender que convenía evitar hombradas de ir a la procesión sin más: «Es que esa vez me avisaron con ocho o diez días de antelación. Se puso malo Alberto Villacorta y me lo ofrecieron», rememora el barandales, que desde entonces, y con el único parón del COVID, ha mantenido el puesto. Y «hasta que el cuerpo aguante».
De momento, para las próximas ediciones de la Semana Santa cuenta con seguir compaginando esa pasión con las obras en la calle: «Poniendo baldosas hasta la procesión, y de la procesión a las baldosas. Hasta que me jubile», desliza Jesús, que ya hace cuentas: «Cuando cumpla 63…», desliza sin completar la frase. Eso será dentro de dos años y ya se verá. Por lo pronto, el cemento, el compañero que apremia y la calle, que es larga. Luego, la túnica y las campanas.