Llevo un par de meses buscando una excusa para escribir un artículo sobre el nuevo disco de Linkin Park. Mientras buscaba un pretexto para colar en un medio provincial a una de las bandas más escuchadas a nivel mundial, me seguía preguntando por qué estaba (y estoy) tan obsesionado con estos nuevos temas. La historia reciente de Linkin Park tiene como punto de inflexión el suicidio de su anterior vocalista, Chester Bennington. El grupo, desde la tragedia, ha tardado siete años en volver a regalarnos nuevas canciones. Muchos de sus seguidores por todo el mundo, el que suscribe entre ellos, pensábamos que nada volvería a ser como antes, que la pérdida de Chester y su prodigiosa voz suponían el fin de la banda californiana. Por suerte, hemos fallado a lo grande con el pronóstico. Han vuelto con una nueva vocalista y un disco a la altura de los anteriores, para mí, el mejor de su carrera, aunque eso es otra historia y otra discusión.
De haber querido, Linkin Park lo hubiera tenido muy fácil para haber vivido de las rentas, de mirar atrás y tirar de recuerdos, de recopilatorios, discos en directos o rarezas con nuevas versiones y colaboraciones. En definitiva, aprovecharse del puto revival que nos rodea inclemente y omnipresente. Pero no, Linkin Park miró adelante, al futuro, trabajó y volvió a triunfar.
En los últimos tiempos, nuestro ocio, nuestro entretenimiento y parte de nuestra cultura, consiste en vivir con un ojo puesto de continuo en el pasado. Remakes de películas y series que hemos visto veinte veces; festivales para volver a escuchar las canciones que bailábamos cuando fuimos jóvenes; bandas tributo para que cantemos aquello que ya nos sabemos de memoria; terceras, cuartas, quintas partes de sagas que estaban enterradas; reencuentros de actores para conmemorar efemérides; grupos que vuelven después de décadas de silencio y enemistad… No sé si somos la generación más preparada de la historia, como se suele decir -yo desde luego no-, pero sí parece que somos la generación más nostálgica de la historia. Y como dijo uno de mis raperos favoritos: la nostalgia es reaccionaria y la memoria revolucionaria.
Tengo un amigo aficionado a compartir con el resto de colegas a través de nuestros grupos de WhatsApp fotografías del pasado: lo bien que nos lo pasamos en tal concierto, la borrachera que enganchamos en no sé qué fiesta, las pintas ridículas que llevábamos hace unas cuantas nocheviejas, y una larga sucesión de eventos que quedan marcados en cualquier grupo de amigos. Siempre le digo que abre más el baúl de los recuerdos que Karina. Y la verdad, yo no quiero vivir en las fotos que nos hicimos, sino en las que nos vamos a hacer. No quiero regodearme en el visionado de las increíbles películas que ya he visto hasta la saciedad, sino investigar las que me van a hacer emocionarme con nuevas historias y nuevos personajes. Tampoco quiero acomodar mis oídos a la música que puedo cantar o silbar de memoria, sino entrenarlos para cualquier nuevo sonido que consiga conmoverme.
Por eso, para este año que comienza, os deseo, en palabras del gran Unamuno, que procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado. Que nos parezcamos más al último disco de Linkin Park y menos a las canciones de los grupos tributo que se alimentan de nuestra nostalgia y melancolía. Por un 2025 lleno de descubrimientos, salud.