Andrea Jiménez (Madrid, 1987) estudió Derecho, pero enseguida cogió un desvío hacia el teatro. En su doble papel de autora y de actriz, esta mujer ha ido escribiendo e interpretando obras, generalmente de la mano de la compañía Teatro en Vilo. En ese tránsito, en marzo de 2025, verá la luz su nueva creación, Vulcano, pero antes le toca seguir con el camino de su particular Casting Lear, un trabajo con más de 45 noches a sus espaldas, que llega este sábado 14 de diciembre (20.30 horas) al Principal y que se basa en la shakesperiana Rey Lear para abordar la relación padre-hija desde un prisma muy particular. Para empezar, uno de los actores cambia en cada función y trabaja sin conocer previamente el texto. A la vista de todo esto, la primera pregunta solo puede ser…
– ¿Qué es Casting Lear?
– La obra consiste en que yo invito a un actor que no sabe nada, que no ha estudiado un guion ni memorizado ningún texto, a venir a hacer de Rey Lear con la única herramienta de un apuntador. Yo también le dirijo en directo, así que él básicamente tiene un pinganillo por el que recibe las indicaciones. Traigo a ese hombre a hacer este personaje porque mi historia personal tiene mucho que ver con la trama de Rey Lear, que es la historia de un rey que repudia a su hija pequeña porque no es capaz de declararle el amor como él quiere. Entonces, digamos que yo traigo a este actor y le invito a escena como forma de presentar a mi padre, y trato de mirar hacia esa historia con la luz de la mía propia. Esto abre una puerta para observar a Shakespeare desde una experiencia real, personal y actual, y para reflexionar verdaderamente sobre las preguntas que la obra trae. Todo gira en torno al perdón, sobre cómo se perdona después de un daño.
– Claro, porque en la obra original el rey acaba admitiendo, a la luz de los hechos, que lo que hizo con su hija menor no fue lo correcto y que las otras dos que le mostraron su amor de forma más explícita no se lo profesaban realmente.
– Esa es un poco la historia, pero yo me cuestiono algunas de esas cosas. No lo puedo contar todo porque hay que ir a verlo, pero sí que se plantea qué es perdonar o qué es reparar. Este es un tema que está muy candente ahora, que yo lo nombro dentro de una relación entre padre e hija, pero que se está tratando mucho con los temas de abusos y de consentimiento. Se habla de qué es violencia, de cómo se repara y de cuál es el lugar real de esta reparación.
– ¿En su caso cabe el perdón cuando el daño es de una persona tan querida y tan cercana?
– Responder a esto haría que la obra no tuviera sentido. Lo que te puedo decir es que la obra está hecha desde la esperanza, pero también intentando no ser naíf. Todo está hecho desde el amor, pero sin blanquear ni olvidar.
– ¿No es un cuento de Disney?
– No, pero tampoco es una venganza, y ni mucho menos un linchamiento, sino todo lo contrario. Se trata de usar el espacio del teatro como lugar seguro donde pensar sobre los dolores, mirarlos desde otros ángulos y, si acaso, abrir las ventanas a la esperanza. Para mí, el propio hecho de hacer la obra es una forma de reconciliación con mi historia. El hecho de hacer ese viaje y de atravesar la historia de Lear hace que lo veas en todo su horror y en toda su belleza. Esa complejidad final es la que trae el teatro y que no va a poder resolver una frase dicha en redes.
– ¿El propio público entrará en una reflexión sobre las contradicciones internas que pueden generar casos similares al que se trata?
– Creo que lo que despierta la obra es la posibilidad de acabar nombrando algo que necesita ser nombrado. Después, mucha gente necesita hablar, comentar y entender algo. Además, creo que este es un tema que afecta a todo el mundo, ya sea por la relación entre padre e hija, por la propia idea del perdón para con otras personas o por las relaciones en general. Por ejemplo, ¿dónde coloco este amor sabiendo que alguien me ha dañado, pero yo sigo queriéndolo igual? ¿Dónde lo pongo? ¿Qué hago con él?
– ¿Cómo ha sido toda la logística de los ensayos, teniendo en cuenta que el personaje del casting del Rey Lear siempre es diferente?
– Bueno, para ensayarlo ha requerido que cada día venga un actor distinto, claro. Han sido padres de amigas, actores amateur que han prestado su tiempo para venir a veces a charlar conmigo, otras a jugar con el pinganillo… Yo he hecho una obra a medida para que un actor que no sabe nada pueda hacerla, y está todo pensado como un dispositivo que es casi una ingeniería, porque la obra realmente no tiene apariencia de ensayo. Es decir, todo el público sabe que lo que está pasando es que el actor lo está haciendo en directo y por primera vez, pero realmente la pieza es Lear. Eso se combina con mi historia personal que yo narro al público. Entonces, a veces soy la directora, a veces soy Cordelia (el personaje de la hija del rey) y a veces soy Andrea hablando al público y comparando la historia con la mía o reflexionando.
– Al ser un personaje que cambia siempre de intérprete entre una representación y otra, ¿cada vez que se ve en escena se encuentra algo diferente?
– Sí, siempre verás el mismo viaje emocional, pero la energía que se mueve es muy distinta en función de quién es el actor que lo hace, que en este caso va a ser de Zamora.
– ¿Cómo se vive esa tensión de hacer algo nuevo cada día en las funciones?
– A mí me encanta dirigir, y eso requiere de una atención muy alta, te obliga a estar muy conectado. Aquí, la obra exige también al actor estar en un presente radical, que es en el fondo lo que muchas veces deseamos, que algo suceda de verdad, y esta obra tiene la particularidad de que es imposible que no ocurra así. Estamos muy conectados con el presente y es muy agotador tanto para Juan, que es el apuntador, como para mí. Siempre estás alerta y es muy cansado, pero también muy enriquecedor. Por un lado, por todos los actores maravillosos que estamos conociendo, pero también porque es muy potente a nivel artístico y de recepción del público. La obra está teniendo una recepción muy bestia, la gente se levanta después de cada función. O sea, es como un poco el fenómeno, como que genera algo fuerte. Creo que por una mezcla entre la forma, que es muy particular, y el contenido, que toca un tema que ahora mismo está muy candente. Al final, sientes que estás haciendo un trabajo que es relevante, o que importa, o que tiene sentido estar haciéndolo.
– ¿Tiene la sensación de que todo es distinto en fondo y forma?
– Sobre todo esta forma que tiene un poco que ver con este teatro que colinda con la performance, pero que a la vez siempre hay una voluntad muy grande de encontrarse con el público. No es un teatro así porque vamos a hacernos los modernos o los guays. Está hecho para la gente y realmente genera muchísima conexión con el público saber que ese hombre está ahí, sin saber nada, que está expuesto a ese lugar de fragilidad, que está haciendo ese acto de generosidad y también sintiendo el placer de ver cómo le cuidamos. Porque está muy protegido a pesar del salto que hace. Está todo muy pensado, todo muy cuidado. Al final, venimos a pensar, venimos a reflexionar, venimos a cuestionar las formas teatrales, pero también es una experiencia de placer, de conexión, de encuentro con el público y con el actor.
– Al tratarse también de un tema personal, ¿cómo lo gestiona emocionalmente?
– Ha sido todo una lidia para colocar las cosas en un lugar que para mí pueda ser seguro y saludable, y no un espacio de sufrimiento. Yo he movido muchas preguntas a nivel interno que todavía siguen vivas, que siguen sin resolver, pero creo que después de 45 funciones he encontrado un equilibrio en el que, aunque todo es real y todo es una historia, yo voy ahí a hacer el espectáculo, a hacer esta historia, a dirigir a este actor. Y eso es lo que me salva, el propio acto de hacer el teatro. He aprendido, entendido y procesado muchísimas cosas, y ahora estoy en un lugar seguro para poder hacerlo.
– ¿Por qué aparece en el cartel promocional con unas pelotas de tenis, una raqueta y una corona?
– Forma parte de lo que hay que descubrir, pero claro, tiene que ver con mi historia personal.