La idea de la Historia como la concatenación de sucesos y no como acontecimiento lineal es aceptada entre una gran parte de la historiografía contemporánea. Es decir, un campesino del siglo XV no se fue a la cama siendo un hombre medieval y se despertó con ansias de recuperar los modelos de la antigua Grecia y percibiéndose a sí mismo como renacentista.
Sin embargo, desde un punto de vista occidental, la ordenación del tiempo y los hechos ha sido una necesidad convertida en uno de los pilares de esta occidentalidad. Como ya dije en algún otro sitio, un calendario o una línea temporal son un instrumento para regir y acomodar al ser humano, algo tan indomable que ha necesitado inventar mil expresiones para creer que es suyo: detener el tiempo, medir los tiempos, ganar tiempo.
Testigos de este tiempo y esta linealidad han sido los historiadores e historiadoras teniendo a la prensa como enviada especial a ese futuro que es ya pasado. Y ambos cronistas del tiempo se han servido de los mismos instrumentos: la escritura y la imagen. Tal vez es la escritura la principal aliada de la memoria que, como dice Depedro, tiene hijos poderosos. Lo que está escrito se recuerda, pero en un golpe de contradicción, la misma escritura puede matar a la memoria. Platón lo auguraba en su Fedro viendo cómo, paradójicamente, lo que debería ser una herramienta creada para el recuerdo a su vez alentaba el olvido:
Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. (Platón, Fedro, 274d-275b).
Siglos más tarde no salió mucho mejor parada nuestra segunda aliada en común. La fotografía, ante los ojos de críticos como Baudelaire, no era más que una invasora corruptora de la memoria, que roba rostros, lugares y cosas que pertenecen al pasado. A lo que hoy debemos añadir el peligro de las falsas imágenes creadas mediante inteligencia artificial y otros procedimientos.
En el pastel multicapas en el que se ha convertido el mundo actual, la proliferación de falsos historiadores y de pseudo periodistas habla de la importancia del control del pasado y del presente, dándole la razón tanto a Platón como a Baudelaire. Imperiofílicos, propagadores de fake news, presentistas, voceros, etc. construyen un terreno enfangado donde la sociedad encuentra serias dificultades para dilucidar qué es cierto y qué es fruto de una ensoñación dirigida a algún fin alejado de la verdad.
La construcción de un relato siempre viene dada desde la subjetividad del individuo. Cualquier pretensión de objetividad personal es tan falsa como peligrosa, aunque venga desde la ignorancia: somos hijos de un contexto histórico, político, económico y social (si acaso no son todos lo mismo). Como profesionales, debemos ser conscientes de ello y trabajar desde esa subjetividad intentando analizarla y entenderla para ser capaces de ser los mejores testigos de los sucesos.
Lejos de instrumentalizarse, la prensa y la historia son instrumentos en sí que deben servir a la memoria colectiva para la construcción de una subjetividad que englobe el mayor número de subjetividades posibles.