Todavía quedan un par de horas para que oscurezca, pero el frío ya está llamando a la puerta en Asturianos, un pueblo ubicado en el tránsito de la carretera nacional entre Mombuey y Puebla de Sanabria. Aquí, en enero, lo conveniente es abrigarse, pero para entrar en calor también vale corretear tras un perro cuesta arriba. Eso hacen un muchacho de trece años llamado Ángel Santiago y dos mellizas de nueve que responden a los nombres de Zoe y Sara Camila. Los tres llevan un par de meses viviendo aquí, y dicen que les gusta la temperatura. No es mal comienzo. Tras ellos, Jennyfer, su madre, sonríe al verles jugar con el animal, que cojea de una pata, pero que tampoco pierde el ánimo.
A esa misma hora, a un puñado de kilómetros de allí, el padre de los tres niños anteriormente citados y marido de Jennyfer, Jhonny, remata su jornada de trabajo como operario en una planta ubicada a un paso de Palacios de Sanabria. Pasadas las seis y media, cogerá la moto que le han prestado para desplazarse y regresará a Asturianos para reunirse con su familia. Eso, lo de volver a estar todos bajo el mismo techo, ocurre ahora cada vez que anochece, pero hubo un tiempo cercano en el que no era así. Y hay una historia detrás.
Jennyfer, de apellido Sánchez, lo resume así: «Allá sufríamos unos problemas, así que mi marido vino porque tenía una tía acá». La tía en cuestión residía en una urbanización diseminada, no demasiado alejada de Peleas de Arriba, así que ese fue el lugar en el que se presentó Jhonny, de apellido Dávila. Lo hizo solo, sin los suyos, a asentarse para después recibir a los demás en otro continente. Con el respaldo de su pariente, el padre de familia fue tirando hacia delante, pero siempre en casa ajena, «a una hora de coger el autobús» para desplazarse a Zamora y sin sus hijos ni su mujer. Eso último, sobre todo.
Pasado algo más de un año, y en un contexto de inseguridad para Jennyfer y los niños en Cali, la ciudad donde vivían, la familia decidió que era el momento de reunirse. Pero Jhonny seguía en casa de su tía, con el marido de esta y con alguna otra persona más. Demasiada gente. Había que buscar alternativas. Y en esas estaba el colombiano cuando vio por Facebook una noticia sobre el proyecto Talento 58 y su acuerdo con la Diputación. Es decir, aquella iniciativa mediante la cual los pueblos ofrecían trabajo y alternativas de vivienda para tratar de atraer a población venezolana que generalmente residía en las grandes ciudades de España.
El caso de Jhonny no encajaba del todo en esa idea, pero el padre de familia se plantó en la Diputación, preguntó y se topó con Ramiro Silva, vicepresidente segundo de la institución y alcalde de Asturianos. Y ahí encontró el camino. El político le explicó que había una empresa que buscaba trabajadores y que su familia podría alquilar una vivienda ubicada en un edificio municipal, al pie del propio Ayuntamiento y por encima del consultorio: «Teniendo trabajo aquí, ni me lo pensé», asegura ahora este sudamericano de 36 años. Sus hijos y su mujer acababan de llegar a España, y todos iniciaron una nueva vida en el noroeste.
Ahora, sus hijas van al cole en Palacios de Sanabria y su hijo, ya adolescente, marcha a Puebla al instituto. Por las tardes, salen, van solos, juegan con el perro que cojea de una pata, y Zoe y Ángel Santiago sueñan con poder apuntarse al equipo de fútbol de la zona. Ninguno de ellos echa de menos el calor de Cali. De hecho, aprecian el frío de Asturianos, y repiten que están «amañados». Es decir, acostumbrados a lo que les toca.
«Lo que resulta bastante difícil es que son culturas diferentes. Acá tenemos cosas distintas a las que había allá en la ciudad», concede Jennyfer, que ahora pone el foco en la búsqueda de trabajo para ella, con el lastre de carecer de coche y de permiso de conducir. De momento, aspira a encontrar algo directamente en Asturianos: «Yo quisiera ayudarle a mi esposo, pero también a mi hermano y a mi madre que están en Colombia», apunta la mujer, que extrañó a esa parte de la familia en Navidad, pero que insiste en lo «acogedor» del lugar al que han venido a parar.
Tanto ella como sus hijos repiten constantemente la palabra «chévere» para referirse al buen trato de la gente, a la amabilidad, al apoyo. Sobre todo, Jennyfer lo nota con sus hijos: «Ellos están acostumbrados a no poder jugar por ahí solos y las personas aquí, como son muy mayores, no están habituadas a ver niños. Dicen que les alegran mucho», subraya la madre colombiana. De momento, no hay queja.
La familia va «amañándose»
Los propios niños vencen la timidez para admitir que van amañándose, acostumbrándose. Las chicas cogen el autobús para ir a cursar cuarto de Primaria; el muchacho va a segundo de la ESO. De momento, los viajes que realizan se reducen a eso, pero la intención de su padre es ir haciendo un colchón para comprarse un coche: «Cuando eso pase, se nos va a hacer mejor la vida», augura Jhonny, que habla de salir del pueblo, moverse a Zamora o a Benavente y conseguir que sus hijos «no se sientan solos».
Eso sí, de momento, todo con Asturianos como punto base. «De cuando estaba donde mi tía hasta ahora, he mejorado mucho. Personalmente, no pienso volver a Colombia, quiero estar acá», asevera el colombiano, un rato antes de coger la moto y volver al hogar: «La compañía de ellos, para mí es lo mejor», concluye.