Cesáreo llegó a Madrid con su madre hace 27 años, cuando tenía seis. Mari Luz y Obdulia llevan en la capital décadas, ejemplo de la emigración de los años sesenta y setenta. Alba aterrizó hace cuatro años y María José, hace unas pocas semanas. Son solo cinco de las más de treinta mil personas nacidas en la provincia que actualmente viven en Madrid y son, cada uno desde su peculiar punto de vista, la mejor fuente a la que uno puede acudir cuando quiere explicar un fenómeno, el de la emigración, que vacía unas zonas del país mientras tiene otras sobrepobladas. En el caso de Zamora, es obligado mirar a Madrid.
Si hubiera que presentar a las personas que han participado en este reportaje como si esto fuese un cartel de toros, habría que empezar por Obdulia Ríos y por Mari Luz Uña. La primera es de La Torre de Aliste, un pequeño pueblo que ahora tiene 55 habitantes y que pertenece al Ayuntamiento de Mahíde. La segunda es de un sitio con aún menos gente: Bercianos de Vidriales, una pequeña pedanía perteneciente a Santibáñez de Vidriales que hoy tiene poco más de treinta personas censadas. Ambas llegaron jóvenes a Madrid y, curiosamente, en el caso de Obdulia fue ella la que «tiró» de sus padres y no al revés. Ambas comenzaron trabajando en la limpieza doméstica, la primera como «doncella» en la casa de una familia adinerada y la segunda como interna en un piso del centro de Madrid. Ambas han hecho su vida en Madrid, ambas han tenido hijas, ambas les han inculcado el amor, aunque fuera en la distancia, a una provincia que no las vio nacer a ellas pero sí a sus madres.
El orden de la liturgia taurina, que se elabora por antigüedad, continúa con Cesáreo Macías Román. Es ingeniero y recuerda llegar a la ciudad con seis años acompañando a su madre para «empezar de cero». Ahora trabaja en una multinacional, Adidas, y no tiene dudas cuando se le pregunta sobre cuál considera que es su hogar, una cuestión pertinente cuando alguien llegó a una ciudad con solo seis años y ha desarrollado gran parte de su vida en ella. «Yo soy de Andavías». Primero con su madre, y después él solo, Cesáreo se ha ocupado de mantener los lazos con su tierra, tiene allí a sus amigos y en ella imagina su futuro.
Alba Domínguez es de Zamora, salió de casa a estudiar Publicidad y Relaciones Públicas a Segovia y, como tantos jóvenes, no ha vuelto. Trabajó en Barcelona y con el tiempo recaló en Mediapro, donde es responsable del Área de Nuevos Negocios. Fruto de ese trabajo, lleva cuatro años viviendo en Madrid. Su familia se mantiene en la capital. El cartel termina con María José Pérez, que llegó hace un mes aunque, en realidad, la que ahora inicia es su segunda etapa en Madrid. Es de Almaraz, estudió Historia del Arte en Salamanca y acaba de aprobar una oposición de Conservadora de Museos. Trabaja en el Ministerio de Cultura y celebra que, ahora sí, ha encarrilado definitivamente su vida.
No hace falta ser muy observador para ver en las presentaciones uno de los primeros rasgos diferenciadores de la emigración de antes y la emigración de ahora: los trabajos. Las dos primeras protagonistas acudieron a Madrid, dicen ellas mismas, «a ganarse la vida», a trabajar «de lo que fuera» y a labrarse un futuro que les era más complicado en su provincia de origen. Las dos últimas tienen trabajos tan especializados que pensar en un regreso rápido a su tierra es una quimera. «Yo, hoy por hoy, lo veo imposible», zanja Alba. «Desarrollar mi carrera ahora en Zamora sería muy complicado», concluye María José. El caso de Cesáreo, que viajó con su madre de niño, es una mezcla de ambos.
La necesidad, desaparecida, de hacer comunidad
Pero hay diferencias de bastante más calado. Los cinco zamoranos se reúnen en la Casa de Zamora en Madrid para charlar, animados por la invitación de este periódico. La propia llegada a la sala, cercana a Gran Vía, revela muchas cosas. Mari Luz (anfitriona del reportaje, pues es presidenta de la Casa de Zamora en Madrid) y Obdulia son buenas amigas. Se saludan con la alegría con la que uno saluda a un ser querido cuando lo ve, tienen recuerdos comunes y las anécdotas de una son de sobra conocidas por la otra. Sus hijas son amigas. Cesáreo, Alba y María José se presentan. No se conocían antes de la charla.
La conversación deriva en el papel de la propia Casa de Zamora a lo largo de los años y en la necesidad de rodearse de personas cercanas que los emigrantes de hace unas décadas tenían y que las personas que llegan ahora a Madrid ya no tienen. «Antes, cuando llegabas a Madrid, venías aquí. Aquí estábamos todos, aquí cenábamos, aquí bailábamos y nos divertíamos. Nuestras hijas se conocen porque se han criado aquí, todas juntas. Se hicieron amigas y son todavía amigas, ahora que ya son mayores». Las dos, Mari Luz y Obdulia, reivindican el papel de la Casa de Zamora a la hora de conformar una comunidad zamorana en Madrid que aún se mantiene aunque, eso sí, con una media de edad cada vez mayor.
Y no será porque haya dejado de llegar gente. «Lo que pasa es que algo se ha roto, habría que saber qué es», reflexiona Cesáreo. Los emigrantes de ahora no tienen ya esa necesidad de rodearse de personas de su tierra como sí la había antes. «Yo intento ir siempre a mi pueblo una vez al mes, más si acaso, y paso allí temporadas largas gracias al teletrabajo», continúa el ingeniero de Andavías. «No tenemos esa necesidad de rodearnos de zamoranos porque las cosas ya no son como antes», apunta Alba, que indica que «en una hora puedes estar en casa» y que las comunicaciones son ahora «mucho más fáciles». La Casa de Zamora ha perdido protagonismo y algunos de los asistentes a la charla reconocen que es la primera vez que cruzan esas puertas. «No sabía que había esto aquí», reconoce Alba.
«El zamorano en Madrid, el madrileño en Zamora»
Las nuevas tecnologías han hecho también lo suyo, añade María José, que plantea además el tema del «desarraigo» que afecta a tantos emigrantes. «Somos parte de todos los sitios en los que estamos. Lo que sucede es que, por mucho que quieras mantener los lazos, no estás allí». Y la vida avanza mientras tanto. «Esa es la peor sensación», resume. «Ser el zamorano en Madrid y el madrileño en Zamora», apostilla Cesáreo.
Todos, cada uno a su manera, llevan su tierra dentro. Los jóvenes hacen gala de embajadores de su provincia, dicen enfadarse cuando alguien todavía les pregunta que dónde está Zamora («hay mucho inculto») y reflexionan sobre un sentimiento de pertenencia que, más que a la tierra, les liga a su familia. «Yo soy de Zamora porque allí está mi familia. Si mi familia se fuera a Segovia, pues Segovia. Quiero decir que no voy a Zamora por ser Zamora, voy por mi familia», añade Alba. «Almaraz», apostilla María José, «son mis raíces, es de donde vengo». Mari Luz y Obdulia han llevado a cabo un trabajo de décadas para, incluso, inculcar a sus hijas la procedencia de una tierra en la que ya no han nacido, en la que no han tenido infancia ni han estudiado. «Tú les preguntas a mis hijas que de dónde son y te dicen que de Zamora, aunque ya hayan nacido en Madrid», celebra Mari Luz Uña.
Hay también diferentes perspectivas cuando se habla de volver. Alba y María José lo descartan en el corto plazo mientras que las dos participantes de más edad no tienen ya que aventurarlo, pues la experiencia habla por ellas. «Una vez formas la familia y tienes hijos ya es complicado» moverse.
– «Yo, cuando me jubile, me voy. Seguro», apunta Alba.
– «Y yo, y yo. Sin duda, vamos», añade María José.
– «Ya me lo diréis cuando os llegue», contesta Obdulia.
– «Volver es obligatorio», apunta tajante Cesáreo, que no está por la labor de esperar a la jubilación para coger el tren de regreso.
Obdulia y Mari Luz cruzan la mirada y se sonríen, resignadas a los comentarios.