Hace cinco meses, en una noche lluviosa de septiembre, una mujer llamada Elena García se subió al escenario instalado en la Plaza Mayor con motivo de Zamora Orgullosa mientras un grupo de personas aguantaba abajo con paraguas, capuchas y banderas. «Queremos que el movimiento parta de las calles, que venga desde abajo, que nos organicemos. Ayer salimos del teatro con ganas de hacerlo, vamos a ello», clamó la encargada de dar el discurso previsto en la concentración por los derechos LGTBIQ+.
Transcurrido el otoño y medio invierno, el pasado 15 de febrero, la misma mujer que le puso voz a ese deseo de organizar algo nacido en el seno de la sociedad civil estaba reunida en un bar con casi treinta personas más para celebrar la asamblea fundacional del Colectivo Kuza (Kuir Zamora).
– ¿Y qué es esto?
– Una revolución en Zamora.
Elena García responde y se ríe mientras mira a la compañera con la que ha venido a hablar del nacimiento del nuevo colectivo LGTBIQ+ en la ciudad. La persona que tiene al lado se llama Clementina Formariz, es la más veterana de Kuza, al menos de momento, y regresa a aquel septiembre del discurso bajo la lluvia para situar el día cero en la génesis de este movimiento reivindicativo: «El Orgullo Zamorano nos unió. Fue donde dijimos: vale, muy bien que el Ayuntamiento esté, pero la historia tiene que salir de nosotras».

«Ahí nos fuimos poniendo cara algunas personas del colectivo que, a lo mejor, no nos hubiésemos conocido de otra manera. De hecho, algunas me dieron el teléfono y me dijeron: si esto que habéis dicho de que os vais a juntar es de verdad, avisadnos por favor. Y así ha sido», subraya García, que apunta que ha habido un trabajo previo a la reunión del 15 de febrero. En este caso, impulsado por un grupo de cinco activistas que se encargó de no dejar morir la idea lanzada en Zamora Orgullosa.
Elena García explica que ahí se empezaron a responder las primeras preguntas: «¿Cómo nos vamos a llamar? ¿Qué queremos ser? ¿Qué vamos a hacer aquí? ¿Por dónde empezamos?». Con esos interrogantes como punto de partida, los fundadores pusieron «unas bases, unos puntos clave» inamovibles que se resumen en el ideario colgado en las redes del Colectivo Kuza, antes incluso de la primera asamblea. Quien quiera sumarse, ya sabe que hay ciertas cuestiones en las que no cabe el debate.
Kuza es un espacio transfeminista; de cuidados y apoyo mutuo; social, asambleario y político; y libre de cualquier tipo de discriminación y violencia. Sobre esos cimientos se irá construyendo el día a día del colectivo: «Esto no se negocia. Lo demás, todo. Hemos decidido ser una asamblea autogestionada y, a partir de ahí, pues a funcionar», resume Elena García, que destaca «la libertad» y la ausencia de coacciones que marcará el rumbo del proyecto.

La que se ríe ahora es Clementina Formariz al recordar que su compañera había diseñado una hoja de ruta para la primera reunión que, finalmente, se convirtió pronto en papel mojado: «Iban surgiendo los temas espontáneamente, y también las ideas para hacer cosas», señala la representante de Kuza, un colectivo que, más allá de los presentes en la primera cita, sigue abierto a la entrada de nuevos miembros y también a propuestas que quepan en el marco acotado por sus fundadores.
Y una de las cosas que no entra es la transfobia, el rechazo a las personas transgénero. Por ahí va el concepto de colectivo transfeminista que explica Elena García: «Esto tenía que partir del feminismo sí o sí. Es algo que atraviesa a todas las personas. Y ahora, con todos los ataques que ha recibido la gente trans, que estemos así a estas alturas…», lamenta la representante de Kuza, que se niega a debatir la cuestión: «Eso no se negocia en ninguna asamblea. No podemos volver atrás otra vez con esta historia», zanja.
La idea de Kuza, de hecho, es que el colectivo sea una casa grande para personas de distinta índole. Y la primera reunión fue un buen ejemplo de la variedad que aspira a tener el grupo: «Yo creo que soy la mayor de todas, pero el otro día hubo una persona de 18 años por lo menos. El espectro de edades está muy bien y eso me encanta», destaca Formariz, que pone el foco en la diversidad de formas de vida: «A lo mejor, alguien es más tradicional en su vida diaria y otro más alternativo, no pasa nada».
A la propia representante de Kuza le asustó al inicio meterse en un lugar que no era para ella, pero en la primera asamblea perdió el miedo: «Estaba perfectamente a gusto, hablando con todas y disfrutando de la diversidad en todos los ámbitos. Yo creo que el LGTBIQ+ estaba completo», afirma Formariz, que cita en varias ocasiones el carácter intergeneracional del colectivo, más allá de que las preocupaciones de cada cual, por edad, puedan variar. Ella misma apunta una que, quizá, no entre demasiado en los pensamientos habituales de la generación Z: las residencias.
«Los centros de mayores son como volver al armario, y esto es algo de lo que no se habla. En el momento en el que yo lo necesite, a lo mejor prefiero compartir con un hombre. O al contrario para una persona gay, depende de los casos. Incluso, hay parejas que tienen que disimular, y es muy pesado tener que decir todo el rato que soy lesbiana», resumen Clementina Formariz, que señala que existe una residencia LGTBIQ+ en Madrid. Pero una.

Cuestiones como esta, y otras de distinta índole o que afectan más directamente a otras personas, justifican la existencia de Kuza, a juicio de las dos mujeres que explican el proyecto. Ahora bien, las dos son conscientes de que escucharán todo tipo de mensajes acerca de la pertinencia de crear este colectivo en 2025: «Es agotador no poder vivir tu vida como te da la gana vivirla, tener que justificar cada movimiento que haces», subraya Elena García.
Ahí, Formariz interviene para replicar a quienes les preguntan si no tienen ya suficiente: «Lo queremos todo», advierte. «También estamos viendo que hay mucha gente joven muy homófoba, mucho», apostilla García. Para ambas, resulta evidente que «no está todo conseguido socialmente». Tampoco políticamente. Y la ola ultraconservadora que recorre parte del mundo occidental agrava esa sensación: «Lo que se ha conseguido no es un regalo, es un derecho», insiste la más veterana.
Las salidas del armario
Y lo que se ha logrado en el colectivo es una suma de victorias conjuntas e individuales, una acumulación de pasos adelante que también consiste en una serie de historias añadidas, de batallas ganadas, de salidas del armario. Tanto Elena García como Clementina Formariz tuvieron que pasar sus tragos antes de poder expresar lo que son con libertad, y lo cuentan para evidenciar que cada cual tiene su casuística, su escenario y su tiempo.
Por ahí, arranca Elena García: «Yo lo he tenido bastante fácil porque no he tenido que dar grandes explicaciones en mi casa», recuerda la representante de Kuza, que viaja a una conversación con la persona a la que más temía hablarle de este asunto:
– Abuela, viene mi pareja.
– ¿Y cómo se llama?
– Alba.
– Ah, pues muy bien.
«Yo me esperaba que me respondiera: ¡Qué dices! ¿No se llama José Luis? Pero bueno, si a mi abuela de 96 años le pareció todo perfecto, pues los demás ya pueden espabilar», remarca García, que sí admite los miedos de sus padres a que a ella le pasara algo por expresar públicamente esa identidad. «Yo siempre me he expuesto», concede la activista LGTBIQ+.
Por su parte, Clementina Formariz dio el paso de otra manera. «A mí me costó mucho salir del armario con mi familia. Yo vivía aquí en Zamora, aprobé unas oposiciones y me fui a vivir a Pontevedra. Allí tuve pareja e informé a mis hermanos a través de una carta, por escrito. A los 40 años. Con mi madre, ya lo hice cuando estaba a punto de casarme», señala la representante de Kuza. Era Navidad, y el sí quiero estaba previsto para el 11 de marzo.
– Mamá, es que Rosario no es mi compañera de piso, es mi pareja.
– Ya me lo imaginaba, pero espero que no os vayáis a casar.
– No, si te lo digo por eso, porque nos vamos a casar.
Formariz narra que, en ese punto, las dos se echaron a llorar, pero valora la comprensión posterior de una mujer de 80 años «muy religiosa». Luego, al divorciarse y regresar a Zamora, empezó a aclarar en sus círculos que estaba separada «de una mujer». Siempre lo apostillaba. «La gente con la que me movía, que eran gays y lesbianas, me decía que era como un alarde, y yo no me podía creer que me lo estuvieran recriminando. Al final, yo he hecho toda mi vida muy a gusto, muy bien, pero en silencio», concluye la ahora activista LGTBIQ+.
Y como el silencio se acabó, el Colectivo Kuza tiene listas ya algunas acciones para presentarse en sociedad. Lo primero, el 8M, pero también habrá «sorpresas» en mayo y la organización del Orgullo el 28 de junio. Sí, en pleno San Pedro, cuando toca: «Nos vamos a autogestionar y saldremos a pegar gritos y a que se nos escuche bien. Y luego, si hay fiesta, genial», se despide Elena García. Su voz y la de sus compañeras se oirán más a partir de ahora en la ciudad, eso ha quedado claro.