La niebla apenas deja ver a dos palmos de distancia en la ruta por la N-122 hacia Fonfría pero, casi encima de la localidad alistana, la bruma se disipa y deja a la vista lo que parece un día diferente, completamente soleado. La mañana también resplandece en el anejo de Brandilanes, donde el cartel que reza «Portugal: 3» evidencia que La Raya está cerca. Por allí, a una zancada del país vecino, aprovechan el rato de paseo Rosa Campesino y Adoración Lira, las dos jubiladas; ambas, con buen carrete.
Rosa vive de continuo en Brandilanes. Y Adoración casi. Lo que le falta a la segunda es, básicamente, empadronarse, y lo hará a comienzos de 2025 junto a su marido. Después de diez años pasando más tiempo en este rincón de Aliste que en Barcelona, ambos sienten que ya toca. Además, ciertas tasas se tornarán más asequibles para sus bolsillos de pensionistas: «Ahora estamos aquí diez meses al año», reconoce la vecina, que terminó cansada de la ciudad y que vio el cielo abierto «con el huerto» y con sus «historias».
La parte mala es la distancia con la familia. De hecho, por eso viajan su marido José y ella a Barcelona en Navidad. Últimamente, para las fiestas y poco más. «Estamos contentos en el pueblo. También con los médicos. Allí vas a urgencias y te tiras un montón de horas, pero aquí van muy rápidos», asegura Adoración, que estuvo 47 años trabajando en una peletería en Cataluña y que ahora, pasados los 70, está a punto de empadronarse nuevamente en Aliste. Es su movimiento de retorno a un pueblo que florece.
Sí, hace algunos años costaba pensar en un resurgir demográfico en Brandilanes, pero los datos son tozudos. En 2021, el pueblo tenía 57 vecinos censados, según el INE; ahora son 79, su máximo desde 2008. Y subiendo. Movimientos como el de Adoración, que dan respuesta a la petición del Ayuntamiento de Fonfría para fomentar los empadronamientos, contribuyen a engordar la lista, pero lo cierto es que el factor principal que explica este florecer hay que buscarlo en una comunidad hinduista.
Rosa Campesino anima a la visita a ir en busca de algunas de las familias de la organización que viven dentro del pueblo. El destino está apenas a unos metros calle abajo. Una vez allí, y sin llamar, como es costumbre en los pueblos, la vecina abre la puerta del corral, da una voz y se encuentra a Maite Garate con su bebé. Sin mucho preámbulo, la mujer de toda la vida de Brandilanes hace las presentaciones, introduce la conversación y se marcha con el carro a darle un paseo a la criatura. Aquí ya hay confianza.
De Argentina a Cataluña, y de ahí a Aliste
La charla con Maite permite conocer que su familia fue de las primeras en llegar a Aliste cuando la comunidad decidió mudarse a Brandilanes: «En abril va a hacer tres años», explica esta mujer, siempre risueña y con un indisimulable acento argentino, de la Patagonia: «Somos de una organización que se llama Advaitavidya, que es sobre el hinduismo, el yoga y la meditación», comenta la mujer, que llegó para preparar el terreno a modo de avanzadilla antes de que fueran aterrizando los demás.
¿Y cómo recibió la gente esta novedad? «La integración fue buenísima. Yo soy de Neuquén y esta es una zona muy similar, así que fue como sentirme en casa desde el primer momento. Además, los vecinos ayudarnos un montón», destaca Maite, que menciona a Rosa, Manolo, Agustina, Isidro, Javi o Pedrín como apoyos constantes: «Obviamente, había gente que nunca nos había visto la cara y que decía: estos son los raros, una secta, unos hippies… Pensaban cualquier cosa», admite la miembro de Advaitavidya. «Pero luego vieron que no tomábamos alcohol, que no comíamos carne, que éramos reaburridos…», ríe a continuación.
A esa vida tranquila se unió la presencia de los niños, estímulo para una tierra carente de muchachos y complicación para los padres en un lugar con pocos servicios: «Para el médico solemos ir a Zamora. En Alcañices como que por ahí algunas cosas eran más cerradas y nosotros hacemos algunas cosas diferentes que a veces cuesta comprender», concede la vecina de Brandilanes, que siente este pueblo como su casa y que sigue sorprendiéndose cuando llega al corral y ve que alguien le ha dejado frutas o verduras en una caja: «Antes, estábamos en la Cataluña oriental y la gente fue muy buena igual, pero esto es más familiar», relata la argentina.
Esta mujer vive con su familia en torno a un corral en el que la comunidad ha podido alquilar varias viviendas. Otros compañeros residen en una zona más apartada, en una casa rural que reformaron, pero algunos más no han sido capaces de encontrar opciones en el pueblo. Como en casi toda la provincia, no hay oferta de alquiler. «Cuesta muchísimo», revela Maite, que enseguida acude a la llamada de su hija mientras otra familia argentina, la que forman Federico Tarrés y Antonela de Fazio, toma el relevo en el testimonio.
Una familia formada en Brandilanes
Mientras ella habla, él sujeta a un bebé de quince días, alistano ya de pleno derecho. Su otro hijo llegó a Brandilanes con un mes. La familia que han formado estos rosarinos ha agarrado en la Raya entre España y Portugal. «Nos sentimos muy a gusto aquí. Los vecinos siempre vienen, nos preguntan cómo estamos, nos enseñan cosas y el lugar es precioso. Ha sido una bendición poder venir», relata Antonela, cuyo núcleo piensa en quedarse aquí a largo plazo. Pero como muchos se preguntaron desde el primer día, ¿a hacer qué?
«En la comunidad, cada familia tiene una tarea para hacer en el día. No hay un rol fijo, pero nosotros estamos en el tema del huerto, de cultivar, con la idea de poder vivir de los alimentos que nos da la tierra y de seguir creciendo un poco más en base a eso», apunta Antonela. Su pareja aclara que eran conscientes de que llegaban a «un pueblo chiquito» y de que ellos eran gente «de fuera, vegetariana y con barba», lo cual quizá podía asustar un poco al principio. Pero todo fue fluyendo a medida que se estableció la comunicación cotidiana.
Ahora, lejos de problemas, la realidad es que la presencia de la comunidad empadronada en Brandilanes ha permitido recuperar un día de médico y ha devuelto las risas infantiles a las calles. De hecho, Maite y Antonela ya plantean que el Ayuntamiento tendría que ir arreglándoles el parque para que los muchachos jugaran. En total, la organización ha aportado seis criaturas a la localidad. Casi un milagro en los inviernos de La Raya.
El bebé de quince días que sigue en brazos de Federico cierra los ojos antes de que las familias posen para la foto con Rosa. Todos en el corral:
– «¿Has visto que familia?», pregunta la jubilada de Brandilanes.
– «Ella no tiene nietos y los abuelos de nuestros niños están al otro lado del mundo, así que aquí la abuela es ella», remacha Maite, en referencia a Rosa.
Cuando la visita se marcha, la puerta queda abierta.