La conversación con la alcaldesa, Ángeles Martínez, tiene lugar el día en el que los datos oficiales de población revelan que Bermillo de Sayago vuelve a sobrepasar los mil habitantes:
– ¿Alguno de los anejos ha recuperado muchos vecinos o ha sido todo en el pueblo grande?
– En Piñuel se está empadronando mucha gente. Te paso el teléfono de Pedro.
Pedro, de apellido Santos de la Iglesia, es el alcalde pedáneo de Piñuel, una de las ocho localidades que componen el Ayuntamiento de Bermillo. A sus espaldas, este hombre acumula ya más de treinta años como concejal y representante público de un pueblo que limita con el municipio de Pereruela y al que ha visto languidecer hasta pasar del centenar largo de vecinos a principios de siglo a los 60 empadronados justo veinte años después. Nada nuevo en Zamora. Y menos en Sayago.
Lo que es nuevo es lo de ahora, lo que está ocurriendo en los últimos meses, y Pedro lo cuenta en una ruta guiada por las calles de Piñuel: «Se está empadronando mucha gente. Me parece que ya somos 86 u 87. Algunos son españoles, otros extranjeros, pero todos muy buenas personas», arranca el responsable local, que explica que unos trabajan en los mataderos; otros se dedican a la construcción; y algunos más marchan a Zamora capital a diario para sus quehaceres.
El caso es que «todos están trabajando». «Yo tengo vecinos nuevos de un lado y de otro. Ellos compran las casas que están medio derribadas», subraya Pedro, que ya ha tenido que aclarar en alguna llamada telefónica que él no es un agente inmobiliario ni el responsable del banco de viviendas de la comarca. «Lo que trato de hacer es ayudar a la gente que viene; luego en el pueblo estamos encantados», asegura el alcalde pedáneo.
Pedro cuenta todo esto en un día frío pero luminoso en Piñuel. El representante local solo se altera cuando ve los restos de la presencia de una ganadería sobre la plaza que tanto dinero le costó al pueblo. Por lo demás, presume: del paisaje, de la iglesia, de la tranquilidad, de una vida que sería mejor si alguien volviera a abrir el bar, pero que sigue siendo buena. Y para que otro lo corrobore, busca a los nuevos pobladores.
La primera parada llega casi a la salida del pueblo: «No sé si estarán», advierte Pedro, pero al fondo contesta una voz femenina. Es la de Elena López, cuyo acento andaluz destaca por contraste en estos lares. La mujer llegó a Piñuel junto a su pareja, un brasileño con el que compartió la vida en Alemania y que se dedica al sector de la construcción. De vuelta a España, ambos buscaron la oportunidad de construir una casa para trasladar su vida a un pueblo. Y de los más de 8.000 municipios que tiene este país, hallaron Bermillo. Y más en particular, el rincón de Piñuel.
«Yo contacté con la asociación Juntos por Sayago», puntualiza Elena, que encontró información sobre el banco de viviendas que este colectivo creó hace ya algunos años y que permite acceder fácilmente a algunas de las ofertas de compraventa de casas que existe en la comarca. «Estábamos buscando algo para reformar y la compramos así sin más, sin conocer nada del pueblo», asegura la sevillana. Ocurrió hace cosa de año y medio.
Elena admite que el bajón acumulado de la comarca ha sido su fortuna: «Por desgracia para esta zona y por gracia para nosotros, las viviendas aquí prácticamente las regalan porque no hay quien las compre, y eso hace que pierdan mucho valor. Nosotros íbamos buscando eso, algo muy antiguo que se pudiera recuperar», comenta la andaluza. Y en eso están. Mientras, la vida tranquila: «Lo que queríamos, la verdad. Estábamos cansados de las rutinas estresantes», confirma la vecina de Piñuel.
Lo que ellos no esperaban era que su movimiento tuviese tantas réplicas en un pueblo tan pequeño: «Han sido veintitantas casas abiertas, ¿no?», le pregunta Elena a Pedro. «Me parece que 45 o 46 empadronados más», asevera el alcalde pedáneo. A la espera de las cifras oficiales que concreten la subida, para lo que habrá que esperar a diciembre de 2025 con la estadística del año en curso al completo, la sevillana lanza una reflexión: «Creo que la gente que tiene la opción de vender casas que no se usan debe hacerlo. Aunque sea poco dinero, siempre va a ser mucho mejor que verlas destruidas».
Eso, desde el lado del vendedor; desde la óptica del potencial comprador, «hay que plantearse que cierta vida a veces no merece la pena». «Es más de agradecer algo así: escuchar a los perritos por ahí, los pájaros, y reconfortarte con eso», zanja Elena, que sigue afanada junto a su pareja en la reforma de un hogar que, según le han ido contando los vecinos, tiene partes aún visibles que han visto pasar más de 300 años.
El caso de Óscar y Katherine
El paseo por Piñuel continúa rumbo a una de las casas que las familias han arreglado como segunda vivienda. Al final, el pueblo está a apenas media hora de Zamora capital, un tiempo amable para quien se desplaza el fin de semana. E incluso para parejas como la que forman Óscar Conde y Katherine Cortés. Ellos sí residen en el pueblo de continuo, pero se mueven a diario hacia la ciudad para trabajar. «Vine en principio porque mi familia compró un terreno aquí a la vuelta. Luego, vimos esta casa, nos calentamos un poco, la empezamos a arreglar y aquí estamos», resume él.
Óscar y Katherine, de 37 y 33 años respectivamente, son colombianos y llegaron hace unos años de Neiva, una ciudad de medio millón de habitantes. En realidad, la primera que se mudó a España fue la hermana de él, que acabó en Zamora y emparejada con un hombre de Piñuel. De ahí nació todo. Óscar admite con una sonrisa el efecto dominó que ha acabado con ellos en un pueblo como este, pero celebra el cambio: «De momento, vamos con la ruta, nunca se sabe, pero estamos bien aquí», afirma.
Una de las cosas que valora Óscar es la posibilidad de vivir en comunidad, de traer a la familia, de «montar un poco de bulla» sin sobrepasar los límites. Pedro escucha la conversación y se le suelta la risa: «Salen aquí para la calle. Me invitan a unirme, pero no», se carcajea el alcalde pedáneo, mientras el vecino colombiano de Piñuel asume que su gente está acostumbrada a «un poco de ruido».
Quizá, el pueblo necesitaba un poco de esa agitación. Ciertamente, para Pedro, todo lo que ha venido de la mano de los nuevos empadronados ha traído cosas buenas. El propio vecino lo dice una vez más antes del adiós en la plaza con el deseo de tener un nuevo encuentro en el bar de Piñuel, cuando abra de nuevo. «No cobramos un euro por el alquiler», advierte. La localidad no busca dinero, quiere vida.