Siempre he relacionado mi antigua admiración por el periodismo con la guerra. Probablemente se deba a la edad que tenía cuando estalló el conflicto de los Balcanes. Aquellas imágenes, como la caída del puente de Mostar, y las conexiones en directo que los reporteros hacían en los telediarios me impactaron siendo apenas un niño. Recuerdo pensar si aquellos hombres y mujeres, que aparecían a la hora de comer o de cenar en la televisión de mi salón, no tendrían miedo a que les ocurriese algo malo por estar en mitad de una guerra hablando con tanta tranquilidad y aplomo delante de una cámara.
Más adelante, esa relación entre guerra y periodismo se acrecentó en mi juventud con múltiples lecturas sobre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Especialmente gracias a los reportajes, libros y relatos de Manuel Chaves Nogales y a las fotografías de Robert Capa y Gerda Taro.
Cuando empecé a estudiar Imagen, donde la asignatura más importante era la toma fotográfica, si algo me llamaba la atención y a alguien quería parecerme era a la figura del fotorreportero. Personas que podían contarte una historia con tan solo apretar el botón del obturador. Dos nombres destacaban para mí por encima de todos los demás: Gervasio Sánchez, con sus proyectos capaces de narrar vidas enteras con solo dos fotos, como su trabajo sobre personas que sufrieron la sinrazón de las minas antipersona; y Cristina García Rodero, con sus fotografías y reportajes sobre los pueblos de la España rural y sus tradiciones, por aquel entonces tan desconocidas en el resto del Estado que quienes las contemplaban pensaban haber cambiado no solo de país, sino de época. Hoy, que el audiovisual llega hasta el último rincón del pueblo más recóndito, tenemos más capacidad para conocer y disfrutar de estas tradiciones y, sin embargo, sin salir de nuestra provincia, ¿cuántas no hemos visto nunca o cuántas no conocemos?
La provincia de Zamora, desde hace ya unas cuantas décadas, está en guerra por su supervivencia, su desarrollo y, puede, que hasta por salvar algunas de sus tradiciones. Y, como cualquier guerra, necesita personas (periodistas) que las cuenten, y personas (fotógrafos) que las ilustren. Creo que en esas coordenadas nació, pelea diariamente, y nos muestra, sobre todo en los pueblos y las comarcas, esta batalla que a veces parece imposible de ganar, Enfoque Diario de Zamora.
Pero la batalla por el territorio no es la única que libra el periodismo provincial o local, también están las guerras que atañen a las formas y a los fondos. La guerra contra la mediocridad imperante que representan el clickbait y los titulares engañosos. La guerra contra el poder de los anunciantes para condicionar la línea editorial de los pequeños medios (los grandes ya hace mucho que fueron derrotados). Aunque no menos complicada es, y nunca dejará de ser, la guerra con las instituciones que a base de publicidad también tratan de suavizar, matizar y limpiar su imagen y lo que de ellas se diga.
Un año después de su nacimiento, Enfoque, desde mi punto de vista, está sobreviviendo como puede a todas esas guerras. De momento. Porque, a diferencia de las guerras que finalizan firmando tratados de paz, estos conflictos diarios que libran los periodistas y los reporteros gráficos, no acaban nunca. Mientras haya personas que sigan trabajando en este sector, siempre deben vigilar su espalda, su conciencia y su teclado, para que ninguno de los tres se desvíe del camino y le engañe. La paciencia y la profesionalidad son las únicas armas con que se cuenta para esta guerra que además, creo, no se puede ganar, si acaso empatar, que ya es bastante.