Jeremías nació en Andavías en 1899; Regina, en Videmala en 1906. Es decir, los dos vinieron al mundo entre el siglo XIX que se apagaba y el XX que amanecía. Zamora era, por entonces, una provincia difícil para prosperar si el punto de partida tenía obstáculos, así que, en su juventud, cuando ambos unieron sus caminos, optaron por el desvío que tomaron otros muchos paisanos en los años veinte de la pasada centuria: emigrar, subirse a un barco hacia lo desconocido. En su caso, rumbo a Argentina.
Cuando aquel buque zarpó, Regina ya llevaba a una bebé llamada Fe en sus entrañas. Aquella niña, como las dos que vendrían fruto del matrimonio con Jeremías, conocería el mundo en Sudamérica. Lo mismo ocurrió con la descendencia de Fe, una mujer de nombre Silvia, y con la siguiente generación, la de Natalia y Cecilia, que ahora son dos mujeres adultas. Una de ellas decidió hace tiempo tirar del hilo para ir cosiendo la historia familiar que comenzó con aquel casamiento del bisabuelo de Andavías y la bisabuela de Videmala a miles de kilómetros de distancia.
La mujer que emprendió esa misión se llama Natalia Romero, y este sábado estuvo en Zamora para presentar el libro que nació después de aquella búsqueda. La obra se titula El precioso ruido de un corazón, y parte de un pasado que esta mujer de Bahía Blanca, ahora afincada en Buenos Aires, desconoció o apenas supo de oídas hasta que logró tejer la pieza en el presente. La autora no es una advenediza. Ya era escritora, poeta y docente, pero el fruto de este trabajo personal es su primera novela en prosa. A ese salto al vacío la ha conducido su árbol genealógico.

«Todo tiene que ver con unas fotos de mi mamá que encuentro ahí en la Patagonia argentina, cerca de donde yo nací. Todas eran de paisaje y las había sacado a los 18 años, que es la edad que yo tengo cuando ella muere. Esas fotos fueron la puerta de entrada a que yo empezara a buscar más, y a que se fuera instalando una gran pregunta», cuenta Natalia, que ahora, a sus 40, ha ido viajando de unas imágenes a otras, cruzando umbrales y recordando un pasado entre mujeres cuya vida quiso recuperar.
La propia escritora lo explica: «Mi abuela Fe es quien más o menos me cría y Regina, mi bisabuela, vivió hasta que yo tuve nueve años. Ella estaba con mi abuela porque quedó viuda joven, así que yo la conocí y me acordaba mucho. Cuando era niña, Zamora era una palabra que se escuchaba, se hablaba de España y de Videmala», apunta Natalia, que tenía constancia de la existencia de una hermana de su bisabuela, llamada Dominga, con la que Regina conservaba una relación muy estrecha. Pero, cosas de entonces, aquellas dos mujeres nunca se volvieron a ver.
«A mí me quedó eso y, con la muerte de mi mamá, yo venía en la línea, en el orden», constata la escritora. Y ahí llegó la providencia. Natalia Romero consiguió una beca para trabajar precisamente en este libro cerca de Barcelona. Para entonces, ya estaba en contacto con la editorial Manos de Pan, pero desconocía un dato sobre una figura clave en esta historia: su alumna en uno de los talleres que imparte, una mujer llamada Jessica, era de Zamora. Y encima se ofreció a recibir a la autora y a llevarla a Andavías y a Videmala.
En la localidad guímara, Natalia conoció la iglesia donde se casaron Regina y Jeremías, recorrió el pueblo un domingo a primera hora de la tarde y se topó con un hombre llamado Eugenio, «ya bastante mayor, de unos 80 años». La escritora solo se acordaba de los nombres, pero fue suficiente. El vecino de Videmala le explicó que la parte de la familia de Dominga, la hermana querida de su bisabuela, se había marchado a Fresno de la Ribera a hacer la vida.
Y allá que se fue Natalia junto a sus acompañantes en este viaje de retorno familiar. La autora se plantó en el bar de esta localidad cercana a Toro, preguntó y se topó con José Antonio jugando a las cartas. Era uno de los nietos de Dominga: «Fue increíble, como sentir una familiaridad que no sé explicar. Cuando le mostré una foto de mi bisabuela, me dijo: es igual a mi abuela. Claro, eran hermanas», apunta la escritora sudamericana.
El encuentro no se quedó ahí: «Una semana después, ellos tenían el bautizo de su primera nieta y me invitaron. Dominga tuvo seis hijos, así que allí estaban todos mis primos de esa parte. No sé cómo explicarlo porque hay cosas que me exceden emocionalmente, pero para mí fue muy importante volver. Nunca nadie de mi familia lo había hecho», recuerda Natalia, que admite que el libro que estaba escribiendo «dio un giro importante» tras esta visita a la provincia: «Terminé hablando mucho más de Zamora y de toda la familia que apareció», concede.
En todo este camino, Natalia menciona también la paradójica importancia de la escritura para su bisabuela Regina, que era analfabeta, pero que se carteaba con Dominga gracias a la ayuda familiar. «Encontré muchas cartas y también fotos», apunta la autora, que aquel día del bautizo con sus «nuevos» parientes de Fresno recibió el regalo de poder sostener en sus manos las misivas que enviaba su bisabuela a España y que aún siguen en poder de Rosi, una de las descendientes de Dominga. «Casi me desmayo», reconoce la argentina.
Se podía haber perdido, pero no se perdió
En algunas de esas cartas, Regina le presentaba a la familia española a la nueva descendencia: primero las hijas, luego la nieta Silvia y más tarde Cecilia y Natalia, la mujer que ahora tenían delante: «Es muy loco eso. Todo se podía haber perdido, pero no se perdió», recalca la escritora, cuyo libro sobre toda esta historia familiar ya se puede adquirir en las librerías. De hecho, el sábado se presentó en Semuret.
En ese acto, los familiares de Fresno de la Ribera estuvieron muy presentes. «Se ha unido algo que se había quebrado. Para mí es muy valioso», insiste Natalia Romero, que matiza que la entereza con la que lo cuenta todo tiene una justificación: «No lloro ahora porque ya lo lloré todo», remacha esta escritora, que ha recuperado el vínculo que empezó a romperse cuando zarpó aquel barco con Regina y Jeremías rumbo a lo desconocido.