Carmen Calvo recuerda que el día que entró a las águedas de Muelas del Pan, también se incorporaron otras dos mujeres: Teresa la de Anselmo y Ana Mari «La Chisca». Lo cita así, con los nombres de carrerilla. Aquello sucedió el 5 de febrero de 1975, así que en apenas unos días se cumplirá medio siglo. Se dice pronto. Carmen no es del pueblo, pero casó allí, así que al llegar de Villalcampo empezó a ver de qué iba aquello y se metió: «No sabía nada de la cofradía, solo que me gustaba el baile», admite 50 años después la protagonista de esta pequeña historia, que ahora se ha situado como la águeda con más antigüedad de la cofradía.
Esta mujer lo cuenta todo desde la sala del Ayuntamiento de Muelas del Pan donde se ha juntado con varias compañeras para hablar de la historia del colectivo, de la tradición, del cambio y del encuentro provincial de águedas que su pueblo acogerá este sábado 25 de enero. A las allí reunidas les inquieta la lluvia, pero miran a la jornada con ilusión. Algunas llevan unos años ya recorriendo otras citas similares en Benavente, Moraleja, Fuentesaúco o donde toque. Y ahora toca en casa.
A la charla acude una nutrida representación de las águedas de Muelas. En concreto, nueve, pero solo se trata de una quinta parte del total. La cofradía cuenta ahora con 45 mujeres, y eso que cuando entraron Carmen, Teresa la de Anselmo y Ana Mari «La Chisca» eran «muy poquitas». Eso sí, «muy unidas». Luego, llegó la hornada de Esperanza Pelayo y un año en el que entraron «16 de golpe». Poco a poco, se fue consolidando de nuevo una tradición que, en el periodo posterior a la Guerra Civil, implicaba a más de cien mujeres en la localidad.
Quien lo explica es la citada Esperanza, que apunta que su madre era águeda y que recuerda aquellos tiempos de presencia masiva de mujeres en la cofradía. Claro, la época era distinta, la estructura de la población también. Ya cuando ellas accedieron, la cosa estaba cambiando, el éxodo había empezado y la sociedad no era igual. Por eso, y a la vista de un nuevo paradigma en las relaciones, los casamientos y las formas de vivir, el colectivo tomó una decisión en aras de revitalizar la tradición que les legaron sus antepasadas.
«Esto era una cofradía de casadas, pero nosotras lo cambiamos hace algunos años. Como la gente mayor va falleciendo, esto había que renovarlo, así que ahora puede entrar cualquier mujer. Lo mismo da que esté casada, junta o separada. El límite que hemos puesto es que no sean niñas, porque a veces dices o hablas cosas que a según qué edades no se tienen que escuchar», explica Esperanza, que intercala en su relato las vivencias que guarda del pasado y la liturgia que se ha impuesto ahora cada viernes y sábado posterior al 5 de febrero en la localidad.
Hay que recordar que lo de este sábado es el encuentro, pero Santa Águeda se celebra once días después. Lo que ocurre es que muchas cofradías lo adelantan o lo retrasan para hacerlo coincidir con el fin de semana. En Muelas, este año toca el 7 y el 8 de febrero. «En su día, se hacían unos juegos en las casas y hasta se desmontaban las habitaciones porque no había sitio para tanta gente», rememora Esperanza, que indica que varias de esas costumbres han cambiado. El asunto de la cena en los hogares, por ejemplo. Ahora, van a un local.
Lo que no ha cambiado es la tradición de llevar una figura muy particular que «no hay en parte ninguna» salvo aquí. En sus homenajes gastronómicos, sus bailes y sus rituales, las águedas de Muelas siempre viajan acompañadas por una santa de tamaño reducido que no estará en el encuentro por motivos personales de quien la guarda este año, pero que sí llegará para la fiesta de verdad.
Aferradas a esa imagen, las mujeres se juntan para comer y para cenar (por la noche también van los maridos), bailan por las calles del pueblo, acuden a misa el viernes por las vivas y el sábado por las difuntas, y lucen los trajes, claro. Las habladurías dicen que también hacen alguna que otra maldad, pero ellas aseguran que se comportan: «No como antes, que si te acercabas te pelaban», advierte otra de las veteranas, Teresa Rodrigo. «Te tiraban del pelo», matiza Esperanza.
María Arribas lo recuerda bien, porque el baile de antaño se hacía en casa de su familia. A los 85 años, aún lo guarda en la memoria junto a juegos como el de la botella. Quien lo dice por ella, sentada a su lado, es Lucía Pérez, que es la águeda número 44 de Muelas del Pan. Se ha apuntado recientemente: «Me fui hace doce años con mi marido a Segovia y me hice águeda allí. Ahora, he vuelto y no me he dado de baja de las otras, pero me he incorporado a estas», ríe la mujer, que cita la pasión que tenía su madre por la fiesta.
Las que llegaron de fuera
Frente a ella aparece la número 45, la última en apuntarse. Su nombre es Inocencia Ortiz, nació en Alemania y sus padres eran de la localidad jienense de Bailén. Pero cosas de la vida, se casó con un hombre de Muelas del Pan y, tras dar algunas vueltas, en marzo de 2024 se mudó a esta localidad. Como el cambio la pilló justo después de las águedas del año pasado, esta mujer admite que ni siquiera ha visto nunca de qué va la tradición: «He leído y me han dicho cómo es, pero no he estado», concede la vecina. Ahora bien, «donde fueres, haz lo que vieres».
Sí que las vio algún año antes de apuntarse «una gallega que vino de intrusa al pueblo». Así se define Maruja Suárez, que se plantó en Muelas en el año 90 y que ahora ya suma 14 o 15 cincos de febrero como águeda: «Me he hecho el traje, el manto y todo», asevera esta mujer, otro ejemplo de que este es un grupo variopinto. Las de toda la vida, las que se incorporaron tarde, las que llegaron del pueblo de al lado o las que vinieron de muy lejos. En el encuentro de este sábado y en la fiesta grande de un par de semanas después, todas se divertirán unidas.