El Museo Etnográfico, de Roberto Valle, donde «los detalles se convierten en sensaciones»

El arquitecto Alberto Alonso explica la arquitectura del museo regional, concebido a principios del siglo XXI y mimetizado ya con la zona gracias a su inteligente diseño

por Diego G. Tabaco

«Se dice que los proyectos que están bien concebidos son aquellos que, cuando están acabados, consiguen que no se entienda el lugar sin su presencia». Y esto es exactamente lo que ocurre con el Museo Etnográfico en la plaza de Viriato, un edificio relativamente nuevo (cuenta con dos décadas de vida) pero que ha sido capaz de adaptarse a un entorno como el casco antiguo de la ciudad dando la sensación, qué difícil es eso, de que lleva toda la vida ahí. Un edificio ideado como «una caja cerrada» que solo se asoma al exterior en puntos muy concretos y no elegidos para nada al azar. «Uno de los grandes edificios de Zamora», apunta el arquitecto Alberto Alonso.

Alonso realiza un recorrido por el edificio explicándolo de fuera hacia adentro, partiendo desde la plaza de Viriato, rodeándolo y accediendo a él por Corral Pintado. El visitante que se plante frente al edificio desde la plaza encuentra «una caja cerrada» que «saluda al exterior», explica muy didácticamente el arquitecto, a través de muy pocas ventanas. El primer grupo, el que puede verse desde Viriato y por el que sube el ascensor. El segundo, la cristalera de la «esquina invisible» de Barandales y Corral Pintado, donde los arquitectos, Roberto Valle y su equipo, captan para a la iglesia de Santa María la Nueva para la colección del Museo, cuyo ábside puede verse desde dentro del recinto como si fuera una pieza más de las que forman el Etnográfico.

Santa María la Nueva, vista desde dentro del museo. Foto Paloma V. Escarpa

Pero el exterior tiene mucho más. Alberto Alonso subraya la «austeridad de la materialidad» a la hora de señalar los materiales escogidos para levantar las fachadas. Primero, un gran zócalo de piedra arenisca, la misma que se usa para el resto de construcciones en la zona y que ayuda a encuadrar el edificio en su entorno. Y, en lo alto, chapa de aluminio lisa, que aporta ligereza, que logra que el edificio «se desintegre» en su parte alta y que capta los reflejos del cielo para que la sensación sea que el aluminio prácticamente no existe. «Campo Baeza diría que, en lo alto, el edificio dialoga con Dios», ilustra Alonso. El diseño logra además, de nuevo en Corral Pintado, incorporar de una forma sutil, lógica incluso, la fachada del siglo XVI por la que se puede acceder al museo. Fachada que entre otras cosas ha dado acceso a una fábrica de textil, a una cárcel y, en su última etapa, a un salón de baile.

Fachada de la antigua fábrica de textil en Corral Pintado. Foto Paloma V. Escarpa

Adaptación urbana, austeridad de los materiales y tratamiento de la luz

Toca acceder al Museo. En su recorrido, Alberto Alonso entra por la parte de abajo del espacio de la rampa, uno de los más visitados del Etnográfico y clave a la hora de entender el concepto que el arquitecto tuvo del tratamiento de la luz. Los museos son siempre «espacios muy complicados» para estas cuestiones, puesto que necesitan luz para que el visitante pueda apreciar lo que en ellos se expone pero no pueden permitirse una luz directa que dañe las piezas que se muestran.

Espacio de la rampa. Foto Paloma V. Escarpa

Roberto Valle echa mano aquí de los lucernarios, espacios abiertos en el techo que logran tamizar la luz, que apoyan la iluminación natural con otra artificial muy suave y que consiguen que «la luz bañe las paredes» y ayude al visitante a discurrir por el museo de una forma lógica. El Etnográfico cuenta con «dos grietas de luz» que, en la práctica, encuadran todo el museo. Si por fuera es como una caja, el juego de la iluminación en su interior logra que las tres plantas de exposición sean «una caja dentro de otra caja», explica Alberto Alonso. Una de ellas, la más visible, es la propia rampa. La otra, reservada para los que «saben ver» el edificio, se encuentra en el otro extremo de las salas.

Una de las ventanas interiores del museo. Foto Paloma V. Escarpa

El visitante circula por el recinto como si lo hiciera por una cinta de Moebius, pasando por todos las partes del Museo para volver al origen sin haber repetido en ninguna estancia. Todo de una forma intuitiva, orientándose a través de la luz y de ventanas interiores que encuadran partes de la exposición. Y sin ventanas al exterior, recalca Alonso. «En los museos, como en los supermercados, o en los casinos, no hay ventanas. El arquitecto quiere que pierdas la noción del tiempo mientras ves la exposición. Que estemos a lo que tenemos que estar», concluye.

La terraza

El secreto del Museo Etnográfico está en su parte más alta. Lo que ahora ocupan otras dependencias, una gran sala acristalada en la cuarta planta del Museo, fue concebido en su día como una cafetería que nunca se ha llegado a usar. No puede visitarse por el público, pero la azotea del museo regional es posiblemente, por no decir que lo es a buen seguro, la mejor azotea de la ciudad. Ofrece una vista en 360 grados de Zamora desde la misma plaza de Viriato, cuenta con una vista privilegiada de la Catedral y, al otro lado, de la zonas de Santa Clara y San Torcuato. Su visita permite además comprender el funcionamiento de los lucernarios que otorgan la iluminación al museo, grandes, casi de la altura de una persona, y que se repiten en buen número a lo largo de la cubierta.

Una de las ventanas interiores del museo. Foto Paloma V. Escarpa

El conocimiento del edificio, atestigua Alberto Alonso, abre la puerta a recorrerlo con nuevas sensaciones, entendiendo el diálogo que la propia construcción realiza tanto con su entorno como con las piezas que tiene en su interior. Cita Alonso a Roberto Valle (fallecido en el año 2021) cuando, en una conversación, le planteaba qué hacer para que la gente conozca mejor la arquitectura de los edificios. «Él me decía que lo que tenemos que hacer es abrirlos desde que somos niños, cuando somos adultos y cuando somos ancianos. Y hacer esto que hacemos hoy. Explicar los detalles para que, una vez conocidos, se transformen en sensaciones. Uno puede pensar muy bien un proyecto, pero si no lo explicas, no vas a conseguir que la gente lo sienta».


Alberto Alonso es el tercer arquitecto en participar en El Parteluz, una serie de reportajes ideada por Enfoque Diario de Zamora en la que los arquitectos de la ciudad explican para los lectores los edificios más destacados del entorno urbano. Antes, Bea Barrio habló sobre el Museo de Zamora y Fernando Girón guió a los lectores por los entresijos de la Fundación Rei Afonso Henriques.

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