A las seis de la tarde, ya había gente en la fila para ver la Cabalgaza pasar por Santa Clara. Y aún quedaba una hora. Como si fuese Viernes Santo, pero con algún grado menos y sin almendras. También es verdad que para ser 23 de diciembre no hacía tanto frío y que en estas fechas hay menos remilgos para coger el gorro, las orejeras, los guantes, las bufandas, dos pares de calcetines y unas buenas botas. Los madrugadores se protegieron bajo las prendas y resistieron hasta que aparecieron las luces.
La escena se traslada ahora un par de horas en el tiempo y unos metros en el espacio. En la zona donde confluyen Renova, San Andrés y el inicio de Balborraz, decenas de personas alzan la vista para ver pasar las carrozas. Son casi las ocho de la tarde y los ojos de los niños se iluminan al tiempo que ven pasar a los personajes Disney, a los bailarines, a los muchachos y a las chavalas caracterizadas que les dan globos rojos, azules y verdes. Con publicidad de Leche Gaza, claro, pero globos al fin y al cabo. ¿Qué les importa la marca a los niños?
Ellos disfrutan. Ellas, en particular. Muchas a hombros de sus padres, como la niña rubia con dos coletas que trata de centrar la vista mientras su padre la mueve al ritmo de la música. Suenan temas de Disney en castellano mientras el genio de Aladdin saluda de fondo. Quizá, si al hombre que lleva encima a su hija le concedieran tres deseos, uno sería tener a su descendencia siempre con la misma sonrisa de ilusión, aunque él no pueda verla arriba de su cabeza.
Mientras, las carrozas desfilan una tras otra. Y se acerca Papá Noel, el protagonista definitivo de la noche. Porque el genio de antes no traía deseos y los personajes Disney son majísimos, pero no dejan regalos. El que importa de verdad en estas fechas es el señor de barba que va con un traje calentito rojo y blanco. Al tiempo que ese hombre del Polo Norte se aproxima, dan las ocho en punto y la música de la Cabalgaza comienza a solaparse con la de la propia Plaza Mayor. De hecho, esta última se impone.
Y ahí va un padre. Y otro. Y una madre. Y otra más. Ninguno mira al de al lado, pero vistos desde fuera parecen un coro de autómatas con el tarareo:
– Feliz Navidad, feliz Navidad, feliz Navidad, próspero año y felicidad…
– i wanna wish you a merry christmas…
Los niños atienden más, señalan, miran, giran el cuello cuando pasa la última carroza y los autobuses marcan el final. Más atrás, algunos turistas ajenos a todo se hacen la clásica foto con Balborraz desierta. Pronto se llenará de las riadas de gente que volverá a casa en todas direcciones. Quienes van con sus pequeños saben que la ilusión se acaba de multiplicar por bastantes cifras. Ya han visto al señor de rojo y blanco. El 25 por la mañana comprobarán su árbol con ansia para saber si se ha portado bien.
De momento, en el árbol figurado de la Navidad de Zamora, la Cabalgaza ha puesto este lunes la última bola. El día 5, otros tres señores venidos de Oriente colocarán la estrella.