Sobre los charcos del suelo ya se refleja un poco el sol. Son las doce de la mañana del sábado 25 de enero en Muelas del Pan y parece que el temporal amaina. Han sido horas de consultas a las páginas del tiempo, de miradas al cielo y de preocupaciones. Sobre todo para las mujeres que esa mañana ejercen como anfitrionas del encuentro provincial de águedas. Las 45 que juegan de local no quieren que el día se desluzca. Aunque sople fuerte el viento y les complique la vida. Aunque haga frío. Aunque no sea el rato más cómodo de sus vidas. Pero que no llueva.
Algunas de las mujeres de Muelas han ido sin fallar a los sucesivos encuentros anuales que la Diputación viene organizando por la provincia. Este es el octavo, y se esperan 1.500 águedas. Todo ha de comenzar a las doce y cuarto, pero un ratito antes ya danzan casi todas por allí. Muchas son veteranas, con kilómetros de bailes en torno al 5 de febrero en sus piernas. También con la dosis de maldad justa para colar confeti por la ropa, deshacer lazos o meter un par de sustos.
Otras son más jóvenes, se fijan en las de al lado, se integran, se empapan de la cultura de las mayores, que la aprendieron a su vez de quienes ya no están. Aunque la tradición de las águedas haya evolucionado, o hasta se haya empequeñecido en algunos lugares, no deja de ser un punto de arraigo para las mujeres de una provincia que se junta para festejar y para reivindicar su identidad.
Las que se suman más tarde se van acercando a la Plaza Mayor, el epicentro de todo: «Ya se siente el lío», apunta una de ellas, mientras aprieta el paso para no perderse nada. En el lugar, resulta difícil saber dónde atender. Por un lado, suenan las castañuelas; por el otro, las dulzainas; más allá, las gaitas. Cada grupo se mueve al ritmo de su baile, mientras otras aprovechan para hacerse las fotos de rigor, ahora que todavía están enteras.
En cuanto a la vestimenta, lo que los modernos dirían ahora «el outfit» aguedero, cuesta distinguir variedades entre los neófitos, aunque cada cual tiene su particularidad. «Nosotras hemos traído el más sencillo, por si el antiguo se nos mojaba», aclara una señora de Peleagonzalo, que aprovecha para invitar a quien la escucha a los tres días de fiesta que se vienen por el pueblo a comienzos de febrero.
Cerca de ellas están también las de Santa Clara de Avedillo, las de Moveros, las de Morales, las de Villanueva del Campo, las de Valdeperdices, las de Andavías, las de Quiruelas de Vidriales, las de Alcañices, las de Benavente… Todas han venido en los autobuses que rodean la plaza. Cada una desde su rincón. Cuando pasen la ceremonia, el desfile, la misa y la comida regresarán al vehículo que las dejará a la puerta de casa. Pero antes hay que bailar. Y gritar. Y celebrar, que para eso está la vida.
El mando, para Carmen
A la hora convenida, las autoridades asoman por el balcón del Ayuntamiento y miran a la plaza. Allí están los dirigentes de la Diputación, con su presidente Javier Faúndez a la cabeza; también ha venido la vicepresidenta de la Junta, Isabel Blanco, vestida para la ocasión; y no podía faltar el alcalde de Muelas, claro, Luis Alberto Miguel. Faúndez es quien guía la ceremonia para encaminarla hacia la persona que la va a protagonizar. Su nombre es Carmen, de apellidos Calvo Lorenzo, y el 5 de febrero cumplirá 50 años en la cofradía del pueblo anfitrión.
La águeda mayor recibe el bastón de mando del Ayuntamiento. También el de la Diputación, algo inédito hasta la fecha. Luego, escucha que el encuentro de su pueblo ha batido el récord de asistencia de las ocho ediciones: 1.500 mujeres más los curiosos. Nada mal. Aplauso de castañuelas desde abajo para celebrarlo: «Son 50 años de salir con las águedas y de trajes heredados y hechos con mis propias manos», clama Carmen desde el balcón, antes de bajar con las demás.
Luego, el desfile se abre paso por las calles de Muelas para dar paso a la misa y la comida, pero lo principal al aire libre ya está hecho. Y no ha caído ni una gota. Las águedas mandan en el pueblo y en la provincia, y mujeres como Carmen aprovecharán el día para recordar a las de antaño y enseñar a las nuevas. Hay «lío» para rato con las mujeres de Zamora.