Una gata, de nombre Meowth y de ojos azules, se esconde tras la mesa a la espera de que su dueña Amanda San Segundo (25 años) se siente en el sofá y pueda acurrucarse cerca de ella. El felino, miedoso de primeras, cariñoso como norma general, es uno de los «lugares seguros» cuando Amanda siente que vuelve a una recaída.
Cualquiera que se siente a hablar con ella se dará cuenta de que la vida de Amanda no ha sido como las demás. Diagnosticada a los seis meses de vida de un neuroblastoma, un cáncer infantil que se forma en el tejido nervioso y afecta a los tejidos suprarrenales, Amanda pasó su infancia y parte de la adolescencia rodeada de las paredes blancas y el olor característico de un hospital mientras veía las peores caras de la enfermedad. Experiencias difíciles de digerir, más para una niña cuya necesidad de desahogarse se transformó en versos y versos de un poemario titulado Autolítica.
A los quince años, tras su última operación de espalda, le dieron el alta en oncología, un momento que ella recuerda como agridulce. Mientras los sentimientos de familiares y amigos que la rodeaban eran de felicidad y agradecimiento a la vida por haber puesto fin a esa etapa, en la cabeza de la escritora convivían múltiples miedos acerca de cómo encauzar su vida ahora. Recordemos, 15 años.
«No asimilaba que ya no tenía la enfermedad ni tampoco sabia bien cómo se vivía sin ella», admite Amanda, quien recuerda esos momentos como el punto de unión entre ella y la poesía. «Sentía que tenía que hacerme fuerte delante de mi familia porque ellos ya habían sufrido mucho», señala. La falta de un espacio donde verbalizar sus emociones hizo que las páginas en blanco de una libreta se convirtiesen en su refugio.

Cada cual elige como enfrentarse al dolor, Amanda cree firmemente que hay que «atravesarlo», vivirlo desde dentro, verbalizarlo y así ella logra que duela menos. La poesía, admite, le ha ayudado a ordenar sus pensamientos y enfrentarse cara a cara con el duelo. «Cohabito con el hecho de que hay muchas personas que he dejado en el camino. Y pienso en ellas todos los días». Son a ellas a quienes les dedica su poemario que verá la luz el próximo mes de marzo y donde habla de las sombras y las luces del cáncer, las relaciones familiares, los abusos y la importancia de la salud mental, la cual ha sido «vital» en todo su proceso personal.
El título de Autolítica nace, en parte, de las primeras conversaciones que tuvo Amanda con su psicóloga: «Me dijo que todas mis actitudes iban impulsadas a hacerme daño a mí misma y que ese daño no lo merecía». Dentro del propio poemario, la salud mental tiene un papel propio porque son esas herramientas las que la mantienen firme y gestionando sus emociones. Por ello, la escritora defiende a capa y espada la importancia de la ayuda psicológica y más en un momento, sostiene la joven, en el que «se invalidan mucho los sentimientos de los jóvenes». Es en esa falta de escucha donde proliferan muchos problemas futuros.

Al igual que la terapia, otro pilar fundamental para la escritora son las relaciones personales. Familiares, amigos y parejas sentimentales tienen también un papel importante en esta historia al haber animado a Amanda a publicar sus poemas, convirtiendo su «dolor en amor» y llegando a una especie de «renacimiento» (uno de los últimos capítulos del poemario). Amanda echa la vista atrás y se da cuenta de que su forma de reconstruirse es escuchándose a sí misma, un acto cada vez más difícil, confiesa, con el ritmo «sumamente acelerado» en el que vivimos hoy en día.
Es curioso que una vez que llegas este punto de conocimiento de la vida de Amanda es posible que adjetivos como admirable o valiente puedan salir a la luz. Si le preguntas a ella, en especial ese último, le pone de los nervios. «Llamarme valiente a mí es desprestigiar el dolor que otros pueden llegar a sentir porque, si yo soy valiente por sentir este dolor y seguir con todo lo que me ha pasado, ¿qué va a sentir una persona al compararse conmigo cuando sienta un dolor considerado más ínfimo a nivel social?».
Una reflexión que le sirvió de inspiración en la construcción física del poemario, porque en la mayoría de las páginas de Autolítica hay huecos vacíos reservados para los lectores donde pueden «escribir sus fragilidades y liberarse de los miedos sean cuales sean». Porque hacer público el dolor, afirma la escritora, «puede ayudar a sanarte a ti pero también a los demás»