En abril del año 1867, en plena crisis económica previa al llamado Sexenio Democrático en España, las preocupaciones en Zamora se acumulaban, y algunas tenían que ver con el patrimonio. El día 25 de aquel mes, un hombre llamado León Carrasco, jefe local de Fomento, envió un telegrama al secretario de la Academia de Bellas Artes de San Fernando con un mensaje escueto pero claro: «Está demoliéndose la torre del Salvador, monumento histórico. Pedir por telégrafo la suspensión».
Aquella torre a la que se refería el mensaje de Carrasco correspondía al templo de San Salvador de la Vid, el mismo cuyos muros han aparecido estos días durante los trabajos de remodelación del Mercado de Abastos de Zamora. Era lo que se esperaba. El proyecto original de Segundo Viloria ya marcaba la presencia de esos restos. Pero eso no quiere decir que su aparición no despierte la curiosidad acerca de la historia de una iglesia que fue derribada por partes.
Pero volvamos con León Carrasco, con la Academia de Bellas Artes de San Fernando y con la historia que cuenta María Dolores Teijeira en un texto publicado por el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo. La institución artística recibió el mensaje del jefe de Fomento y respondió al instante para pedir que todo se paralizara. Había que esperar.
Teijeira aclara en su artículo que, en aquellos tiempos, no se estilaba demasiado aquello de conservar ante la duda. Muchas veces, los asuntos se saldaban sin un criterio objetivo y con una falta de protección. A eso se se unían «la incoherencia y la descoordinación inherentes a la burocracia decimonónica». Dicho de otro modo, tras el mensaje enviado a San Fernando y la respuesta posterior, se venía una serie de conflictos competenciales.
Todo partía del gobernador civil, que había ordenado el derribo ante el evidente mal estado de la torre de San Salvador de la Vid, el elemento estrella de un templo ubicado en el mismo espacio que ahora ocupa el Mercado de Abastos, pero orientado de otro modo, según explica ahora la arquitecta Beatriz Barrio. Es decir, que la fachada principal miraba para lo que actualmente es la calle Traviesa.
El citado gobernador se basaba en lo que saltaba a la vista y en las quejas documentadas de vecinos como Santos Vara, que alegaba, ya en plena disputa sobre el futuro de la torre, que no debería primar el patrimonio sobre la «conservación de la vida de las personas». En realidad, lo que estaba claro ya entonces era que algo había que hacer: o arreglar o demoler. La cuestión era quién lo decidía.
Aquello se convirtió en una sucesión de desacuerdos hasta que se formó la Comisión Provincial de Monumentos, encargada de elaborar un informe. Para entonces ya habían pasado algunos meses. El caso es que ese grupo de expertos determinó que el valor artístico no era suficiente como para justificar la supervivencia de la torre. Ahora bien: ¿y su contenido histórico?
El hecho que se debatía en ese momento era si el templo de San Salvador de la Vid había sido el escenario de la reunión de los ciudadanos de Zamora en defensa de doña Urraca durante el famoso cerco de 1072. «Sin embargo el informe de la comisión dudaba que la iglesia del Salvador conservada entonces fuese la misma que aquella», remarca Teijeira. Entre otras cosas, porque el templo conocido era del siglo XIII.
Aun así, algunos miembros de la comisión defendían aquella posibilidad como una hipótesis lo suficientemente válida como para frenar el derribo de la torre, pero el tiempo iba pasando y la discusión se eternizaba. Entre artículos de unos y otros en el periódico Iris de Zamora y la lentitud de todos los movimientos, pasaron unos cuatro años. Para entonces, la ruina resultaba más evidente, y el inicio de la intervención en la cubierta, denunciada aquel 25 de abril por León Carrasco, había provocado goteras y otros problemas.
La academia de San Fernando volvió a pronunciarse, a la vista de todos estos hechos, y vino a decir que había argumentos para mantener una torre que «embellecía, solemnizaba y hasta ennoblecía» el aspecto del barrio. Ahora bien, avisaba de que, si no se podía conservar, era preferible demolerla y «emplear los fondos que se hubieran gastado en su conservación en algún otro edificio de mayor valor de entre los zamoranos». Se siguió la segunda vía.
En un momento indeterminado de 1871, la torre fue destruida. A su lado, quedó la iglesia de San Salvador de la Vid: «Las crónicas nos dicen que era un templo de piedra fuerte y maciza, y que formaba dos plazas», señala Beatriz Barrio, que subraya que su valor artístico se puede intuir, pero no saber con certeza. Lo que queda claro por la documentación disponible es que la construcción principal siguió en pie casi treinta años más que la torre, hasta que a la ciudad le surgió la necesidad de disponer de un Mercado de Abastos.
La permuta
La iglesia ya no tenía culto desde 1895 por su evidente mal estado y en 1898 el Ayuntamiento de Zamora aprobó su demolición a cambio de una permuta. La iglesia cedió a la ciudad el solar sobre el que se levantaba el templo y Zamora renunció a la servidumbre que poseía sobre la torre de la iglesia de San Juan, en la Plaza Mayor. Trato hecho. Pronto, el mercado se elevó y los restos del templo quedaron sepultados hasta las obras actuales.
Ahora, de la torre ya no queda ni rastro, pero sí de los muros del templo, que han aparecido más arriba de lo que estaba previsto, a unos 50 centímetros de profundidad. El proyecto actual ya contemplaba la posibilidad de disponer un pequeño mirador para contemplar las piedras de la antigua iglesia románica, que también se ha hallado con un ligero desvío en relación a la ubicación exacta que se preveía.
Eso obligará a mover unos metros la zona para los hortelanos, pero poco más. Nada que afecte en exceso a la obra de un Mercado de Abastos que nació con historia bajo sus cimientos y que ahora saca a la luz de nuevo esa porción de historia de la ciudad que había quedado tapada más de 120 años.