Juan Sabas: «Yo era el típico futbolista que se iba a quedar en Tercera División toda la vida y a compaginar eso con el taxi o con lo que tocara»

El entrenador del Zamora CF, que jugó en el Atleti o en el Betis en los 90, analiza una carrera atípica en el campo y en los banquillos: "Para mí, no es agradable ver llorar a Dani, que es historia del club"

por Manuel Herrera

Si al Zamora CF de Juan Sabas (Madrid, 1967) le dejaran borrar las cinco primeras jornadas del campeonato de liga, marcharía tercero cómodamente a dos puntos de la Cultural Leonesa y de la Ponferradina. Es decir, estaría enganchado a la lucha por el ascenso directo. Pero eso es ficción, y la realidad tampoco es tan mala como para irse al que hubiera pasado si. Los rojiblancos todavìa aspiran a pelear por el play off de ascenso en una campaña que empezó convulsa y ha girado hacia la ilusión.

Parece el sino de su entrenador: arrancar sin levantar grandes expectativas y acabar superando cualquier previsión. Ya le ocurrió como jugador: de los campos de tierra al Vicente Calderón en un parpadeo. En esta entrevista, el técnico analiza un camino personal con trazo irregular y, quizá por eso, más interesante.

– Usted llega al Zamora CF justo después de un ascenso, tras un año muy difícil institucionalmente para el club, y el equipo empieza sin ganar en los cinco primeros partidos. ¿Tuvo dudas?

– Yo nunca he tenido dudas en mi trabajo. Otra cosa es que las tengan los demás, que muchas veces surgen. Cuando tú coges un equipo con una pretemporada diseñada muy rápido, con un grupo que no está acabado, que faltan muchos futbolistas, y encima inicias el campeonato con un punto de quince, probablemente surgirán dudas. Incluso para los dueños, que fueron los que me trajeron. Pero, al final, uno tiene que tener la confianza suficiente para poder afrontar todo tipo de problemas. Llegamos a un punto, con el Amorebieta, en el que hicimos un buen partido, un buen resultado, y a partir de ahí cambian un poco el ambiente, el chip y la confianza. Pero es verdad que en esos partidos el rumor de la gente que venía era que el equipo jugaba bien, que el equipo generaba cosas, pero no hacíamos goles y, con cualquier detalle, nos ganaban.

– ¿Cómo se le trasmite al jugador que el camino es el correcto cuando se dan esas circunstancias?

– Un poco apoyándote en las estadísticas que mostraba el equipo. En los primeros partidos, éramos el equipo que generaba más saques de esquina. Eso quiere decir que el equipo atacaba muy bien, pero es verdad que cualquier detalle se te iba al otro bando y se hacía una montaña casi insalvable.

– Fue un inicio atípico para una temporada a la que luego regresaremos, pero antes conviene mirar a una carrera futbolística como la suya, también poco ortodoxa. De hecho, usted de pequeño jugaba al balonmano. ¿Cómo recuerda el primer contacto con el fútbol federado?

– Yo siempre he sido un futbolista de la calle. En el colegio, en cuanto tenías un momento libre, ibas a las pistas. Los pocos campos que había en Leganés, en Zarzaquemada, donde yo vivía de chico, pues casi siempre estaban ocupados por los equipos que había y no te podías meter nunca en un campo de fútbol once para desarrollarte. Al final, eran dos piedras y contra los de aquel barrio a jugar. Era como los indios contra los vaqueros, todos contra todos. Además, yo soy de una familia humilde que se quedó sin la figura paterna muy pronto. Ocurrió de repente y fue un tsunami terrible. Mi padre sufrió un infarto en una boda de unos amigos, y nos vimos sin él y con una madre ama de casa, que no tenía estudios. La mujer, con cuatro hijos, con 40 años, tuvo que sacar a la familia adelante. A mi hermano, que tenía 19 años, y a mí, que tenía 18, nos sacaron de estudiar para trabajar y echarle una mano. Mi madre se puso a limpiar escaleras, donde pudiera, porque teníamos dos hermanos más pequeños. Yo me había metido al fútbol, porque estando un día en la calle un hombre se paró a mirar y me preguntó si quería jugar en un equipo de allí del barrio. Cuando tú entrabas en ese equipo, te regalaban un chándal muy bonito, así que dije: ¿por qué no? Y dejé el balonmano, que fue duro para mi familia, porque destacaba en ese deporte. También es verdad que mi físico no acompañaba. En el fútbol hay más destreza, hay otras habilidades a las que les puedes sacar mucho más rendimiento. Entonces, por diferentes circunstancias, me fui al fútbol y me presenté con 14 años a jugar federativamente. Yo antes no había jugado al fútbol, ni había tenido un entrenador con titulaciones. A nosotros nos entrenaba el padre de alguno que tenía más tiempo libre que los demás, no había otra historia.

Sabas, junto al banquillo del Zamora CF. Foto Emilio Fraile.

– Cuando ocurrió lo de su padre, usted estaba en un punto en el que jugaba al fútbol, pero lejos de las canteras más importantes. ¿Hasta qué punto veía la posibilidad de dedicarse a esto como algo tangible en ese momento?

– Al final, nosotros somos tres hermanos que hemos jugado al fútbol a nivel federativo. Mi hermano pequeño ha estado once años en la cantera de Real Madrid, tenía unas condiciones, y mi hermano mayor ha llegado hasta la Tercera División. Pero mi padre, cuando hablaba con gente del fútbol, decía: mi hijo Sabas va a llegar a la Primera División. No nombraba a sus otros dos hijos, aunque es verdad que al pequeño tampoco lo vio jugar demasiado. Pero, entre los dos que estábamos jugando, siempre me decía a mí. Eso me hacía sentir corte, porque yo, con 18 o 19 años, estaba jugando en Regional. Mi evolución fue de cohete, y él tenía una fe increíble. Lo que pasa es que la figura paternal desaparece, y yo no tengo a nadie más que me apoye, nada más que mi madre y mi familia. Entonces, yo me agarro a la herramienta que nos deja mi padre, que es un coche con una licencia de taxi, y me pongo a trabajar. En ese momento, yo lo quería dejar. Tenía que trabajar para echar una mano a mi familia y no me daba para ir a entrenar a no ser que hubiera una compensación económica. En ese momento, todo lo que ganaba con el taxi se lo daba a la familia y lo del fútbol me lo quedaba para mis gastos. Tenía bastante claro que solo un 0,01% de los chicos llegaba a ser profesional y solo cuando llegué a Segunda B y empecé a meter goles ya le dije a mi madre: con esto del taxi te duele mucho la espalda y creo que esto del fútbol se me da bien. Y salió, gracias a Dios.

«Cuando muere mi padre, yo agarro la herramienta que nos había dejado, que era un coche con una licencia de taxi, y me pongo a trabajar»

– Ahora que se habla tanto del descanso y la nutrición, usted iba a entrenar en Tercera o en Segunda B después de ocho horas o las que fueran en el coche. ¿En qué momento logra hacer ese clic sobre el césped para pegar el salto?

– Lo que pasa es que tengo una explosión goleadora. Yo era el típico futbolista que se iba a quedar en Tercera División toda la vida y a compaginar eso con el taxi o con el trabajo que fuera, de camarero o de lo que tocara. En el año que paso de juvenil a amateur, juego en Segunda Regional, y cuando estas ahí a esa edad nadie piensa que vas a llegar a lo más alto. Pero es verdad que en ese diciembre me salto tres categorías y me planto en Tercera. Justo ahí es cuando fallece mi padre y hay un frenazo en esa evolución, así que me quedo dos años más en Tercera. Ahí sí que ya se supone que vas a ser futbolista de ese nivel y a tener otro oficio. ¿Qué pasa entonces? Que yo jugaba de extremo y mis cifras goleadoras en esa categoría eran de seis o siete por temporada. Lo que ocurre es que hay un entrenador que me pone de mediapunta y, a partir de ahí tengo dos años de 22 goles en Tercera y en Segunda B. Esos cuarenta y tantos goles me empujan a pasar directamente a Primera.

– Además, el equipo que le ficha es el Rayo Vallecano, que estaba en Segunda y sube a Primera cuando usted ya lo tenía hecho con ellos.

– Pasa todo muy rápido, pero primero me llama el Real Madrid Castilla, que eso a lo mejor no lo sabe mucha gente. Fui para allí y me acompañó un amigo, porque yo no tenía representante y mi madre no iba a ir, que ya bastante hacía con cuidarnos. Así que me presenté con ese amigo una tarde en el Bernabéu y me ofrecieron dos años de contrato. Había una ficha fija, que era un dineral para mí, pero cuando llegué a casa me llamó el Rayo Vallecano. Y me presento al día siguiente en las oficinas del Rayo y me propusieron cuatro años con el sueldo mínimo profesional. Cuando le dije a mi madre lo que me iban a pagar, ella me preguntó por qué no había firmado, pero me llamaron enseguida y ya firmé mi contrato. En ese momento, iba como un avión, así que me pasé el Rayo también rapidísimo. Yo pensaba que me iban a ceder, porque era un chaval joven que llegaba de Segunda B y el equipo tenía jugadores que para mí eran estratosféricos. Pero la realidad es que hago una temporada increíble, meto un montón de goles y me compra el Atlético de Madrid. Ahí de repente me encuentro en el equipo de mi padre, mirando al cielo y diciendo: me has guiado donde tú querías. Fíjate, de estar en el taxi, que yo había llevado poco antes a Carlos Aguilera, a entrar en el vestuario, encontrármelo y que me dijera: pero si tú eras taxista. Pues mira, ya no.

«Antes de irme al Rayo, me llama el Real Madrid Castilla, que me ofrece dos años de contrato, pero en Vallecas me daban cuatro temporadas con el sueldo mínimo profesional»

– Cuando le llega la oferta para ir al Real Madrid, teniendo en cuenta que toda su familia era del Atlético, ¿piensa en algún momento en lo sentimental?

– No. Yo tenía que ayudar a mi familia, me daban igual los colores. Al final, tú eres antimadridista cuando eres niño, y cuando te picas con los amigos. Yo quería jugar y quería sacar a mi familia adelante. En ningún momento se me había pasado por la cabeza esa pena de cuando eres niño.

– ¿Cómo afronta mentalmente el cambio al Atlético? Con tantos pasos adelante consecutivos, puede ser fácil confundirse.

– Con el paso de los años, y dedicándome profesionalmente al fútbol, creo que el Atlético de Madrid era un club que a mí me venía grande. Yo no tenía el nivel para jugar en ese club. El nivel lo tenía Paulo Futre, que era el buque insignia, la máxima estrella, pero también tenía a Manolo, que era pichichi, y eso a mí me frenó mi evolución como futbolista. Fue llegar al Atlético de Madrid y, de jugar todos los años, pasar a sentarte en el banquillo todos los partidos. Eso te pega un frenazo. Al final, estoy orgullosísimo de haber jugado en el equipo de mi padre, de nuestros sueños, y de ganar dos títulos, pero es verdad que es una grandeza increíble. Hay futbolistas que no tenemos que jugar en ese campo, y delante de esa afición, y lo digo sintiéndome súper orgulloso, habiendo metido goles importantes y habiendo sido un jugador muy querido por la afición del Atlético de Madrid.

El entrenador del Zamora CF, en el túnel de vestuarios. Foto Emilio Fraile.

– ¿No se veía al nivel?

– En el Rayo me veía como un avión, pero en el Atlético tenía esos escollos que te decía. Manolo había metido 25 goles en Primera División. Ahora, con Cristiano y Messi, parece una cifra insignificante, pero entonces eran cifras increíbles. Además, siempre te firmaban un delantero top internacional. Vino Rodax, que en paz descanse, que era internacional con Austria, y luego Luis García, que era la nueva estrella emergente de México. Siempre tenía que pelear contra unos futbolistas de talla internacional, y yo no había ido nunca ni a la selección de Leganes, así que, con mi humildad, intentaba hacer lo que podía y sacarle el máximo rendimiento a mis cualidades.

– Usted tuvo entrenadores como Luis Aragonés, o luego Serra Ferrer en el Betis. También una experiencia en el Atlético con seis técnicos en una temporada. En aquellos años, ¿se le pasaba por la cabeza la idea de ocupar los banquillos después de la retirada?

– No, para nada. Ni se me pasaban por la cabeza esas cosas. Son temas que ya aparecieron cuando me estaba retirando y como una opción más de trabajo. Después de ser futbolista, con 35 años, vuelves otra vez a la realidad de la vida. Te bajan de la nube de la Primera División, te plantan en la tierra y dices: ¿Y ahora qué? ¿Al taxi otra vez? De todas maneras, yendo a la pregunta, algunas veces no me daba tiempo a absorber cosas en el Atleti, porque pasaban muy efímeros los entrenadores, pero los que más impacto han causado en mí han sido Luis Aragonés y Serra Ferrer. Y son dos entrenadores que, en la relación entrenador – futbolista, fatal. Ahora a Serra Ferrer lo veo y me llevo bien, lo entiendo. Los técnicos tenemos que gestionar a muchos chavales que quieren jugar. De Luis aprendí a saber gestionar muchas cosas y Serra Ferrer era un tío muy trabajador, muy persistente en su idea y en ir con ella a mil por mil.

«Yo no tenía nivel para jugar en el Atlético de Madrid, el nivel lo tenía Paulo Futre»

– Usted también tuvo que convivir con dos de los presidentes más míticos de los 90: Gil y Lopera.

– Jesús Gil era más caliente a la hora de tomar decisiones, era un hombre que amaba al club por encima de todo y que intentaba buscar las mejores soluciones. Y, bueno, consiguió títulos y logró darle una estabilidad económica y social al club, porque él lo cogió casi desapareciendo. Igual pasó con Don Manuel, que llegó al Real Betis, era un ídolo de ídolos, y luego, no sé, se difuminó un poco con el paso del tiempo. Pero son dos presidentes que están en la historia de los clubes y siendo personas muy importantes, muy influyentes.

– No quiero que parezca que se minimiza el resto de su carrera como jugador pero, por avanzar en el tiempo, tras el Atleti, el Betis, el Mérida y algún otro equipo, acaba en el Ciudad de Murcia.

– En realidad, acabo en el Pegaso, que fue el equipo que me dio la oportunidad de explotar futbolísticamente y creo que tenía esa deuda. Además, nos retiramos Alfredo Santaelena y yo, que habíamos salido los dos de allí.

– ¿Qué tal el día uno después de la retirada?

– Yo no lo recuerdo mal, pero seguramente haya pasado días jodidos, días bastante difíciles, porque es muy bonito el día a día, el vestuario, las alianzas que se forman, las amistades… Pero no recuerdo que fuera traumático, porque yo ya no me veía. Al final, mi gran virtud era la velocidad explosiva, de diez metros, y ya con la edad, eso lo pierdes. Si eres un jugador más diésel, a lo mejor puedes alargar más tu carrera, pero cuando pierdes velocidad y tu mejor arma es esa, te tienes que ir. También estaba sufriendo mucho con las rodillas, no me dejaba estar a gusto, entonces nada, me fui a jugar con los amigos.

– Y, después, a trabajar como segundo entrenador con Abel Resino hasta que él decide que usted no continúe.

– Sí, me saqué el tercer título, que me faltaba, y luego con él vivimos experiencias increíbles. Yo tengo una foto con traje en Oporto en un partido de Champions League con el Atlético de Madrid. Pero al final trabajas tanto que se desgasta un poco la relación. Con Abel he compartido vestuario cuatro años, luego conseguimos juntos los objetivos en todos los sitios, pero decide que no continúe.

– ¿Cuesta mucho arrancar en la etapa en solitario?

– Yo pensaba que con un currículum tan bonito de haber estado dos años en cantera y de haber trabajado tanto tiempo a la sombra de un técnico, iba a tener la facilidad de encontrar situaciones ventajosas para poder trabajar, pero nada más lejos. La cura de realidad era que no tenía oportunidades, pero al final se abrió un poco la nube y apareció el sol con la figura de Pedro Riesco, que había sido compañero mío y amigo, y me dio la oportunidad de entrenar en solitario en San Sebastián de los Reyes.

– Y luego viene otro de esos giros inesperados en su carrera, de los que parece que ya no van a llegar, pero aparecen: la etapa en Extremadura. Primero, con la salvación y luego con el ascenso

– Lo de Extremadura fue una locura y tiene similitudes, salvando las distancias, con lo que estoy viviendo este año. Yo llego a Extremadura cuando estaban últimos, e hicimos una segunda vuelta espectacular. Nos salvamos y continúo, pero sin saber por qué me echan en pretemporada, así que me voy sin hacer ruido, sin levantar la voz, a lamerme las heridas en casita y a esperar oportunidades que no llegaban. Al final, volví otra vez a Extremadura y ascendimos a Segunda A. Fue mi mayor logro como entrenador, mi mayor satisfacción.

«Lo de Extremadura fue una locura y tiene similitudes, salvando las distancias, con lo que estoy viviendo este año»

– De vuelta al presente, la sensación es que su Zamora CF no es inferior a ninguno de los rivales con los que se ha enfrentado en esta liga. El otro día, en rueda de prensa, vino a decir que la salvación estaba encarrilada y, de puertas para fuera el mensaje es el de disfrutar. ¿De puertas para dentro, se comenta que no hay por qué renunciar a determinadas cosas en lo que queda de temporada?

– Sí, bueno. Nosotros somos conscientes de que tenemos una ventaja interesante con los de abajo y que encima hay ocho equipos por detrás que tendrían que ganar más que nosotros. Sabemos que hay una ventaja, pero también que tú pierdes dos partidos y te metes en tonterías. No queremos eso y estamos a dos puntos de los de arriba. Hemos llegado a una situación en la que yo digo: vamos a disfrutar, porque el mensaje si estuviéramos abajo sería de finalísima, pero aquí vamos a disfrutar de un partido en el que va a haber un ambiente futbolístico increíble (por el choque ante Unionistas). Son los vecinos y nosotros tenemos que intentar pasarles por encima en todos los sentidos, porque eso te da la posibilidad de meterte en el cajoncito de arriba y soñar. Es bonito soñar, todos soñamos con superarnos en la vida, pero somos conscientes de que si tú pierdes con Unionistas y pierdes en Orense, te metes en dificultades. Entonces, no vamos a aventurar nada y simplemente vamos a disfrutar de una fiesta del fútbol que se va a vivir aquí en Zamora y de la que tenemos que ser partícipes todos. Nosotros vamos a intentar ganar a Unionistas como sea, igual que ellos intentan ganarnos a nosotros, pero este es el mejor momento para un entrenador: tienes un grupo que entrena fantástico, te dan un nivel increíble y son una familia.

– Parece que muchos de los jugadores han llegado conectados al tramo final, que no solo son 14 o 15, sino que utiliza una plantilla larga. Incluso, Dani ha entrado en los últimos partidos. ¿Es esa otra de las claves?

– Los jugadores tienen que seguir trabajando, demostrar que pueden estar ahí. Yo he visto llorar a Dani y, para mí, no es agradable ver pasarlo mal al capitán del equipo, a un chico que es historia del club. Que no piensen que yo no pongo a Dani en un partido porque tenga algo en contra de él. Nada, jamás. Y si tuviera algo en contra de algún futbolista, no lo utilizaría nunca para tomar una decisión deportiva, nada que ver. A ti te puede caer mejor un futbolista, peor otro futbolista, pero yo voy a intentar sacar el máximo rendimiento deportivo al equipo. Para mí no es fácil, pero yo le decía a Dani: si no estás en mis pensamientos, haz que cambie de idea. Ahora, ha entrado en dos partidos. ¿Lo ha hecho con un nivel de intensidad que ha mejorado el equipo? Pues seguirá contando. Y si no mejora, pues entrará otro compañero. Hay que estar siempre preparado a nivel físico, táctico, técnico y mental para entrar en el terreno del juego y echar una mano a tus compañeros, y hacer ver al entrenador que se está equivocando con no ponerte.

«Todo indica que voy a seguir, pero nunca se sabe»

– ¿Se ve en el Zamora a largo plazo o, al menos, la temporada que viene?

– Yo estoy feliz aquí. He pasado mis momentos difíciles a nivel familiar y a nivel deportivo también, porque no es fácil irte a tu casa siempre con el sabor de la derrota. Lo he pasado mal, pero ahora estoy a gusto. Zamora me parece una ciudad espectacular para pasearla, Madrid lo tengo a un pasito y las condiciones de trabajo son maravillosas. Además, tengo contrato. Todo indica que voy a seguir, pero nunca se sabe.

También Podría interesarte

Enfoque Diario de Zamora

Aviso Legal

@2023 – Todos los derechos reservados