– Bueno, ahora sí, lo prometido es deuda.
La psicóloga Laura Manteca se sitúa en el centro del círculo que forman unos quince usuarios del centro Palacio de Valparaíso de Toro, un lugar gestionado por AFA Zamora y que se constituye como un espacio multiservicios específico en demencias. En torno a la profesional, hay algunas personas que residen en este lugar y otras que solo acuden al centro de día, pero todas padecen un deterioro «intermedio» de sus capacidades cognitivas; están en el segundo de los tres niveles genéricos que marcan desde la asociación.
A ellas se dirige Manteca mientras los ojos de su auditorio se giran hacia la persona que cierra el círculo en la parte de atrás de la sala: «¡Maravilla!», suelta una de las usuarias sin dejar de observar a Amara, la niña de doce años que sujeta su violonchelo sentada en una silla mientras espera el momento de empezar a tocar. Ella misma es la primera en presentarse a los demás. A continuación, el resto hace lo propio. La última es Aurelia. Tras ella, comienza la música.

«¿Os ha gustado la canción?», pregunta Manteca al terminar: «Una maravilla», «los niños musicales me han gustado siempre mucho», «lo veo y no lo creo», «¡pero mira qué guapa y qué pequeña es!». Está claro que Amara ha captado la atención, también los elogios. En el cierre del círculo, la propia protagonista sonríe halagada; al fondo, sus padres asisten a esta simbiosis con el orgullo en la mirada. Y aún quedan varias piezas por interpretar, varios sentimientos que tocar.
Pero antes de seguir con la crónica de la actuación que se está desarrollando en una de las salas del Palacio de Valparaíso, conviene hacer algunas aclaraciones: ¿Quién es esta joven intérprete? ¿Qué hace un lunes cualquiera en un centro de estas características? ¿Por qué toca ante este grupo de personas? Las respuestas las ofrece la propia interesada, junto a su madre, en una conversación que tiene lugar minutos antes de su aparición ante el público de AFA. En esa charla, Amara revela que todo comenzó a los tres años. Primero, con el violín; luego, con el chelo. Inicialmente, en California, pero más tarde en Valladolid, en Toro y en Missouri.

Así lo cuenta esta niña, de apellido Dresner, que llamó a su violín «pálido» porque su sonido la trasladaba a ese color, pero que pronto lo dejó para mudarse al chelo. Las primeras clases las dio en Valladolid, con el Método Suzuki, aunque enseguida se pasó al aprendizaje online con Eneas, un maestro murciano que adapta la enseñanza a la vida que lleva esta niña, un poco nómada. Y es que el hogar de su familia, el campamento base, está en Missouri (Estados Unidos) pero el movimiento es habitual. Toro es un destino recurrente, por la presencia de los abuelos.
De hecho, esta relación con España es la que llevó a Amara a la música. Todo, de la mano de Amaya, su madre: «Yo soy lingüista y sé que hay algunas dificultades para los niños que empiezan a hablar dos idiomas simultáneamente, porque reciben dos códigos al mismo tiempo, y a ella le pasaba con el inglés y el castellano», subraya la progenitora, que acudió a «un centro de altas capacidades» para recibir orientación y se quedó con la herramienta de la música.
Por ahí le vino todo a Amara, que le cogió cariño al chelo y ya no lo quiso dejar. Ni siquiera lo aparca cuando viene a Toro. Por eso, el jardinero del centro de AFA la escuchó tocar y le preguntó a Amaya por su experiencia con el instrumento. Ella le replicó que era cosa de su hija, y por ahí se abrió una puerta al voluntariado. La niña dijo que sí, y el mes pasado se plantó por primera vez en este lugar: «Me pongo un poco más nerviosa que si toco sola, pero está bien», resume la protagonista.

El compromiso ahora es pasarse por el Palacio de Valparaíso cada vez que pueda. Quizá, la de este lunes sea la última o la penúltima vez de este ciclo, hasta el regreso para las fiestas de San Agustín, pero todavía quedan varias canciones, recuerden. La historia regresa a la sala donde, unos minutos después de la charla, tiene lugar el concierto de Amara, con Laura Manteca como maestra de ceremonias y los usuarios de AFA como público.
Después de la segunda pieza, la psicóloga se dirige a los asistentes: «¿Dónde notáis la música? ¿Dónde la sentís?». «Aquí, en el corazón», replica una de las aludidas con la mano puesta en el pecho. La profesional pregunta, pero también deja que Amara se explique. La niña lo hace para contar que el violonchelo es el instrumento que más se parece a una voz humana. «¡Ahí la tienes!», grita otra de las mujeres, mientras una compañera llamada Tita le pregunta: «¿Cómo puedes ser tú tan buena siendo una joven tan pequeña?».
La precocidad de la chica que toca para ellos esta tarde y el tamaño del instrumento, que casi cubre el cuerpo entero de Amara, también son objeto de comentario por parte de unos usuarios que se esfuerzan para recordar a los artistas de su tiempo. Entre pieza y pieza, surgen los nombres de Víctor Manuel, Marisol, Manolo Escobar, Camilo Sexto o el Dúo Dinámico. También se habla de los casetes y se desliza lo que es Spotify. «Esto es la diferencia generacional, lo que unos entendemos y otros no», matiza Manteca.

Poco a poco, la sesión avanza. Amara toca cuatro piezas y la psicóloga vuelve a preguntar por sentimientos y sensaciones: «¿Dónde lo has notado», le insiste a un hombre llamado Miguel: «En el marcapasos», responde el aludido. Claro, admite, la profesional, «la música no solo se oye, también se siente».
Los beneficios de la sesión
Mientras la gente de la sala empieza a recogerse, Laura Manteca explica los beneficios de una sesión como esta: «Es una experiencia súper enriquecedora, porque fusiona muchas cosas: la parte del voluntariado y también lo intergeneracional. Es buenísimo que ellos estén abiertos a conocer a gente de la edad de Amara y que Amara quiera tocar con personas de la edad que tienen ellos. Se genera un escenario muy normalizado en el que comparten algo que une tanto como la música», indica la psicóloga.
Manteca resalta que «no necesitas tener tus capacidades conservadas para sentir la música». «Te permite un canal de comunicación muy rico, porque pueden escucharla, sentirla o que les evoque recuerdos. Entonces, moviliza a las personas independientemente de las capacidades que tengan», añade la profesional de AFA, que entiende que estas sesiones pueden ir orientadas a todo tipo de usuarios, con más o menos deterioro.
«A diferencia, a lo mejor, de una estimulación más normativa, ves que se fomenta una mayor atención, el disfrute es muy grande y vemos unas reacciones más emocionales, más del lenguaje no verbal. Nuestra idea era probarlo también con las personas con un deterioro más avanzado, porque creemos que ese lenguaje universal les va a llegar», destaca Manteca.
Desde luego, en la despedida de Amara, el balance de la experiencia resulta positivo para quienes han asistido a este pequeño concierto: «Me emociono», concede Manuela; «me voy muy contenta», afirma Marina; «me conmuevo», apostillan varias más. La protagonista recoge su violonchelo con una sonrisa. Pronto, volará a Estados Unidos pero, cuando Toro sea otra vez el destino, retornará al Palacio de Valparaíso para tocar los corazones de su público.