Luis tiene un bar en Moral de Sayago y un mate siempre a mano. También presume de la maña para el asado y las hamburguesas, de un grupo pequeño pero fiel de clientes y de una larga historia de vida a sus espaldas. Luis es uruguayo, tiene 66 años y lleva casi un cuarto de siglo en España, pero solo 16 o 17 meses en este rincón pegado a La Raya. Llegó por casualidad, o por el destino: «Un día estaba boludeando con el móvil y aparecía el alquiler de una casa y un bar. Llamé y vine, lo solucionamos enseguida», señala este tipo grandote, locuaz y de apellido Herbig.
Pero vayamos más despacio. Uno no se levanta una mañana cualquiera después de más de veinte años en Madrid y hace una llamada para largarse a Moral de Sayago, un sitio que desconoce por completo, con poco más de 160 habitantes censados y que ofrece una vida completamente distinta a la que uno puede llevar en la gran ciudad. Luis admite el giro radical y empieza a explicarse: «Es una historia de vida, de momentos. A veces, te ves en estos caminos por una situación personal», arranca el hostelero.

En realidad, su llegada a España ya fue atípica. Luis Herbig emigró pasados los 40. Primero, lo hizo solo; luego, llegó la familia que ya había formado allá en Uruguay. «¿Influyó la parte económica? Se puede decir que sí, pero uno siempre va buscando ver otra cosa, conocer. Soy decidido, indudablemente», apunta el ahora responsable del bar de Moral, que pone el siguiente ejemplo para dar cuenta de su arrojo: «Si ahora me dicen que hay que poner una parrillada en China, capaz que lo hablamos y lo vemos».
Para Luis, salir «da riquezas, permite aprender muchas cosas». Incluso, aunque uno tenga ya «una familia armada» y su destino sea una nueva realidad al otro lado del océano. En esa vuelta a empezar, el uruguayo se dedicó desde el principio a la hostelería, como camarero o como regente de los bares; «en diferentes situaciones», pero siempre dentro del sector. Todo marchaba dentro de unos parámetros razonables hasta que la realidad se torció de forma inesperada hace un puñado de años.
La mujer de Luis recibió el diagnóstico: alzhéimer: «Eso lleva un proceso muy duro, muy largo», lamenta el hostelero, que enviudó poco antes de agarrar aquel día el móvil, boludear y encontrar el anuncio de Moral de Sayago: «Después de lo que me pasa, me quedo solo y, en esa situación, como que me dio algo y pensé: no quiero más ciudad, me voy para el campo», aclara el uruguayo, que enseguida quiso conocer Moral y ver cuál era el escenario que se dibujaba para decidir finalmente si se marchaba.
«Le dije al señor: mire, si podemos comer un asado al estilo uruguayo y hablamos de negocios, mejor. Recuerdo que le hice hincapié en tres cosas, y a los cinco o seis días estaba cogiendo un tren», asegura Luis, que lo arregló todo y se quedó: «Eso no quita que mañana o pasado tenga otra situación, pero hoy por hoy estoy feliz e involucrado en el pueblo. Incluso, he hecho una pequeña compra», advierte el hostelero, que lleva poco menos de año y medio en Moral.

Otro ritmo
Por edad o por otras circunstancias, Luis no sabe cuánto durará al frente de este bar que había cerrado y que ahora ha quedado en sus manos: «Hasta que dé la cabeza y dé el cuerpo», sostiene el responsable del negocio, que ha ido aprendiendo a lidiar con su nueva situación: «Indudablemente, este ritmo no es el de Madrid. Aquí tenemos diez personas que hay que cuidarlas mucho y todos sabemos cuál es la mentalidad. Ojo, muy sana, pero la suya», indica el hombre que vive detrás de la barra en Moral.
Mientras habla, la parroquia le mira desde las mesas o con los brazos apoyados en la barra: «Ahí tiene la herramienta», señala uno de ellos, mientras apunta con el dedo hacia el exterior, hacia el lugar donde se ubica una parrilla. Luis lleva muchos años en España, pero da la sensación de ser un uruguayo sin aristas: «Allá tengo una hija y dos nietas; en Madrid, un hijo y un nieto», puntualiza el hostelero afincado en Sayago, antes de remachar: «Estoy muy conforme, muy contento y muy feliz».