Fernando Luis Lorenzo no recuerda nada de lo que ocurrió durante la madrugada del domingo 26 de mayo de 2024. Por mucho que se esfuerce, su cerebro ha borrado las imágenes de las horas previas y posteriores a aquel control de alcoholemia y drogas que le cambió la vida. Lo que puede contar seis meses después lo sabe de oídas, a través del testimonio de sus compañeros agentes de la Policía Municipal de Benavente o de lo que indica su parte médico. Gracias a esa ayuda, este hombre de 49 años sabe que pudo morir, que de hecho estuvo a punto de hacerlo. Las secuelas que le han quedado no tiene que explicárselas nadie.
Los hechos que Fernando no recuerda, y que ha reconstruido gracias a los testigos, hablan de un control rutinario en la ciudad de Benavente. Nada raro. Y menos un fin de semana de madrugada. Lo que no entraba en los planes era que un hombre drogado atravesara el dispositivo policial a toda velocidad, golpeara al agente y se diera a la fuga. El conductor fue identificado y detenido poco después, pero el protagonista de esta historia ya no vio nada de eso. Su cabeza había recibido el impacto de lleno; su destino era la Unidad de Cuidados Intensivos del Complejo Asistencial de León.
«Allí, en el momento del atropello, ya pensaron que estaba muerto, porque todo el golpe fue en la cabeza», señala Fernando, que tiene algunos flashes de sus primeras horas de consciencia, todavía dentro del hospital: «No sé qué día fue, pero recuerdo ver la cara de mi hijo. Después, me sacaron a una habitación en la que estaba yo solo y se quedaban conmigo o mi padre o mi madre. Fue más tarde cuando empecé a ser consciente de la gravedad de lo que había pasado y de las lesiones en el cerebro», subraya el agente.
El golpe le causó fracturas en el cráneo, un edema de siete u ocho centímetros y problemas en el equilibrio, la memoria, las sensaciones y la personalidad: «El neurocirujano me dice que es lo normal en estos casos», remarca Fernando, que casi desde el principio supo que se enfrentaba a un proceso largo: «Poco a poco, voy haciendo más cosas: me pongo un poco con la elíptica, salgo a pasear sin el bastón y puedo ir a una cafetería. Antes, no soportaba los ruidos de los vasos o de los platos. Mi cerebro estaba muy alerta y me ponía muy nervioso»; narra el agente.
Desde hace unas semanas, el policía también puede ir de acompañante en el coche, pero todavía tiene mucho que recuperar. Para empezar, algo básico: aún vive sin gusto ni olfato. «Además, si me dejas en la calle y no conozco mucho la zona, no sé para dónde tirar», concede Fernando, que salió del hospital apenas a los quince días del atropello, pero que acumula casi medio año de visitas constantes al médico, de viajes en ambulancia a Madrid y de una existencia mutilada por los rescoldos de un golpe que pudo ser fatal.
«Como no me acuerdo de nada, no me quita el sueño», insiste este agente con plaza en Benavente desde hace ocho años, pero residente en León. En esa ciudad ha ido dando pasitos como «dormir más de hora y media al día» o salir para hacer más cosas que ir al médico. También allí ha masticado disgustos como los de no poder acompañar a su hijo a los conciertos que ha ofrecido por la contorna y por el mundo: «Tocó en Eurodisney y me lo perdí», lamenta.
Con todo, «la estabilidad es complicada», y nadie sabe cuánto va a durar la recuperación. Todo avanza al compás que marca su cerebro mientras el resto de los daños sigue ahí, en forma de molestias constantes: «Tengo un hombro luxado, un dedo con el ligamento parcialmente roto y el cuello totalmente contracturado por la forma en la que caí. Me meto en una piscina que no me cubre del todo para tratar de moverme mientras espero a ver si el cráneo puede cerrar y no me tienen que operar», repasa Fernando. Aún hay muchos frentes abiertos.
Pero, entre todas las dificultades, siempre emergen algunas caras positivas. La primera, la más evidente. «Estoy aquí y no muerto, como tendría que estar. No me rompí el cuello, tuve la suerte de que estaba más o menos en forma. Tampoco tuve una infección en el cerebro, lo cual es una suerte increíble», admite Fernando, que subraya que otra de las partes amables hay que buscarla en el compañerismo de los policías de Benavente o de su destino anterior, en El Espinar (Segovia). «No me han dejado solo en ningún momento», afirma.
La tarea de los sanitarios también aparece en el capítulo de agradecimientos. Algunos de ellos llevan meses encima de su proceso de recuperación; otro tuvo un papel clave en el momento inmediatamente posterior al impacto: «Había un enfermero que estaba en el control, o que justamente pasaba por ahí, y me atendió. Fue el primero. Me encantaría darle las gracias», desliza Fernando, que este lunes vivió un momento especial con la entrega de la medalla de Oro al mérito de la Policía Local de Castilla y León por estos hechos.
Fernando pudo viajar a Salamanca para recibir el reconocimiento. Lo hizo junto a sus compañeros y su hija. Luego, tuvo que quedarse a dormir y descansar un par de días. Demasiado trajín para un hombre que sigue en el camino hacia la recuperación para la vida y para una profesión vocacional que siempre ejerció con valor. De hecho, en el acto de este lunes, no solo se llevó una condecoración por el atropello. Antes del control que le cambió la vida, este policía protagonizó una acción que le valió otra enseña. Esta, de Plata.
La acción en el centro comercial de León
Aquella intervención tuvo lugar en octubre de 2023 en un centro comercial de León. Una vigilante de seguridad había interceptado a cuatro personas que se revolvieron en actitud violenta hacia la trabajadora. Fernando estaba de paisano, pero se quedó para observar la secuencia de los acontecimientos. La vigilante accedió con las personas citadas a un cubículo acristalado donde empezó a ser agredida por una de las mujeres. Ahí llegó la intervención del policía de Benavente, que logró contener el ataque hasta que llegaron sus compañeros de León.
Cuando el policía mira hacia estos hechos y lee el atestado, conserva el recuerdo, pero no las sensaciones. Fernando cree que ha perdido algo por el camino. Lo que le queda es la vocación, la pasión por el servicio público y las ganas de volver. Esto que le ha ocurrido es grave, pero al agente ni se le pasa por la cabeza la jubilación: «Me encanta mi trabajo», asevera el protagonista de esta historia, que sobrevivió al golpe y que sigue aspirando a renacer del todo: «De momento, hay que ir con pequeños logros», reconoce. Lo demás ya llegará.