En la víspera del sábado más cercano al 17 de enero, la iglesia de Domez es un lugar particular. Por algún rincón empiezan a aparecer botellas de vino y de licor, o cajas de pastas para la subasta del día siguiente; en otro lado del templo, un grupo de personas saca las andas de un cuartito para colocar a San Antonio; y, detrás de ellos, uno de los más prudentes busca una escalera de mano para facilitar la acción que varias personas del pueblo están a punto de emprender.
Efectivamente, ese grupo de gente está bajando al santo de su lugar habitual para colocarlo en la zona baja del templo y dejarlo listo para la bendición de los animales y la procesión del día siguiente. La tarea exige una cierta precisión, porque a ver quién le cuenta luego al vecino que la imagen se le ha ido al suelo. Por suerte o por gracia divina, todo se resuelve sin sobresaltos y la tarde de los preparativos puede continuar con el ceremonial previsto. Los hombres y mujeres que han ejecutado este descendimiento de la figura son los mayordomos de este año, y tienen jera el viernes en Domez.
«Lo que hacemos es preparar al santo, decorarlo, traerle flores, poner unos centros y limpiar la iglesia», explica Mari Carmen Carbajo, una de las encargadas de la tarea posterior a la escena ya descrita. En paralelo a esa labor, otros tres mayordomos de nombres Domingo, Antonio y Miguel marchan con la furgoneta rumbo a cada casa abierta del pueblo para pedir la limosna y los donativos para la subasta del día siguiente. Algún neófito pensará que esto será cosa de poco, pero en 2024 se recaudaron 2.700 euros en la cita identitaria de Domez con San Antonio.
Básicamente, lo que va a suceder este sábado es que las gentes del pueblo van a formar el círculo de la subasta a la entrada del templo, tras la procesión y la misa, y van a iniciar una puja con todos los productos que los propios vecinos donan entre el viernes y el sábado. Por los bancos que se colocarán en la plaza se hallarán, como es costumbre, botellas con bebidas de toda índole, pastas industriales o caseras, bollos y tartas hechas con mimo, derivados del cerdo de cualquier clase, restos navideños como turrones o polvorones, y hasta animales vivos como pollos o conejos.
Esto último era más común antaño, pero aún resiste. Lo que pasa es que el viernes nadie da seres vivos. Conviene no convertir la iglesia, el lugar donde se guarda todo, en un corral. Por aquello del respeto, del decoro y hasta de la limpieza. Lo que Domingo, Antonio y Miguel se llevan en su viaje en furgoneta viene todo inerte, pero es una evidencia de la generosidad del pueblo con el santo y de su implicación con la tradición que más arraigo posee en esta localidad del oeste de la provincia.
Ya por las calles del pueblo, los tres mayordomos van haciendo paradas para llamar a las puertas, alertar a sus paisanos e ir haciendo viajes para descargar en la iglesia. Una mujer les da botellas y pastas; otra les añade una pieza generosa de tocino; una más les echa encima un surtido de productos con 24 huevos incluidos: «El bollo que lo haga quien los coja», apunta la mujer que aporta ese amplio donativo.
Casi en la vivienda de al lado, Maribel sale con un bollo recién hecho, pero la recomendación es que eso también se lleve en el día, para que pase la noche reposando: «Mejor a la mañana, encima está caliente», explican los mayordomos antes de seguir con su gira particular. Todo apunta a que, este sábado, ese postre casero tendrá demanda. Y quienes pujarán serán los mismos que han ido dando sus propias cosas. Al final, el beneficio es para el santo, que es lo mismo que decir que el dinero se lo lleva la parroquia. Es decir, el pueblo. Todo sale de la gente y redunda en beneficio de ella.
«Los que están fuera, en Madrid o sitios así, también vienen», señala Mari Carmen, cuyo hijo, Enrique Ferrero, ejerce como subastador y azuza a los vecinos para que pujen más con el clásico latiguillo «¡Y más vale!». «Muchas veces, el que trae los animales pone dinero porque los quiere recuperar», destaca la mayordoma, que asegura que la tradición goza de buena salud, a pesar de que el producto que se pone en liza haya ido variando con los años. Los tiempos mandan, pero el sentimiento empuja hacia el cambio y no hacia el olvido.
Tras la subasta, las gentes de Domez se juntan por la tarde al refresco y por la noche a la discomóvil. Luego, llegará el domingo, muchos marcharán y el resto de enero será el enero de los pueblos de Zamora, pero siempre la referencia seguirá marcada en el sábado más cercano al día 17 del primer mes del año. Ahí se repetirá la liturgia, cambiarán las personas, otros irán al volante en busca del género y serán distintos los que limpien el templo, pero el arraigo se mantendrá. De eso se trata.