En una esquina, Sara Incera y Jonathan Arribas cogen su posición. La de siempre. Mientras, el bar del Teatro Principal se va llenando. Esta vez, casi hasta el límite. El reparto de Amadora es amplio, y sus componentes se van ubicando cerca de los dos responsables de Stop Drama, la marca que da cabida a iniciativas como la que está a punto de desarrollarse en esta sala de la planta superior del liceo. Una vez dispuestos todos – más bien, todas – en semicírculo, la función puede continuar. Ahora, lejos de las tablas, sin distancia entre el público y las actrices, en confianza y con un vino o una cerveza en la mano.
Lo que comienza en este lugar sobre las diez y cuarto de la noche del 8 de marzo es el tercer tiempo, una iniciativa hilada por Stop Drama y el Principal para reunir, inmediatamente después de algunas obras, al elenco que acaba de ejecutar su representación y al público que anhela saber más, que no se quiere quedar con lo que ha visto, sino que busca más respuestas, aclaraciones, reflexiones, intrahistorias. También, conocer a los seres humanos que viven tras el papel.
Esta vez, el público tiene ante sí a la cantante Miren Iza, Premio Nacional de Músicas Actuales en 2024, y a las actrices Socorro Anadón, Carmen Mayordomo y Celia Bermejo. Hay interés, pero también timidez, como es costumbre en el arranque, así que Arribas arranca con sus preguntas «de por si acaso» para hablar del dolor, del sacrificio, de cómo «Amadora se propone desparramarse en otra cosa que quizá es ella misma».

La voz pasa al reparto de esta obra que, a través de la música, los diálogos y los soliloquios ha tratado de «poner el foco en las mujeres atrapadas en lo invisible». Todo, desde tres prismas, con tres Amadoras que son las tres actrices, pero que podrían ser cualquier madre, cualquier abuela, cualquier mujer entregada al «sacrificio y la abnegación», con sus sueños aparcados y sin esperar contraprestación alguna.
Eso es lo que ha visto el público, y eso es lo que flota en el aire. Miren Iza, la ideóloga de la obra, recuerda a María Velasco, la escritora y directora, y subraya palabras como «santidad, bondad o cuidado», pero también dolor. La artista vasca, de 45 años, habla de la generación de su madre, de la salida de la domesticación, del «asidero» que construye la obra. Y la conversación empieza a girar en torno a esas mujeres que se olvidaron de sí mismas y acerca del papel del teatro a la hora de arrojar luz sobre ellas.
También se habla de las actrices, del hecho de que son tres caras de una misma pieza: «Pero el público empatiza enseguida, porque es muy fácil identificarse con ciertas situaciones», advierte Carmen Mayordomo, que recuerda que la obra «no es ninguna entelequia». Hay una búsqueda de situación. «También es un homenaje al hecho de ser mujer y de cómo bregamos con un montón de cosas impuestas y autoimpuestas. Hay algo que se tiene que romper», apunta Socorro Anadón.
Pronto, el público se anima e interviene. Desde el fondo del semicírculo, una mujer elogia lo «rompedor» del formato, la particularidad de la obra, la puesta en escena. Otra asistente, esta vez más joven, pregunta por la intrahistoria, por la elección de las actrices. Carmen y Socorro estaban en la mente de la dirección, pero Celia Bermejo tuvo que pasar la prueba: «Es la vida de los actores y las actrices».

Nuevamente desde la «parroquia» del Principal, otra chica lamenta que su vocación teatral vaya dejando paso a una realidad de estudiante de oposiciones, y las actrices profesionales que la observan tiran del hilo para hablar del oficio: «En España, trabajamos el 8% de los actores que hay. Somos titiriteros. En la música es igual y en la danza ni te cuento. Es una putada que tengas que pensar un plan B», admite Mayordomo, mientras Bermejo recalca que esta es «una profesión dificilísima».
Por eso, en cierto momento, Anadón decidió crear su escuela y su compañía: «Estamos en una sociedad muy complicada», señala la actriz, en un momento de la conversación en el que la obra ha ido pasando a un segundo plano y en el que las pasiones ocupan la escena: «Cuando tienes una necesidad de contar algo, hazlo, busca los apoyos», sugiere Miren Iza. «No dejes el teatro», le aconseja Carmen Mayordomo a la chica que preguntó. «Haz las oposiciones por si acaso», remata Celia Bermejo para levantar la carcajada del respetable.
Del feminismo a las preguntas al público
La siguiente pregunta lleva el tema por los derroteros del feminismo, del impacto de los mensajes, de los comentarios machistas de los adolescentes, de dar por hecho que las cosas se han conseguido. Sara Incera reflexiona para que lo haga también el público. Y no solo lo hace sobre este tema, también acerca del papel de su generación de veinteañeros, que se pregunta si toda la «incertidumbre» que arrastra no será una consecuencia de la libertad.
Ya casi al final, quienes preguntan son las protagonistas, las «actrices de resistencia» que cita Miren Iza. Socorro Anadón apela directamente a los hombres, minoría en la sala, para que cuenten qué han visto exactamente en la obra. Uno de ellos cita a sus hermanas, que «no dan un paso sin cuidar». Otro recuerda a su madre y a sus abuelas, y admite que ha «divagado sobre los roles de género» y acerca de la «escasa capacidad» de su padre para conectar con sus emociones.
En definitiva, el espectador reconoce que ha vivido ese viaje alrededor de la «cárcel invisible» que han tenido tantas Amadoras y que, en este sábado 8 de marzo, se han visto reflejadas en los papeles de Socorro, Carmen y Celia, pero también en la música y en el relato construido por María y por Miren. Cuando esa reflexión llega, ya son las once y cuarto. Ha pasado una hora. En la barra, copas vacías; en el letrero luminoso, el mensaje de siempre: «Aquí (no) hay drama». El bar se cierra, pero abrirá de nuevo para otra función que irá más allá de la obra.