«Se habla de Fermoselle como el pueblo de las mil bodegas, y eso está muy bien, pero antes del vino ya se hacía el aceite». Las palabras de Isabel Ramos resuenan entre la viejas paredes de una antigua almazara, mientras el grupo de visitantes del día escucha con atención. El lugar no se encuentra a las afueras ni apartado, sino en pleno casco de la localidad rayana, y aunque la estancia albergue historia y piezas de antaño, resulta evidente que se acaba de reformar. Aquí se trabajó con el aceite hasta finales del siglo XX, pero ahora el lugar es un museo que guarda la memoria.
Isabel termina la explicación para la gente y reinicia el recorrido: «Estamos en el Museo del Aceite de Fermoselle. Este edificio se cerró hace años, se cayeron los techos, se redujo a escombros y se abandonó totalmente, pero nosotros queríamos recuperar la tradición y recordar a nuestros antepasados», aclara esta mujer, que es la guía que muestra al visitante cómo funcionaban las antiguas almazaras, donde el producto se extraía para consumo propio: «Realmente, no era para comercializar», admite.
Ese detalle permitió que las gentes de la zona mantuvieran un sistema arcaico hasta hace relativamente poco: «Importaba más la calidad que la cantidad, pero llegó un punto en el que estas máquinas se quedaron obsoletas totalmente, claro. Los carriles por los que circulaba el aceite eran de cemento y había piezas que sanitariamente ya no eran viables», subraya Isabel, que camina para mostrar algunos de los objetos que guarda el lugar.
Abajo, una maqueta central muestra cómo se molturaba antiguamente mientras la atención del visitante se vuelve hacia los utensilios, los aparatos para recolectar la aceituna, las cántaras que en su tiempo servían como medida estándar o las aceiteras viejas. En algunos rótulos, se puede comprobar cómo ciertas piezas son casi centenarias, en una zona que toma forma de pequeño museo etnográfico. En realidad, casi todo es así.
No en vano, un poco más arriba, la vista se gira hacia el pozo y la maquinaria precisa para calentar el agua: «Ahora, las almazaras modernas tienen sistemas para no pasarte en la temperatura, porque para hacer un aceite virgen extra no debes sobrepasar los treinta grados», aclara Isabel, que apunta que, en esta almazara vieja, este tipo de controles tan estrictos no existían. Al menos, no con esos estándares de precisión.
En realidad, muchas cosas han cambiado. Incluso, en el momento de la recogida de la aceituna. Tanto por la madurez del fruto como por la influencia del cambio climático. Todo se ha adelantado, y ya es raro pasar de estas fechas. Antaño, la campaña se estiraba hasta febrero. «Prácticamente todo el invierno se estaba recolectando, porque se cogía hasta la última aceituna», asegura Isabel, que mira hacia la primera estancia para explicar que, lo que ahora es una zona de exposición, antes estaba reservada para la montaña de aceitunas a la espera de ser procesadas.
«Ahora, la clave es la calidad», destaca Isabel Ramos, que admite que los que siguen trabajando con el aceite en Fermoselle son «cuatro románticos». Entre ellos, su familia, que impulsó la marca DourOliva hace trece años y que ahora gestiona este museo: «Fuimos unos pioneros, porque quisimos ir más allá de la cantidad y hacerlo bien. Con el tiempo, aprendimos que de una aceituna más verde sale un aceite de más calidad», recalca la guía. Es decir, todo pasó del autoabastecimiento autodidacta a un estudio pormenorizado para la venta.
Productos gourmet
«Hay que quitar un poco la fama que tenía antes el aceite de Fermoselle de que era muy fuerte y tenía mucha acidez. De hecho, nosotros vendemos en tiendas gourmet y creamos otros productos en base al principal, como el cacao o el paté», insiste Isabel. Desde julio, a esa labor pedagógica para hablar de la nueva forma de tratar esta cultura del aceite desde el pueblo, se ha sumado este museo que aspira a que la gente aprenda cómo se hacían antes las cosas y cuál ha sido la evolución por estos lares.
La visita se ve acompañada por una experiencia gastronómica y, en el caso de determinados grupos, por la explicación de Alberto Díez Ramos, el hijo de Isabel, oleólogo y maestro de almazara: «Poco a poco, vamos empezando también con maridajes», insiste la guía, que matiza que este lugar que han reconstruido antes no pertenecía a su familia, aunque sí a la cultura de Fermoselle. Ahora, con ellos al frente, la idea es viajar al pasado de lo que fue la localidad y regresar luego a un presente en el que muchas cosas han cambiado para bien.