La escena tiene lugar en torno a una mesa blanca. A su alrededor, aparecen varios vecinos de Fonfría con pinceles, tijeras, hilos, rollos de papel de cocina y unas máscaras de carnaval que van cogiendo color. Faltan unos minutos para la una de la tarde de un jueves de invierno y, de fondo, se escucha el ruido de los camiones que transitan de forma constante por la travesía de la Nacional 122. La carretera es bien conocida para Laura Méndez, Laura García Fuentes y Marinela Asensio, que se desplazan cada día hacia Aliste para poner otro ladrillo sobre el proyecto que llevan unos cuantos meses edificando.
Estas tres mujeres, integradoras sociales las dos primeras y técnico sociosanitaria la tercera, levantaron en 2024 el proyecto RuralZa, que básicamente consiste en la puesta en marcha de talleres de distinta índole para las personas vulnerables del medio rural. Como un centro social itinerante. El punto base está en Fonfría, pero la actividad se mueve todas las semanas por otros siete pueblos de la contorna y un poco más allá. Luego lo contarán mejor, pero ahora la atención se centra en las cinco mujeres y el hombre que asisten a este turno.

Si uno observa la imagen sin volumen, podría pensar que está ante un taller tranquilo, casi en el ambiente de una biblioteca, pero cuando se quita el «mute» emerge el jaleo. En el buen sentido, claro. Los seis vecinos de Fonfría interactúan entre sí, se lanzan más de un dardo y más de dos, celebran como un gol cuando algo les sale bien y hasta cantan si la situación lo demanda.
Ángel, el representante masculino en la sala, es uno de los que se apunta a todo. También a explicar lo que hacen aquí las mañanas de los jueves: «A veces estamos con las manualidades, pero también nos paramos y hablamos. El otro día tratamos la inteligencia artificial. Son cosas que van saliendo, de las que nosotros no tenemos ni idea y que nos parecen interesantes», indica el alistano, que ronda los 80, pero que tiene claro que «algo siempre se aprende».
Y más cuando estos 80 no son los de antaño. Ángel todavía se ve fuerte. «Lo que pasa es que si me doblo panza arriba para arreglar un grifo, al levantarme ya me empiezan a dar calambres», admite el vecino, antes de que la conversación se desvíe por la rama de los parentescos y de que las dos Manuelas, Luci, Maruja, Pilar y él recojan sus cosas, se marchen y en la sala entre la quietud. Ahora sí, las tres de RuralZa cuentan su historia.

Sentadas en una mesa contigua a la que han dejado libre los usuarios, las mujeres aclaran que ya trabajaban juntas en una asociación similar en Zamora antes de dar el paso: «Venía gente de los pueblos, pero nosotras observábamos que faltaban mucho porque no había transporte y los familiares no podían traerlos todos los días», señala Laura García Fuentes. El germen fue ese, pero el empujón vino con el mal ambiente en el colectivo anterior. «No había nada que perder», resume la integradora social.
Las tres tenían la idea más o menos clara, pero faltaba encontrar el dónde y el con quién, así que las mujeres de RuralZa buscaron y encontraron Fonfría: «Nos cedieron este local con todas las facilidades del mundo», subraya García Fuentes. Así, con el centro de operaciones ya en marcha, llegó el momento de buscar a los usuarios: «Fuimos a los pueblos. Primero, hablamos con los ayuntamientos y, una vez nos dieron el ok, empezamos a pegar carteles, a dar charlas informativas y a dejarles una ficha de inscripción», recuerda la responsable del colectivo.
Así empezó el reclutamiento. En algunas localidades, las tres personas que fueron a la charla volvieron al taller con otras doce más. La magia del «boca a boca» en los lugares pequeños. «También hubo sitios de los que nos llamaron porque les había llegado que unas muchachas iban a su pueblo», añade Laura Méndez. Tal fue el caso de San Juan del Rebollar. Al final, para el arranque de los talleres en octubre, había ocho localidades y 98 personas apuntadas.

«Nosotras lo planteamos como un centro social itinerante desde Almendra hasta Alcañices», explica Méndez, que destaca que el proyecto de RuralZa se asienta sobre tres patas: la de los talleres como tal, la del llamado proyecto Júpiter, que busca que las mujeres encuentren un entorno seguro, y el proyecto Cima, enfocado a los albergues de peregrinos del Camino de Santiago. Los dos primeros ejes ya funcionan en paralelo e integrados entre sí; el tercero está por arrancar.
De momento, no es poco trabajar con casi cien personas en los talleres de dos horas a la semana que estas mujeres imparten entre Villaseco, Almaraz, Valdeperdices, Pino del Oro, Fonfría, Fornillos, Samir de los Caños y San Juan del Rebollar. En ese último pueblo, el más alejado, hay 22 apuntados. Más bien, apuntadas. La mayoría en este tipo de actividades siempre es femenina. Las inscripciones para RuralZa se hacen por trimestre, pero la renovación para el periodo enero-marzo ha sido casi del 100%.
«Hemos visto que lo que necesitan es acompañamiento», asegura García Fuentes, que apunta que todo es tan sencillo y tan complejo como eso: «Se trata de saber que un día tienen que prepararse para ir al local del pueblo y juntarse con los demás. A veces, tú tienes unos objetivos o buscas una finalidad, pero durante el camino surgen otras cosas. Lo importante muchas veces es estar y, a partir de ahí, que la cosa vaya funcionando», remarca la representante de RuralZa.
Con esa filosofía, poco a poco va llegando la confianza, el aprecio mutuo: «No somos números. Esto no tiene por qué ser cuadriculado», apostilla Méndez, que insiste en que los talleres se adaptan a lo que los grupos de cada pueblo demandan: «Unos quieren memoria o gimnasia, pero otros nos piden baile en línea o bachata», ríe la integradora social, que recuerda que, más allá de las 16 horas de actividades a la semana, la sede de Fonfría también funciona como espacio de «información personal» o para cualquier consulta.
La idea de RuralZa ha ido calando poco a poco en la provincia, la gente conoce lo que hacen Marinela y las Lauras y hasta se ofrece para llevar el modelo a otras latitudes de Zamora. Pero de momento hay que tener paciencia: «Solo hemos recibido una subvención pequeña de la Diputación que nos ha valido para la gasolina de seis meses», aclara García Fuentes. Es decir, todavía no hay ingresos para estas tres profesionales que sabían en lo que se metían y que tienen claro que eso llegará, caerá por el propio peso de la aceptación que está teniendo su propuesta. Todas confían en el proceso.

El plan para San Valentín
Mientras eso llega, queda seguir dándose a conocer. Y desde esa lógica se entiende la idea de «repartir amor por Aliste». El concepto salió de la mente de Laura Méndez, que hace reír a sus dos compañeras mientras lo cuenta. Básicamente, en este viernes de San Valentín, las mujeres de RuralZa repartirán las flores que les han encargado por los pueblos de su entorno. Llevarán unas 50 puerta por puerta.
Algunas peticiones les han llegado a través de familiares que viven fuera y que quieren que sus padres, sus madres o sus abuelos reciban un detalle de amor en este 14 de febrero. A eso también llegan estas tres mujeres que aterrizaron el año pasado en Fonfría y que ya han organizado un «bailobingo» en el pueblo para darse a conocer y una excursión fin de trimestre a Zamora con todos los usuarios que se quisieron apuntar en sus ocho localidades. No les faltan ideas.
«Queremos crear un espacio de desarrollo personal, de hablar de las cosas, de sacar inquietudes…», remacha Marinela, que, como sus compañeras, tiene claro que esto va a salir adelante: «Es imposible que no salga». En este jueves en el que los camiones pasan, como cada día, por la Nacional 122, Ángel, Pilar, Luci, las Manuelas y Maruja pueden volver a casa por su propio pie gracias a que las impulsoras de RuralZa se han echado a la carretera y han llevado la atención a su pueblo. De eso se trata.