Iraide Ibarretxe-Antuñano, Universidad de Zaragoza
Llega esa época del año en la que, quizá por nostalgia, expectativa o simple marketing, empiezan a aparecer esas listas de “los programas más vistos”, “la música más escuchada”…
Entre ellas, no podían faltar las de “la palabra del año”. Confieso que suelo evitar estos ránquines, ya que, como científica, me surgen dudas sobre quién los elabora y, especialmente, sobre cuáles son los criterios que deciden qué palabra obtiene ese “honor” en nuestros corazones lingüísticos.
Pero, como son inevitables, aprovecho algunas de las candidatas a palabras “estrella” del 2024 recopiladas de mi propia encuesta en redes para desvelar algunas claves que explican su éxito, su impacto emocional y su huella en la memoria colectiva.
Cuando lo antiguo se vuelve vintage
Este año vimos un claro ejemplo de “resignificación” o “cambio semántico” con la palabra zorra. La fama se debió a la polémica surgida por la canción de Eurovisión y su éxito se cimentó en la reutilización intencional de un concepto modificando su significado original y cambiando su valor positivo o negativo. Zorra pasó de ser un término tabú y peyorativo, asociado a ‘prostituta’, a convertirse en un apelativo que reivindica la libertad de elección y la ruptura con las normas sociales, según explicó la banda Nebulossa.
Despertando todo el conocimiento
Las palabras contienen un conocimiento descriptivo básico y otro “enciclopédico”, que se nutre de nuestras experiencias individuales y colectivas. Este conocimiento contextualiza la palabra mediante marcos conceptuales o framing, que destacan o atenúan ciertos aspectos, y la convierten en un “activador” de todo un universo conceptual. Esto nos permite conectar conceptos dispares, incorporar información anterior, generar respuestas emocionales y, en definitiva, crear una narrativa muy efectiva.
El ejemplo de 2024 es fango. En el discurso de Pedro Sánchez, esta palabra activa las características negativas que asociamos con el fango (suciedad, incomodidad, dificultad), las asocia metafóricamente con la moralidad, reforzando la idea de que lo limpio es moral y lo sucio, inmoral, y propicia una narrativa con una carga emocional negativa y un sentimiento de rechazo.
La popularización de lo aparentemente impopular
El uso adecuado de una palabra no depende solo de su corrección gramatical, sino también de su adaptación a la situación comunicativa: quién la dice, a quién se dirige y el registro empleado (informal, técnico, etc.). Un término científico, fuera de un entorno especializado, puede parecer pretencioso o confuso.
Sin embargo, en 2024, una palabra rompe esta norma: dana. Este acrónimo (depresión aislada en niveles altos), antes reservado al ámbito meteorológico, se ha convencionalizado (y acaba de entrar en el diccionario de la RAE) debido a la creciente frecuencia de este fenómeno atmosférico y a sus efectos devastadores, reemplazando al término más general: gota fría.
Creando palabras, acuñando realidades, viviendo emociones
La creatividad, un rasgo profundamente humano, nos permite inventar palabras para nombrar nuevas realidades. Algunas enseguida “prenden” y se integran en el acervo lingüístico.
Genocidio, otra posible palabra del 2024 en el contexto de las acciones de Israel en Palestina, fue creada por Raphael Lemkin en 1944 (del griego genos ‘pueblo’ + el latín cide ‘matar’). Menos de un año después de su creación se volvió indispensable.
Otras quizás no llegan a convencionalizarse, pero siguen siendo fantásticas. Un ejemplo reciente es azkendari, creada por Carmen Saavedra, autora del blog Cappaces, dedicado a la diversidad y la inclusión. Inspirada por el euskera, explica que, si lehen significa ‘primero’ y lehendakari es ‘el primero entre los primeros’, azkendari, por analogía, sería ‘el último entre los últimos’ (azken es ‘último’). Según cuenta, podría haber escogido una palabra del gallego, derradiro ‘lo que va después del último’, una lengua que le es más familiar, pero para nombrar esa realidad de rechazo hacia las personas con discapacidades en las aulas prefería un término que le resultara más neutro.
Esta percepción de imparcialidad tiene su respaldo científico: estudios basados en medidas fisiológicas, como la dilatación de la pupila o la actividad electrodérmica, muestran que las palabras emocionalmente cargadas generan reacciones más intensas en la lengua nativa que en una segunda lengua, incluso en hablantes con un alto nivel de competencia.
Viendo palabras
Ya que nos adentramos en el terreno del procesamiento del lenguaje, hablemos del efecto McGurk.
Descubierto accidentalmente en los años 70, este fenómeno demuestra que la comprensión del lenguaje oral depende tanto de lo que escuchamos como de lo que vemos. Hagan la prueba con estas dos palabras: vale y dale. Díganle a alguien que las pronuncie de forma aleatoria, pero no lo miren. Al no poder observar cómo se colocan y mueven sus labios, tendrán dificultades para distinguir qué palabra se dice en cada momento.
El efecto McGurk, que expone el carácter multimodal del lenguaje, puede sacarnos de la incertidumbre sobre aquel debate de finales del 2023: ¿puta o fruta? (Pista: fíjense si el labio superior y el inferior se acercan o si los incisivos superiores tocan el labio inferior).
¿Una necesidad universal?
Las listas de palabras no son exclusivas del español, sino un pasatiempo global.
Recientemente, The Guardian destacó la elección de enshittification como palabra del año 2024 por el diccionario Macquarie. Esta se define como ‘el deterioro gradual de un servicio o producto debido a la búsqueda del beneficio propio, especialmente en plataformas en línea’. Un prodigio de afijación morfológica que, además, juega con la intertextualidad (gentrification viene rápidamente a la mente) y potencia connotaciones negativas. Desde que Cory Doctorow la acuñó hace apenas dos años, su significado ha trascendido el ámbito digital para abarcar cualquier servicio en declive.
Dada la universalidad del fenómeno, surge la cuestión: ¿cómo podría traducirse esta palabra al castellano manteniendo su malabarismo morfológico, captando su complejidad semántica y adaptándolo a una cosmovisión distinta? Aquí mi elección: “enmierdificación”. No sé si prenderá por estos lares, pero recuérdenla para el 2025.
Y este año, la ganadora es…
Aún no se sabe, pero, antes de que hagan sus quinielas, revisen las palabras clave de este artículo: intención, conocimiento, motivación, convencionalización, creación, multimodalidad, emoción, cognición, cosmovisión…
Porque las palabras son mucho más que palabras.
Iraide Ibarretxe-Antuñano, Catedrática de Lingüística General, Universidad de Zaragoza
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.