Se llama Francisco Escudero Marqués, pero le dicen El Perrete; nació en Lanzarote en 1992, pero se considera de Badajoz, donde se crió y donde ahora vive por y para el flamenco. Allí crea y allí enseña el hombre que, de la mano del guitarrista Rubén Levaniegos, abrirá este jueves 6 de febrero (21.00 horas) un ciclo que el año pasado remató.
En 2024, cerró el ciclo de flamenco con Kiki Morente. Este año, lo abre con Rubén Levaniegos a la guitarra. ¿Qué diferencias hay entre lo que plantea en esta ocasión y lo que se encontró el público anteriormente?
– En este Binomio, vamos a ejecutar cante clásico, pero sí que es verdad que no hay nada estipulado. Hay un esqueleto que puede ser movible, pero sí vamos a ver un disfrute total en la ejecución de los cantes, tanto guitarrísticamente como en la forma de cantar. Más yo, más sin ninguna presión en ese sentido de la ortodoxia.
– ¿Va a haber una parte de sensaciones del momento, de ver un poco cómo responde el público y cómo responde usted?
– Sí, porque Binomio es eso. Se creó con Rubén el año pasado, que lo llamé porque es uno de los guitarristas o el guitarrista primero que yo conocí. Y él, después de trabajar con todas las primeras figuras, ahora ha coincidido que está en el mismo punto. Ambos nos hemos unido sin otra pretensión que hacernos disfrutar el uno al otro. Entonces, eso es lo que se va a encontrar el público, que Rubén me debe de sorprender a mí y yo sorprender a Rubén.
– Desde fuera, ¿cómo interpreta la salud del ciclo de Zamora?
– Yo lo percibo muy bien porque está muy bien compensado. Creo que tiene un poco de todas las aristas de este arte.
– La sensación desde fuera del mundillo es que el flamenco es un arte inabarcable…
– Yo no estoy de acuerdo con eso. Lo que pasa es que sí que es verdad que se ha mitificado mucho todo. Es igual que si te pones a estudiar cualquier otra carrera. Lo que pasa es que, para que a ti te guste la veterinaria y tú puedas ser un buen veterinario, te tienes que apasionar de lo que está dentro de los animales. Tienes que tener esa sensibilidad para que no te asuste o que tampoco te imponga ver un animal por dentro. Con esto, pasa lo mismo. No todo el mundo tiene la sensibilidad para captar el flamenco. Hay tipos de música que no necesitan tanta sensibilidad porque no abarcan tanto y el flamenco sí que la necesita porque no deja de ser una música culta, una música del pueblo y que va más allá de un cante, un baile y una guitarra.
– Le he escuchado decir, en alguna ocasión, que hace falta buscar ese flamenco culto. ¿Es preciso ir hacia una mayor profundidad?
– Es exponer al público un flamenco sano, un flamenco desde la raíz, pero sin llegar a lo que es esa mala bohemia, por decirlo así. O incluso más académico, pero que sea de verdad.
– ¿Por qué hemos llegado a esa mala bohemia?
– Por la vida. Ten en cuenta que el flamenco es muy difícil. ¿De dónde sale? No podemos olvidar de dónde sale. De tabernas y del pueblo; de circunstancias de desacuerdo, del desamor. ¿Por qué cantas cuando estás contento? ¿Por qué cantas cuando estás triste? ¿Por qué lloras cuando estás contento? ¿Por qué lloras cuando a lo mejor estás triste? Son llantos diferentes. Entonces, es tan profundo y tan de verdad que la música del flamenco sale del pueblo. Antiguamente estaba prohibido cantar en los bares, estaba prohibido el cante. ¿Por qué? Porque este tipo de cante lo hacía quien lo hacía. Gente que a lo mejor estaba ebria o que tenía otro punto de vista de la vida.
– Usted da clase a los jóvenes. Más allá de la parte técnica, ¿cómo se traslada esa cultura del flamenco a las generaciones que vienen?
– Se traslada diciéndoles la verdad, diciéndoles que el flamenco no es solamente un juego, sino que puede ser una forma de vida. Estamos hartos de decir que el flamenco hay que sentirlo. Evidentemente, el flamenco se siente, pero también puede ser tu forma de ganarte la vida y de prosperar. Yo a los niños se lo explico así. Les digo: ¿a ti te gusta viajar? Y me dicen sí. Digo, pues gracias al flamenco vas a poder viajar. ¿Tú quieres trabajar? Sí. Pues puedes trabajar en el flamenco. Pero claro, les das ese concepto y después no pueden llegar de golpe y porrazo a una soleá fantástica. No se puede llegar ahí. Hay que ir poco a poco.
– Igual que no se puede pretender pintar como Picasso el primer día que vas a clase de pintura.
– Es que eso es lo que pasa, que ya queremos cantar cosas o llegar a entender cosas que si tú no lo has vivido en tu casa o no lo tienes naturalizado, a la gente se le puede hacer bola.
– En su caso, ¿cómo llegó? Porque creo que no tenía familia de artistas cercana, más allá de la afición de su abuelo por el cante.
– Yo quería ser cantor, pero empecé con otras cosas que no eran ni tan siquiera el flamenco. Y el flamenco que escuchaba, no sabía ni qué palo era ni nada de eso, pero yo sentía que necesitaba cantar como forma de vida. A mí me salía a cantar. Mi abuelo era aficionado, pero tampoco un aficionado que estuviese metido, ni mucho menos. Lo que pasa es que vivir en Badajoz es como vivir en cualquier otro lado que haya flamenco. Tú vives en Zamora y está el ciclo flamenco de Zamora y tú vas a ver flamenco. O por H o por B, con los flamencos de Zamora te empiezas a relacionar y después de ahí te mueves a otro lado y cuando te quieras dar cuenta estás en el mundo. O sea que fue un poco progresivo, la vida misma. Pero eso sí, siempre la necesidad de cantar. No la necesidad de ser famoso ni la necesidad de ser artista. Necesidad física. Cantar fue como una necesidad personal.
– Veo que interpreta que hay gente que se aproxima a este tipo de arte pensando en cosas más allá. ¿Hay demasiadas personas que se acercan a esto como a un negocio?
– Que lo es, lo es. Pero también se suele pagar un precio muy grande. Te convierten en producto y tú no eres dueño de tu arte ni de ti.
– ¿Eso lo vive en primera persona?
– Sí, claro. Lo que pasa es que yo, como no tengo prisa, a día de hoy voy por el camino que yo quiero. Quiero llegar ahí, pero quiero llegar yo. Y quiero llegar consciente de dónde me estoy metiendo, porque puede ser un batacazo grande.
– ¿Sigue, como he visto que ha estado durante todos estos años, vinculado a los antiguos, vinculado a lo que ha sido el flamenco de toda la vida, a los artistas referenciales?
– Mira, es que eso es obligatorio. No puedes ir directo a Paco de Lucía ni a Camarón. ¿Por qué? Porque ellos son una mezcla de todo lo anterior. Sí que es verdad que pasas a Paco de Lucía y llegas a Camarón y dices: disfrute total y me vuelve loco, pero tiene que haber algo más allá. Camarón fue Camarón por todo lo aficionado que era y porque estudió a todos los habidos y por haber. Enrique Morente, lo mismo. Chocolate pasa igual. Y luego todo está ahí, claro.
– ¿No existe eso de los talentos espontáneos?
– Hay gente que tiene mucho talento, pero después ser consciente o elaborar algo que llegue más allá resulta complicado. Sí que es verdad que yo estoy a favor del nuevo flamenco, pero del nuevo flamenco con conocimiento, sabiendo perfectamente y viniendo de una base. Yo no estoy ejecutando solamente flamenco ortodoxo. Yo no soy ortodoxo cantando, yo canto como me da la gana. Sí que canto soleá y soleá como es, pero como yo la siento, como a mí me da la gana.
– Le quería preguntar, por último, acerca de sus influencias desde el punto de vista personal. Usted tiene su campamento base en Badajoz, pero nació en Lanzarote y ha vivido en lugares como Sevilla o Galicia. ¿Hasta qué punto esa trayectoria vital le ha enriquecido la mirada?
– Totalmente. Te hace ser mucho más abierto mentalmente, artísticamente y musicalmente. Yo nací en Lanzarote porque mi padre y mi madre trabajaban allí. Después, me vine a Badajoz y aquí me crié. Mis padres se separaron y me fui a Galicia porque mi madre es gallega y mis abuelos, galaico-portugueses. Después, me fui a estudiar a Sevilla, estuve viviendo en Madrid, luego fui a Barcelona… Es donde te lleve la vida y donde te lleve el seguir formándote. Claro que aporta muchísimo. Si tú no viajas, no te nutres.