En mi plena efervescencia hormonal sonaba en todos los bares “Suerte”, de Shakira. Sentía la moza que tenía suerte de haberle conocido, aunque luego decidió que era una loba y quería un lobo domesticado, con barbita. Todo terminó después, aunque le salpique.
Pero de la señorita Mebarak hablamos otro día. Yo quiero hablar de la suerte que tenemos por tener un río que nos cruza esta provincia. No es otro que el río Duero.
Y es que entre este río y sus afluentes se forma una cuenca que es pura magia. Antes de llegar a nosotros sus aguas ya hay vino, aunque alguna región vinícola se piensa que el río Duradero es suyo, lo mejor está por llegar.
Primero tenemos Toro. En ese complejo zamoranista que tenemos, no somos conscientes de lo que es Toro en el Planeta Vino. De los antaño vinos que “se podían untar”, cosa cierta pero que tiene un sentido histórico indudable han transitado a un producto mucho más elegante y global, sin perder su potente idiosincrasia, robustez y concentración, que ha hecho que elaboradores de prestigio y presupuesto enfoquen hacia esos suelos pobres con arcilla al fondo, en el que ahora conviven grandes grupos internacionales con pequeños productores que hacen las cosas muy bien ofreciéndonos muchos Toros diferentes en cuanto a estilo, suelo y propuesta económica. Los vinos de Toro no han mejorado. Se han adaptado. Una vez un buen amigo, sumiller malagueño me hizo una reflexión “cuando voy por mi tierra veo que en toda carta que se precie hay referencias de Toro, incluso en bares no especializados hay alguno para probar, sin embargo encontrar un vino andaluz en Castilla y León es casi imposible”. Algo se estará haciendo bien. Toro dejó de ser una región vinícola pequeña hace mucho tiempo. Todos convenimos que el Marco de Jerez, por ejemplo, está cargada de historia y prestigio. Hoy La comarca de Toro tiene más viñedos que el Marco. Hablamos de una región potente y conocida en el mercado nacional y global.
Si continuamos en una barquita por el río, llegamos a la única región vinícola de Europa con nombre de vino, la Tierra del Vino de Zamora. Allí intercesionan el Duero y la ruta de la Plata, dos ejes culturales que interfieren en su manera de entender el vino. Quizás más silenciosa, pero donde un puñado de elaboradores fijan población al territorio haciendo elaboraciones que van desde lo más comercial y accesible de precio a vinos de corrientes más alternativas y ancestrales, bebiendo de provectos saberes casi perdidos. Aunque en principio puede sonar peyorativo, suelo definirlos como el “Toro pobre”, pero en absoluto es mi intención, ya que esto hace que en una zona de similares características climatológicas y de suelo podamos encontrar auténticas joyas a precios módicos. Siempre lo digo cuando enseño a mis clientes alguno de sus vinos más destacados “si esto llevase en la etiqueta la palabra “Toro”, costaría cinco o diez euros más”. Y sé lo que digo.
Decíamos antes que no solo nos fijemos en el curso del río, si no en su cuenca. En el Norte los ríos Tera, Órbigo y Esla, que acabarán muriendo en el Duero, generan unos valles muy propicios para la variedad Prieto Picudo y Verdejo, seguramente de los mejores de España. Los suelos ácidos hacen que los vinos no pierdan frescor y perduren mejor que otros “verdejitos” que nos suelen poner en las barras del bar. Una pena que nuestra ciudad no beba estos verdejos, la verdad. Se que es una zona muy pero que muy desconocida para el público general y el zamorano de a pie, pero allí se encuentra una de las bodegas más antiguas de España.
Mientras escribo estas líneas, un reducido grupo de productores con no demasiadas hectáreas de viñedo están redactando el primer pliego de condiciones de la futura Denominación de Origen Sierra de la Culebra. Aviso a navegantes propios y extraños que esto es un proceso largo y complejo, toda una heroicidad. Como es una heroicidad plantar viñedos como están haciendo en un territorio en el que conviven con el jabalí, en una Reserva de la Biosfera. Pero el intento merece la pena ya que en un horizonte de cambio climático la altitud de las parcelas, algunas rayanas a los mil metros de altitud, aportan unos ciclos madurativos más amplios y una ligereza y terrosidad muy interesante. Puede ser que en no muchos años, veamos crecer a esta zona significativamente y elaboradores de otras zonas apunten a Aliste para elaborar sus vinos. El futuro es tan incierto como apasionante. No se lo pierdan.
Y llegamos al salvaje Oeste. Hacer frontera con Portugal y ser una zona encajonada en un cañón puede parecer una rémora, pero nada más lejos de la realidad. Al principio decía que algunos se piensan que el río es suyo, y por eso siempre llamaré a esta zona Arribes del Duero, por mucho que les hayan apocopado el nombre. Ser una zona antiguamente aislada, y en bancales formados por el Duero y sus afluentes, hace que variedades minoritarias y autóctonas hayan pervivido mejor que en ningún otro sitio, siendo esta su cabeza de ariete para penetrar en mercados a veces demasiado homogéneos. Un clima más mediterráneo, un poco más lluvioso, con inviernos menos duros y veranos un poco menos tórridos dan vinos de trago un poco más largo, que muchas veces se agradece.
Vemos que en Zamora, gracias al Duero, tenemos un abanico de vinos para disfrutar en diferentes momentos. ¡Qué suerte tenemos!
Ya después, estamos en la obligación moral de pasar a nuestros hermanos al otro lado de la frontera un río bien limpito y con el mayor caudal posible. La suerte hay que compartirla. La tierra, y el río, no es nuestro, no la heredamos. Se lo hemos pedido prestado a nuestros hijos.