No sabemos cómo se llamaba, así que la llamaremos Rosa, porque parece el nombre más propio para la historia. Pero sí sabemos algunas cosas de ella, pocas en verdad. Nacería entre los siglos XVII y XVIII y era de Zamora. Más concretamente, de la comarca de Alba. Y, para afinar aún más, de Carbajales. Sabía bordar, como tantas en aquella época. Y bordó una falda, una de las faldas con más flores de las muchas que se han bordado en su pueblo. Poco más sabemos de ella. De sus descendientes sabemos que honraron su memoria llevando la falda que les dejó en herencia hasta que, vaya a saber por qué, la vendieron.
La historia va cogiendo altura porque la falda la compró (seguramente) Mateo Silvela, el que fuera diputado a Cortes por Zamora entre 1891 y 1889 y, más tarde, senador. Era de Madrid, pero algo debió de quedarle de su paso por Zamora. Silvela fue, entre 1927 y 1934, director del Museo del Traje Regional e Histórico de Madrid. Pero antes de eso, en 1925, fue uno de los donantes que aportaron prendas a la Exposición del Traje Regional, celebrada en el Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid.

Esta historia viene a cuento de una efeméride. Hace ahora cien años, la falda que bordó Rosa, nuestra protagonista, fue una de las aportaciones de la provincia a la Exposición del Traje Regional, germen de lo que ahora es el Museo Nacional del Traje. Ahora, un siglo después, la misma falda recupera protagonismo y será, por derecho propio y por memoria de aquella exposición, una de las varias aportaciones que hace la provincia a la exposición, que se inaugurará en mayo en Madrid, sobre lo que a todas luces puede considerarse el centésimo cumpleaños del Museo del Traje.
Laura Jiménez Izquierdo es conservadora del Museo y comisaria de la exposición del centenario. Ha sido la encargada de seleccionar personalmente las piezas de la indumentaria tradicional zamorana que formarán parte de la exposición y, junto con Silvia Brasero, restauradora, se afana en colocar las prendas sobre los maniquíes de la manera correcta, respetando tanto a la propia prenda como a la tradición que dicta cómo se debe llevar. Hay más prendas, pero la falda es la estrella. «Transmite mucha alegría con los colores, y también movimiento, con el bordado», resume Brasero mientras Izquierdo subraya que «nunca» ha visto una falda de Carbajales con un bordado tan imponente, lleno de rosas, tréboles, amapolas o espigas. «Es preciosa».
Decíamos antes que las descendientes de nuestra protagonista habían llevado la falda porque es la propia prenda la que lo cuenta. «Vemos que hay transformaciones, pasa mucho en estas prendas, que pasan de madres a hijas y después a nietas. Las alturas, las cinturas, son distintas, y la prenda se tiene que estrechar o ensanchar. Es algo que se ve mucho en toda la indumentaria popular», apunta la restauradora.

Laura Izquierdo se centra en los bordados. «Tiene muchos motivos vegetales y florales porque quiere representar el folclore, la tradición». Cuestiones que se ven en esta prenda en concreto y en la indumentaria tradicional zamorana, sobre todo en el extremo más occidental de la provincia, siempre influido por Portugal y por el norte de la península, desde León a Galicia. De hecho, en la exposición inaugural, Zamora fue de la mano con todo el oeste del país, desde León a Extremadura. «Se encontraban más paralelismos con las prendas de estos territorios que con las que se vestían en Castilla», resume Izquierdo.
La imprescindible capa alistana
Entre la representación de Zamora en la exposición de 1925 se encontraba además una capa de Carbajales, muy similar a la más famosa capa alistana. No eran las únicas prendas pues la provincia, recuerda Laura Izquierdo, contó en la muestra incluso con un burro disecado para recrear, en un apartado, una romería. Sobre el burro iba una mujer ataviada con ropajes tradicionales de Benavente y el hombre que tiraba del burro llevaba la capa, casi negra.

El Museo del Traje la guarda con mimo, pero esta prenda no estará en la exposición de este año. Sí habrá una capa alistana, elegida por su representatividad para la provincia y porque la muestra contará además con el cuadro «Mercado zamorano», de Delhy Tejero, en el que la artista toresana representa a un hombre ataviado con una capa de Aliste. «Zamora es un territorio que cuenta con una indumentaria tradicional muy variada y con muchísimos matices», resume Laura Izquierdo, que indica que habrá además un traje femenimo de la comarca de Benavente expuesto en el Museo del Traje.

«Es como restaurar un cuadro»
Las prendas se someten siempre a un proceso de restauración cuando llegan al museo y a varios de mantenimiento a lo largo de su estancia en él. La ropa rota por la exposición para evitar que una exposición prolongada la haga coger formas, y el proceso de puesta de las prendas en un maniquí es casi quirúrgico, guantes incluidos. «Lo primero es una limpieza superficial, que muchas veces es la única que se puede hacer para estas prendas», resume Silvia Brasero.

Después, se hace lo que es posible para intentar recuperar la elasticidad y esponjosidad originales de las prendas sin que ello se traduzca en desteñidos indeseables ni otros problemas. «Se hacen pruebas de migración de colores para ver si se puede lavar, se aspira con un aspirador especial para no hacer daño y, sobre todo, se intenta quitar el polvo, que es abrasivo», continúa la restauradora. Una vez no hay polvo, se hidrata la prenda con vapor frío para que recupere parte de su elasticidad.
Mención aparte merece el montaje en los «comúnmente llamados maniquíes, que son en realidad soportes como si de una escultura se tratase, con formas y tamaños adecuados para que los tejidos descansen sin que sufran ninguna tensión», como sí sucede en el día a día de una prenda normal.
La capa, otra vez, y la presencia de Toro
Zamora ganará protagonismo con la exposición del centenario, pero la provincia está presente de continuo en la exposición permanente del Museo del Traje de Madrid. En una de las primeras salas del recorrido llaman la atención tres prendas, dos femeninas y una masculina. La de hombre está clara: una capa de Aliste. Imponente, pesada, atrae las miradas de los visitantes. Las prendas femeninas han llegado de Toro y de Pozoantiguo, y son dos trajes festivos, especialmente llamativo el de viuda rica de Toro. Un traje que tiene una denominación cuyo origen se desconoce y que en realidad no tiene nada que ver con la viudedad. Es de terciopelo negro y bordado a aguja con motivos de flores y vegetales. El de Pozoantiguo, mucho más colorido, está bordado con lanas de colores propios de la escuela de bordado de Zamora.

Las exposiciones, tanto la permanente como la temporal, se esfuerzan en intentar explicar de forma didáctica al espectador cual es la historia de los trajes que se muestran. Reflejo, en la mayoría de las ocasiones, de tradiciones que los pueblos se esfuerzan en mantener ante el incipiente avance de sus dos grandes amenazas: la globalización y la despoblación. Si alguien le preguntara a Rosa, nuestra protagonista del principio, sobre el futuro de la falda que bordó, seguro que hubiera preferido que fueran sus descendientes las que la siguieran usando. Eso sí, si hay que acabar tras una vitrina, que sea aquí.