En el centro de la plaza de la Constitución, un carrusel con motivos infantiles da lo que promete: gira una y otra vez. Con niños a bordo, claro. Mientras, los padres miran y saludan una vuelta después de otra, y el ambiente de Santa Clara contagia al entorno. También a los puestos que ocupan el frontal que da a la Subdelegación del Gobierno y los dos laterales. Son doce más uno: los que están en las casetas de madera más la pizzería de La Bandolera, que no necesita cobijo: lo lleva incorporado.
La escena que se describe tiene lugar a las ocho y media de la tarde del 23 de diciembre, el cuarto día de este mercado navideño en el que cuesta dar un paso en hora punta. El carrusel atrae, pero también Beatriz despacha pizzas en su foodtruck con alegría y el resto de los puestos se pueblan de curiosos que, con suerte, se convierten en clientes. Para hablar, ha habido que ir un rato antes, cuando la luz del sol aún se resiste a marcharse, la Cabalgaza todavía está a punto de salir y las casetas de madera solo empiezan a desperezarse tras el parón del mediodía.
En esas, cerca de las seis y media de la tarde, Yanina de Armas apenas tiene jaleo. Toca esperar un poco, aunque más de uno ya ha ido fichando el producto para después. Esta mujer viene de un pueblo llamado Castroverde – ya le habían hecho saber la coincidencia con el municipio de la Tierra de Campos – pero en este caso del noreste de la provincia de Lugo. Allí, la empresa familiar del mismo nombre que la localidad se dedica a hacer pan, empanadas y repostería. Luego, viaja por donde haga falta para vender.
«Hacía varios años que no veníamos a Zamora, a ver qué tal se nos da», señala Yanina, que es una de las pocas productoras ajenas a la provincia que se ha instalado en la plaza de la Constitución. Un matrimonio de Macedo de Cavaleiros, en el distrito de Bragança, completa ese cupo. Lo importante, dice la mujer de Castroverde, es hacer caja, que salga rentable el viaje, el pasar las fiestas (salvo los días festivos) a tres horas y media de casa. Y como se trata de eso, la mujer empieza a vender.
«Trabajamos en particular muchas tartas de queso, de las de toda la vida, hechas en el horno, y también hacemos rosquillas de anís, panes de centeno, pasas y nueces, pan tradicional gallego y algo de empanada», enumera Yanina, que pronto se desdice para admitir que ese «algo» es una de las especialidades de la casa. La empanada de pulpo es una de las claves. «Y si les gusta la bollería, los dónut artesanos de tamaño familiar son prácticamente obligatorios», remacha la lucense. En el paseo de las ocho y media, su caseta está llena. Cuesta mirar para otro lado.
Si alguien lo hace, lo de girar la vista, se puede encontrar con Laura Gago. Esta mujer viene a vender, pero también a promocionarse: acaba de abrir un negocio en Balborraz: «Lo que tengo son fundamentalmente velas artesanales, con ceras naturales y sin parafinas», destaca la responsable del puesto, que evidencia que por aquí hay variedad: desde lo suyo y la repostería ya citada a la miel, la bisutería, la artesanía más tradicional o un sex shop. Sí, no se escandalice, que es casi 2025.
Jorge y los carteles
En ese puesto, aparece Jorge Villar, que como Laura también ha venido a poner su marca en el escaparate. Tampoco se ha movido mucho. Su tienda se ubica en la calle Traviesa, lleva el mismo nombre que esa vía pública y vende lo que uno se puede imaginar: «Resulta que hay mucha gente que no sabe que en Zamora hay un sex shop, pero estamos relativamente céntricos, a mano de todo el mundo», explica su responsable, que ha montado un stand «que no es muy agresivo a la vista», consciente de que hay niños cerca – recuerden el carrusel – y que tampoco es cuestión de pasarse.
«Al final, si alguno pregunta, quién mejor que sus padres para responder. Así no recurren a Internet o a un TikTok mal contado», argumenta Jorge, que ha colocado carteles explicativos para que nadie se lleve a equívoco: «Esto se va normalizando poco a poco. Son tabúes que dejan de serlo», insiste el responsable de Traviesa, que evita recomendar uno de sus productos en particular: «Hay cochas muy específicas para chico o chica, para alguien que es heterosexual, bisexual, gay… Esto está muy focalizado en el placer de cada cual, pero todo está bien probarlo. Y, si es emparejado, muchísimo mejor», apunta el dueño del sex shop.
Con todo, y a pesar de que venía con una expectativa más baja, Jorge va vendiendo también en el mercado navideño: «La gente mira mucho y están preguntando, que es lo que me gusta a mí y es el objetivo de haber venido», zanja Jorge Villar, antes de seguir afanado en los carteles. Si su testimonio no le ha convencido de probar cosas nuevas por esta vía, siempre le queda comerse la empanada de pulpo de Yanina.