El viento da alas al frío de noviembre y agita los papeles pegados sobre los postes en las calles de Abejera, en la Sierra de la Culebra. Esos folios que se mueven contienen un escrito breve, de dos párrafos, encabezado por el siguiente título: «Nuevo salón sociocultural». En los detalles, el Ayuntamiento de Riofrío de Aliste, del que depende el pueblo, aclara el asunto: «Se hace necesario saber la existencia de posibles interesados en llevar adelante la gestión». Lo que encierra este documento, en realidad, es la inquietud del pueblo por encontrar a las personas que llenen el vacío que dejaron Manuel y Lourdes.
Estos dos vecinos son los que, ya hace algún tiempo, cerraron el último bar que funcionó por estos lares. Desde entonces, no hay cafés, vinos ni espacio de encuentro. Esa es la realidad que se impone ahora en un pueblo en el que la actividad no es precisamente frenética un miércoles cerca de la hora de comer. Apenas un hombre aparece en el horizonte, unos metros más abajo de la iglesia, y se presenta. Su nombre es Manuel. Y sí, él fue el responsable del último bar.
El vecino explica que, cuando el negocio se cerró, él ya estaba jubilado. Fue su mujer la que echó la llave cuando le tocó el retiro. Lo que fue el bar ahora aparece disimulado como una fachada más y ni siquiera quedan los restos de un negocio que ahora Abejera echa en falta. El propio Manuel cuenta que suele juntarse por las tardes con dos o tres amigos para tomar un vino, pero que el grupo utiliza un domicilio particular. Las alternativas de hostelería más cercanas quedan en Sarracín o en Riofrío. Cerca, pero imposible sin coche.
En cuanto a los candidatos para abrir el salón sociocultural, Manuel mira hacia la calle que baja y da las señas para la casa de Ángel Andrés Ferreras. El hombre al que apunta el antiguo hostelero es el alcalde pedáneo de la localidad, y también quien maneja el tema. De hecho tiene las llaves del nuevo local, construido de cero para convertirse en espacio de reunión. La obra y el equipamiento llevan tiempo rematados: «Queremos que si alguien lo coge pueda abrir ya», comenta el representante del pueblo. Listo para entrar, en caliente.
El local que alberga el salón sociocultural aún huele a nuevo, y está ubicado dentro de una parcela que pertenece al pueblo y que tiene capacidad de sobra para una terraza cuando el frío afloje: «Igual ya llevamos tres años sin bar», apunta Ángel tras dejar atrás el exterior y acceder a unas instalaciones con ocho mesas, la barra y todas las herramientas para un hostelero salvo la cafetera, pendiente aún: «Queremos tener un punto de reunión para la gente mayor a diario y para la juventud los fines de semana», subraya el alcalde pedáneo.
Ángel admite que, en Abejera, se quedan «muy poquitos» en invierno, unos 80, pero remarca que la cosa cambia en el verano: «Hay ambiente y queremos mantener la vida en el pueblo», advierte el representante local, que afirma que la primera opción para este espacio es que lo gestione alguien de allí; la segunda, que lleguen personas de fuera, «de Barcelona si hace falta»; y la tercera, autogestionarse para marcar unos horarios y abrirlo. La última sería la menos deseable, pero sigue siendo mejor que nada.
«Lo pondremos por lo mínimo posible, por un euro», insiste Ángel, que lamenta el escenario en el que se ve el pueblo en estos momentos: «A las seis de la tarde es de noche y la gente se mete en casa. Con este local, si está abierto, podemos venir, tomar un cafetín y tener un rato de reunión todos juntos», resume el alcalde pedáneo de Abejera. En realidad, nada extraordinario. Solo un sitio donde estar.
A la espera del hotel
Mientras todo este proceso sigue abierto en Abejera, el pueblo se mantiene pendiente del proyecto de uno de los hijos de la tierra, de Sabino Casado. «Parece que la cosa marcha bien», comenta Ángel sin entrar demasiado en detalles. La «cosa» es la puesta en marcha de un hotel rural en la antigua estación de tren del pueblo. El promotor aspira a invertir en torno a tres millones de euros para disponer de un complejo con 27 habitaciones. Para ver eso, aún queda tiempo y la localidad espera que, entretanto, su nuevo salón les dé un techo bajo el que juntarse a comentarlo.