En la mitad de la calle que baja a la iglesia de Mombuey, a Natalia Lobato se le acumula la jera. Varios clientes le preguntan por el género casi al mismo tiempo mientras ella da las vueltas y controla que nadie le toque el producto. Pero tampoco tiene mil ojos: «¿Qué me hace ya, señora?, le espeta a una mujer que acaba de manosear algunas de las cabezas de ajo que tiene en una cesta. Pasan unos minutos de la una de la tarde, la feria de San Martino está en plena ebullición y esta productora ya sabe que toca aguantar el arreón.
Al final, el resultado compensa: «Cada año vendo 200 o 300 tiras de ajos», explica Natalia, que también trae pimientos, guindillas y todo lo que le da su huerta en Carracedo de Vidriales: «Allí somos buenos y tenemos agua», explica la vendedora, sin perder ojo de lo que pasa a su alrededor. De hecho, en una charla corta, la dueña del puesto tiene que parar un par de veces para volver a aclarar algún aspecto con la clientela. Así son los 11 de noviembre por aquí.
Los ajos copan buena parte del puesto de esta vendedora, que aclara que ella no va a Zamora en San Pedro. De hecho, para entonces ni siquiera ha arrancado el género. Eso toca en torno al día de Santiago, por el 25 de julio, y luego el producto se guarda hasta que llega San Martino, la cita que acoge Mombuey cada 11 de noviembre para toda La Carballeda: «La gente de esta zona toda la vida los ha comprado aquí», subraya Natalia Lobato, que más tarde recibió uno de los premios de la feria.
Junto a ella, Inés Uña también se apuntó un galardón por los ajos, mientras que las mejores cebollas de San Martino las llevó esta vez Marcos Llamas, de Santibáñez de Tera. También, un habitual. En realidad, los puestos de frutas, verduras y hortalizas copan una parte relevante del espacio de la feria, pero están lejos de ser lo único que hay en Mombuey en un evento como este. La cita siempre se celebra el mismo día, caiga como caiga, y aunque esta vez fuese lunes la gente de La Carballeda no perdonó.
Los comerciantes y los productores son igualmente conscientes de que la tradición está por encima del resto, y por eso acudieron con decenas de puestos de ropa, calzado, artesanía o madera, pero también con bacalao, carne o almendras garrapiñadas. Eso sí, resulta difícil competir con el pulpo en San Martino. E incluso con los churros que se vendían casi al pie. Cada cual con lo suyo, pero sin perder la ocasión de llenar las bolsas y luego la tripa.
En medio de todo esto, también hubo misa y procesión, claro. Al final, el 11 de noviembre se trata de honrar a un santo. Los vecinos de Mombuey y de la contorna lo hicieron, en una tradición que trata de actualizarse, como todas, pero que al final basa su éxito en una esencia que se ha ido perpetuando con ligeras modificaciones para desembocar en los hijos. Como antes los padres la recibieron de los abuelos.
Las panaderías, a tope
Además, fuera ya de todo el meollo, conviene recordar que Mombuey es la capital comercial de la zona. Y también un lugar donde el horno apenas se apaga. De ahí que las panaderías que pueblan el municipio también aprovecharan, y bien, para despachar barras, hogazas interminables y empanadas a las que no les daba tiempo ni a enfriarse antes de terminar en algún maletero. Es evidente que en un fin de semana San Martino brilla más, pero los lunes tampoco se apaga. Queda demostrado.