En noviembre de 2012, el Seminario Permanente Claudio Rodríguez analizó, en la quinta edición de sus jornadas, la vigencia de la obra del poeta zamorano y el poso de su voz entre los jóvenes. En aquella ocasión, Fermín Herrero, Ada Salas y Alberto Santamaría se reunieron en torno a una mesa moderada por Tomás Sánchez Santiago y Fernando Yubero para charlar sobre la presencia del autor en lo que entonces era el hoy. Doce años más tarde, esa conversación regresó este viernes a la escena con otros protagonistas y con el foco situado esta vez sobre un libro en particular: Don de la Ebriedad.
En esta oportunidad, los moderadores escogidos, en el marco de la décima edición de las jornadas, fueron Pablo García Malmierca y David Refoyo, que repasaron la vigencia de la gran obra de Claudio Rodríguez de la mano de dos representantes de la nueva poesía: Ben Clark y Félix Moyano. Del primero, Refoyo subrayó su capacidad para construir versos «a partir de la belleza de lo pequeño, a medio camino entre lo cotidiano y lo trascendental»; del segundo, que su poesía «nació madura», como la del protagonista ausente de la charla, que escribió Don de la Ebriedad a los 19, ya hace más de 70 años.
Con esa premisa, la pregunta surgió sola: ¿La obra sigue provocando la misma reacción entre las nuevas generaciones? «Estamos en un momento extraordinario, en el que disfrutamos de una amplitud nunca vista, con muchos poetas. Las redes sociales, dentro de su ruido, nos han permitido conectar con esto. Pero hay pocos libros que perduren, y este es uno de ellos», consideró Ben Clark, que opinó que el factor de la juventud de Claudio a la hora de escribir su gran obra sigue generando esa «curiosidad por encontrar un referente» entre quienes juntan versos por primera vez.
A su lado, Moyano agarró los apuntes que había ido tomando en el tren de ida desde su Córdoba natal para admitir la influencia del poeta zamorano en su obra y para remarcar «la singularidad» de la poesía de Claudio Rodríguez, de quien elogió su «relación con las cosas humanas». En particular, Don de la Ebriedad resulta para el andaluz «una obra fundamental de la poesía española, un fuerte punto de inflexión» en el que el lenguaje aparece como «única vía posible de exploración vital» y en el que se percibe una vinculación «de lo abstracto con lo concreto de una manera profunda y emotiva».
Tanto Clark como Moyano hablaron de Don de la Ebriedad desde el conocimiento y la admiración, una circunstancia que no deja de evidenciar hasta qué punto ha llegado viva la obra de Claudio Rodríguez a generaciones como las de estos dos poetas treintañeros: «Yo la leí con 20 años y desde el principio fue un camino que seguir y que imitar torpemente en mi primer libro. No creo que hubiese podido escribir Los hijos de los hijos de la ira sin Don de la Ebriedad«, concedió el primero de ellos.
Moyano, por su parte, descubrió la obra a través de su fragmento más celebrado: «Siempre la claridad viene del cielo». Ese verso me obsesionó y empecé a leer el poema, a estudiar el ritmo y la métrica», afirmó el cordobés, que incidió el peso de la música y de la sonoridad en la obra y que reconoció sus numerosos «plagios» a Rodríguez: «Me gusta robar a otros poetas, coger una idea y hacerla mía, y Claudio está en el top tres de las personas a las que más he robado», indicó el autor de Los amores autómatas.
Ya en lo tocante al análisis de la precocidad del zamorano, Ben Clark puso de manifiesto que «la osadía de la juventud da la posibilidad de escribir estas grandes obras». «Si a mí ahora me dijeran que escribiera una obra generacional, se me caería la cara de vergüenza», recalcó el poeta ibicenco, que deslizó que la poesía «siempre será de los jóvenes». «A mí siempre me acomplejó pensar que Claudio Rodríguez había escrito eso con 19 años», añadió Moyano, que elogió la «precisión» de Don de la Ebriedad: «Elige siempre el verbo exacto y nunca hay ni un adjetivo ni un adverbio de más».
Refoyo intervino en ese punto para hacer recordar a los presentes qué estaban haciendo a la edad en la que Claudio Rodríguez escribió la obra sobre la que se está debatiendo 70 años después. La respuesta: risas y silencios.
Lo cotidiano sin caer en lo simple
«Además, es la muestra de que no necesitamos temas súper trascendentes. Todo puede ser válido como material poético», retomó Moyano, que explicó que sus libros están llenos de «lavadoras, microondas, teléfonos y últimamente Internet». «Yo no le escribo cartas a mi amada; le escribo Whatsapps», constató el autor andaluz. Ben Clark, por su parte, profundizó en ese escenario de «búsqueda del lenguaje claro» y subrayó que Claudio Rodríguez es uno de esos autores que lee cuando pierde la fe en la poesía.
«Claudio me ayuda a ponerme en marcha. A quienes escribimos, otros poetas nos sirven como motor de arranque», insistió Clark, que también situó al zamorano entre el catálogo de los elegidos dentro de su biblioteca. «Nunca hay que dejar de trabajar en la difusión de su obra. Hay que reforzar esa bisagra generacional», remachó el balear. A su vera, Moyano zanjó: «Hay que conocer la poesía de los que vinieron antes para poder escribir mejor».
Luego, llegaría el recital de ambos autores, pero antes la lectura en alto de los dos primeros poemas de Don de la Ebriedad. Moyano quiso resistirse al primero; Clark no pudo: «Siempre la claridad viene del cielo…».