Me asombra que nada esté relacionado y sin embargo todo lo esté. Aparentemente, el hecho de comprar un coche eléctrico nada tiene que ver con la descabellada idea de que a miles de kilómetros de tu concesionario favorito se desate una guerra por los recursos. Pues, desde el más elemental sentido común, nadie en su sano juicio querría robar por la fuerza los minerales que hay en el jardín del vecino. ¿O estoy equivocado?
Algo claro en lo que podríamos estar de acuerdo se refiere a la utilización de determinados minerales para la fabricación de los componentes con los que se fabrican los automóviles eléctricos. Estamos hablando del litio, elemento esencial en las baterías y bastante escaso en el planeta Tierra, pero también, entre otros, del cobalto, el grafito, el aluminio, el manganeso, el níquel o el cobre. Cada uno a su manera cumple una función clave en el proceso de electrificación, y cada uno, a su manera, precisa también de las pertinentes minas de extracción, las cuales no siempre, como cabe imaginar, son un dechado de bondades. ¿Alguna duda sobre la veracidad de las fotografías de Sebastião Salgado que ponen de manifiesto las terribles condiciones de extracción minera en determinados países?
Sin tener que acudir a Ucrania, a Brasil o a cualquier país de África, ahí, a la vuelta de la esquina, en los términos municipales de de Losacino de Alba, Vegalatrave y Samir de los Caños se proyecta una modesta mina de manganeso de alrededor de 120 hectáreas. Nada que ver con las inmensas minas de Gabón, donde basta derribar un bosque para meter un par de excavadoras y forrarse a puro sacar mineral y de paso vender madera. No, estamos hablando de tierras relativamente pobres en manganeso y por esa razón, y no por otra, la empresa ha tenido tantas dudas en iniciar la explotación.
Pero he aquí que el manganeso es un mineral clave en la fabricación de cátodos para baterías y que además también se emplea para fortalecer la estructura de los propios coches, y es por esto que su precio en el mercado no ha parado de subir. Es decir, aunque estemos hablando de un terrenito (¿qué son 120 campos de fútbol juntos?) y de una escasa producción, lo cierto es que la rentabilidad depende en gran medida de la demanda, y si esta sigue aumentando, aumentarán los precios del mineral, y por lo tanto, la mina adquirirá completo sentido (desde el punto de vista económico).
Además, el que se trate de una mina modesta también puede ser visto como una ventaja: no corremos el peligro que nos invadan, pues seguro que hay otras mejores, ni tampoco que se de un golpe de Estado para que los recursos pasen de mano, algo bastante frecuente en África, por ejemplo.
Hasta aquí, como vemos, todo bastante correcto. Ahora bien, cuánto petróleo hay que seguir extrayendo para mover las máquinas que romperán una y otra vez esas mediocres hectáreas para que al final se obtengan las toneladas suficientes que a precio de oro sirvan para fabricar…
Vaya, se nos ha olvidado hacer el cálculo de la cantidad de coches eléctricos que se beneficiarán del manganeso extraído.
Sí, un gran olvido, porque resulta que si el objetivo de fondo era luchar contra el cambio climático y una de las maneras era hacer más y más coches eléctricos, deberíamos restar lo que le cuesta al planeta, en términos de biodiversidad y consumo de fósiles, extraer todos esos recursos que hacen posible la electrificación. Pero no solo la extracción de cada uno de los minerales con los que se fabrican los coches sino asimismo su transporte y conversión en elementos de uso. Y por supuesto también la extracción de esos otros con los que se fabrican los aerogeneradores y las placas fotovoltaicas, porque a ver si ahora resulta que vamos a enchufar el coche a una red eléctrica suministrada por centrales de gas de ciclo combinado, o peor aún: de carbón.
Sí, ya sé que para una provincia como Zamora, azotada por la despoblación, los puestos de trabajo que atraerá la mina son importantes pero ¿qué pasa si no se venden tantos coches eléctricos como se esperaban? ¿Cerrará la mina y dejarán las 120 hectáreas como un boquete más de los muchos que hay en la provincia a causa de minas y canteras sin restaurar?
Para ayudar a que esto no pase el Ayuntamiento de Manzanal de Arriba adquirió, no hace mucho, tres vehículos eléctricos por valor de 158.310 euros. No queda claro si la vida útil de estos vehículos es capaz de compensar los costes ecológicos derivados de la fabricación y extracción de recursos, pero al menos nos tranquiliza el hecho de que sean para uso público pues es bastante evidente que la fabricación de millones y millones de coches eléctricos de uso privado supondría la apertura de tantas minas de bajo rendimiento que tendríamos que convertir el planeta en un gigantesco boquete (con su pertinente plan de restauración para generaciones venideras).
¿He dicho para uso público? De momento, las vecinas y vecinos de Manzanal de Arriba siguen yendo al médico a Mombuey utilizando coches privados. Pero he de reconocer que estos cacharros son muy útiles en las múltiples visitas a las innumerables obras públicas que acomete el Consistorio.
¿Me habré perdido algo en todo este embrollo? De algo sí estoy seguro: que el dinero de la compra de los artilugios ha salido de nuestros impuestos, es decir: de lo que pagamos los ciudadanos vía tributos. También tengo claro que los vehículos se alimentan de electricidad que produce una determinada empresa, y que esto, a fin de cuentas, mueve el dinero.
Quizá solo se trate de eso, de dinero (dinero público).
Tal vez debamos dejar de hablar de cambio climático, sería lo más prudente.