Siete de la tarde, se oyen cencerros.
– ¿De dónde vienen?
– Creo que de arriba.
El sonido se mete por las calles del pueblo y es bastante complicado saber de dónde procede. Los vecinos de Sanzoles se guían más por la experiencia que por el oído y suben por la calle del Caño. Por una bocacalle asoma un muchacho, cencerros (pequeños) a la cintura. Un runrún que tiene poco que ver con lo que hay más arriba. El sonido de los cencerros es el elemento sonoro fundamental del zangarrón. No han dejado de sonar en los últimos días, pero el sonido de la tarde del día de Navidad es atronador.
Es el cencerro parte fundamental del ritual en el que se envuelve Sanzoles durante estos dos días mágicos, los que marcan la identidad del pueblo para el resto del año. Un elemento usado por el hombre para espantar a los malos espíritus que es parte consustancial de la fiesta de la localidad de la Tierra del Vino. El zangarrón no se entiende sin cencerros. Estos días, Sanzoles suena a pasado.
Ha arrancado la fiesta, y lo ha hecho con estruendo. La gente espera a ambos lados de las aceras de la calle del Caño como si fuera a pasar una procesión. Pero no es este un ritual religioso, sino pagano. La masa asoma desde la parte alta del pueblo acompañada de un ruido atronador, se mueve casi a oscuras pero se intuye cuando Hugo Sánchez, el zangarrón de este año, decide impartir justicia. «Quita, quita, que viene».
Vestido como un quinto, le diferencia el vergajo, con el que castiga a los alborotadores que molestan a los danzantes. Cuando mira Hugo, los asistentes se mueven con el mismo espíritu con el que una masa retrocede cuando un antidisturbios se aproxima porra en mano. No es una porra lo que imparte justicia en Sanzoles, es el vergajo, que mide más de un metro y que «no es más que el resultado de trenzar y secar con paciencia la verga de un toro», como explica Celedonio Pérez en su libro «El Zangarrón de Sanzoles».
Las carreras se suceden y el sonido de los latigazos consigue imponerse sobre el estruendo cencerril. Duele, no hay más que ver la cara de algunos, y eso que los zurriagazos llegan siempre por debajo de la cintura para no causar males mayores. Mientras, el respeto para los espectadores que no quieren formar parte activa de la fiesta es escrupuloso. El zangarrón solo castiga a quien lo merece.
Las vísperas acaban en la parte baja del pueblo, en la carretera de Zamora. Quintos y familiares se afanan en tapar al zangarrón con una manta zamorana que evite constipados al encontrarse el sudor con las bajísimas temperaturas de la noche de Navidad.
– Muy bien, Hugo, lo has hecho muy bien.
– A ver mañana…
Las vísperas acaban en la iglesia, con la bendición de los cencerros, que no dejarán de sonar hasta pasadas bastantes horas. Es una noche en la que, en Sanzoles, es complicado dormir.