En el exterior pone carnicería, pero dentro se venden también paquetes de arroz y de legumbres, galletas, pastas, café, latas de conserva, frutas o productos de limpieza. Todo lo que uno podría imaginar que encontraría en una tienda multiservicio. En realidad, en eso se ha convertido el negocio de José Luis Sevillano, aunque al fondo, en el mostrador y por encima, la presencia de los embutidos y de un par de piezas de ternera evidencian que la especialidad aún resiste.
«Hay un poquito de todo porque, como tienes que estar aquí igual, pues ya aprovechas», explica el dueño de Carnicería Sevillano, que admite que toca armarse de ingenio y de paciencia para resistir: «Hay poca gente por el pueblo, y cada vez menos, porque los mayores se van muriendo», insiste. La cosa ha cambiado mucho desde que su abuelo abrió este negocio en Pino del Oro centrado solo en la carne, y también desde la etapa de la siguiente generación, la de su padre.
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La cosa se le ha puesto más torcida al nieto, José Luis, que ya acumula 25 años al frente del establecimiento y que admite que «antes se vendía más», aunque esa aparente resignación que dejan entrever sus palabras no se ha transformado en abandono a su suerte para el carnicero. Si cuesta más hacer caja con lo de siempre, pues se añaden más productos; si no basta con la clientela de Pino, pues habrá que salir fuera.
«Yo voy por los pueblos de la zona para hacer venta ambulante. Cuando me toca, me marcho y se queda aquí la mujer», explica José Luis, que tuvo unos meses delicados hace poco por culpa del cierre por obras del Puente de Requejo, una circunstancia que le obligó a dar grandes rodeos para mantener el reparto por las localidades habituales. Hizo el esfuerzo para mantener la clientela, y ya hace algunos meses que superó el mal trago. El paso hacia Sayago vuelve a estar abierto. Con una carretera infame, «pero se puede pasar».
Por allí cruza José Luis rumbo a Villadepera, a Carbajosa o a Villalcampo. Y también llega a Ricobayo y a Cerezal. En todos esos lugares, ve realidades distintas a la de Pino del Oro, pero con varias características en común: «Uf, no sé. Cada día está todo peor y la gente es más mayor», concede el carnicero, que también ofrece servicio a domicilio dentro de su propia localidad para quien no se puede desplazar: «Eso es lo de menos», destaca.
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La falta de trabajo
José Luis no ve claro el futuro de los pueblos. Tampoco de su negocio cuando él no esté: «Mi hija está estudiando y mejor que busque otra cosa», señala el tendero de Pino, en un mensaje muy habitual de las personas que mantienen vivos sus proyectos de toda la vida en las comarcas: «Yo creo que los pueblos se acaban. No hay gente joven ni trabajo», resume el protagonista de esta historia, que reivindica la calidad de vida rural, pero que insiste en el factor laboral como clave.
«Esto tendría que cambiar mucho», remacha José Luis, antes de levantarse y remarcar que él va a seguir al pie del cañón mientras pueda, consciente de que tiene que pasar eneros y febreros duros para volver a ver la luz «de cara a Semana Santa». «Ahí ya se va notando un poquito», concluye el tendero, que quita las cajas que pintan feo para la foto y que regresa luego al interior de su establecimiento. Hoy toca despachar en Pino, pero ya no hay negocio viable sin la furgoneta.