Un cuadro con el rostro de dos personas ya añosas llama la atención nada más entrar en el estudio. La obra se encuentra tras la puerta, justo a mano izquierda, y representa a Trini y a Pedro, la abuela materna y el abuelo paterno de otro Pedro, el dueño del local, de apellido Ferrero. Él mismo fue el encargado de representar a sus antepasados en el lienzo que ahora se encuentra en el recibidor de su negocio, pero que en su día formó parte de una exposición. En aquella muestra, la imagen aparecía sobrevolada en bucle por la canción Ode to my family, de The Cranberries.
El propio nieto de Trini y de Pedro explica los detalles en la misma entrada del local antes de recibir una bocanada del frío matinal de diciembre que golpea ese miércoles a Santa Cristina de la Polvorosa. Pedro Ferrero sale para posar en la foto con la estampa del pueblo y de la travesía de la N-525 al fondo. Allí, en plena carretera y en un pueblo de 1.027 vecinos, este hijo de Morales de Rey y de Arrabalde decidió montar su proyecto tras un largo periplo fuera y un susto revelador.
Esa idea se llama Rural Tattoo y sí, el nombre no es tramposo: es un estudio de tatuajes en un pueblo. Pedro lo explica todo mientras trabaja con la pareja a la que le ha dado cita por la mañana. Los dos, Marta y Raúl, dan su consentimiento para permitir el acceso a los periodistas mientras la primera deja que se plasme sobre su gemelo la misma imagen que el segundo acaba de ver impresa en otra parte de su piel. Ambos venían ya con el símbolo buscado de casa: «Significa confianza», aclara el hombre.
Mientras Raúl se presenta y Marta se prepara, el tatuador inicia un pequeño ritual. Pedro se coloca una mascarilla, se cubre con una bata de plástico y pone la música. Luego, se enfunda los guantes y dispone el operativo con mimo. De fondo, la primera canción que suena es Nel pozu María Luisa, esa que arranca hablando de «Santa Bárbara bendita». Casi no hace falta decir que el dueño del estudio de Santa Cristina de la Polvorosa llegó aquí tras pasar muchos años en Asturias.
Pedro empieza a contarlo mientras marca la zona donde Marta va a recibir el tatuaje. Lo hace con cuidado: «Donde lo ponga ahora, va a quedar toda la vida», advierte el profesional, que permite que la clienta se mire bien en el espejo, consulte con Raúl y se convenza del todo antes de tumbarse boca abajo sobre la camilla para que la prueba inicial pase a convertirse en la tinta definitiva. «Si hubiera sido en las costillas, echamos a la prensa, porque me hacéis mala publicidad si sale llorando», ríe el dueño del negocio.
Pero estábamos hablando de Asturias: «Trabajaba en una guardería privada. No era mía, pero más o menos la dirigía. Lo que pasa es que los ricos también lloran y llegó la crisis de 2011. Fue cuando volvimos para acá», indica Pedro, que incluye a su mujer en el plural. El ahora tatuador consiguió curro en el Ayuntamiento de Benavente, donde cambió la primer infancia por las personas mayores. Se hizo animador sociocomunitario.
Lo que ocurre es que, tanto en los años de la guardería como en los de la tercera edad, la vocación siempre fue otra: el dibujo, la pintura, ser artista. El camino vital de Pedro siempre se ha visto salpicado por la creación, por las exposiciones, por la expresión a través del papel, del lienzo. Y del tatuaje, claro. Como reflejó Juan José Campanella en El secreto de sus ojos, no se puede cambiar de pasión, pero claro, uno no siempre puede monetizarla. O atreverse a dejarlo todo para conseguir que eso sea su forma de vida. Y al dueño de Rural Tattoo le hizo falta un clic en forma de susto.
Lo suyo fue un lipoma de grasa que se complicó más de la cuenta. Nada de un cáncer o de otras cosas que Pedro ha ido escuchando por ahí. Pero un susto grande al fin y al cabo: «Te puedes ir de hoy para mañana, en cero coma», advierte el tatuador mientras se afana con la piel de Marta. «Entonces, nos lo replanteamos. Me cambió el chip, mi mujer me apoyó y tiramos adelante», recuerda el profesional. ¿Pero por qué Santa Cristina de la Polvorosa y no Buenos Aires o Sevilla? «No podía ser en ningún otro sitio del mundo que no fuese un pueblo».
Lo que también tenía claro el tatuador era que una cosa es instalarse en un pueblo y otra buscarse la ruina, así que de primeras descartó las opciones más remotas para quedarse en este local de la travesía de Santa Cristina de la Polvorosa. «Afortunadamente, tengo clientes de todos lados. Mucha gente viene de la propia zona, pero en Semana Santa o en verano tengo mucho de País Vasco, de Barcelona o de Madrid», apunta Pedro, que no descuida a su clienta de hoy: «Martica, ¿todo bien?». Todo bien.
Sin remordimientos
Mientras el tatuaje de la confianza sigue adelante, Pedro asegura que no se arrepiente: «Doy gracias al destino cada minuto de vida. Si lo sé, abro diez años antes. Lo que pasa es que nunca he sido yo muy echao p’alante«, concede este profesional que, en la sesión de hoy, trabaja con un dibujo que los clientes ya traían de casa, aunque lo común para él y lo que más le atrae es charlar con la gente, entender la idea que tienen en la cabeza, plasmarla y entregarles un tatuaje único: una obra de arte en la piel.
Antes de parar un instante para despedir a la visita, Pedro se concentra unos minutos en el trazo: «A mí me llama la atención el pulso que tiene», comenta Raúl al fondo. El tatuador replica que los instrumentos actuales le facilitan mucho la vida y que cada cual tiene sus talentos: «Yo sería incapaz de cambiar una rueda de un coche, por ejemplo, o de aprender a los 45 años qué cojones es un fuera de juego», responde con una sonrisa el dueño de Tattoo Rural.
Ya de vuelta al recibidor, Pedro Ferrero da algunos detalles sobre el cuadro familiar, de la abuela que le crió tras la pérdida temprana de su madre, o del trabajo y el conocimiento de su abuelo de Arrabalde. Al cabo del tiempo, este tatuador siente que ha encontrado el camino tras ir en su día de la mano de la gente que le precedió. Seguramente, muchos le llamaron loco cuando instaló su negocio en Santa Cristina de la Polvorosa pero, como dirían The Cranberries en Ode to my family, ¿a alguien le importa?