Vanesa, Amparo, Lorena, María del Carmen, dos niñas de dos y cuatro años de edad (…). Los nombres de las víctimas resuenan por los altavoces colocados en la Plaza Mayor. Mientras, la gente guarda silencio. Son las ocho y media de la tarde del 25 de noviembre, hace frío, en el lugar se han concentrado unas 150 personas divididas por las figuras navideñas ya preparadas para el encendido, pero quien acude lo hace para reivindicar, con convencimiento, con el sentimiento de que toca estar. Pese a todo. Pese a que la violencia no cesa. O precisamente por eso.
Las personas congregadas en el lugar, la mayoría mujeres, muestran carteles, llevan prendas o pinturas de color morado alrededor o impregnando su piel, y contienen la respiración cuando escuchan cada nombre. Al lado, Ana Castro contribuye a crear el ambiente con la música de fondo. Todo ocurre en el acto convocado por la Coordinadora Feminista para clamar contra la violencia que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo. Y el mensaje queda claro desde las primeras voces que suceden a la retahíla de nombres: son 42 víctimas oficiales este año, 83 si se cuentan todas: las que dice el Gobierno y las que no.
Cuesta dimensionar el tamaño del drama. Casi un asesinato cada cuatro días. Y a veces, la literatura ayuda a comprender cuando la realidad impone tanto. Por eso, la Coordinadora Feminista tira de la novela Zulmira murió para hablar de historias de maltratos ocultos o visibles, de los hijos que quedan, de las cicatrices. Poco a poco, una a una, las mujeres que desean participar suben las escaleras, llegan al escenario y van recorriendo los pasajes del relato. Al final, cuando sube la portavoz del colectivo, Lola Estévez, quedan los datos reales.
«Queremos que la vergüenza cambie de bando», arranca la representante de la Coordinadora Feminista, que cita a quienes permiten el sufrimiento de las mujeres palestinas, de las afganas, de las de cualquier rincón. También habla de quienes prostituyen a las mujeres, de los que les ríen las gracias a los puteros, de los que consumen pornografía «vejatoria y denigrante», de quienes violan solos o en manada, de los jueces «misóginos y patriarcales», de los que justifican la violencia o dicen que no existe, de los que «perpetúan los roles».
Estevez habla igualmente de las 83, de «los asesinos misóginos y machistas» que estaban rodeados de gente: «Que se avergüencen los que no han querido ver», clama la portavoz, que lanza una advertencia: «No vivimos en una sociedad igualitaria». Y otra: «No valen los gestos. Que cada cual asuma su responsabilidad». Luego vienen los aplausos. Y la música. Y los gritos. Y el «basta ya».
Ante los medios, Estévez mantiene el tono y continúa con las alertas: «Si la sociedad no se implica, esto no se va a acabar nunca». Pero esta tarde-noche fría en Zamora, entre las figuras de Navidad, solo hay 150 cuando en 2018 o 2019 esa cifra se multiplicaba por varias. ¿Es por la confrontación política? «La Coordinadora Feminista es apartidista, que no apolítica. Cada cual es como es, pero nos ponemos de acuerdo en lo importante, en luchar contra la violencia», asegura la portavoz, que remata con contundencia: «El que no venga, que se busque otra excusa. Esa ya no cuela».