Ángel Gómez de Ágreda, Universidade de Santiago de Compostela y Juan Miguel Aguado Terrón, Universidad de Murcia
A la hora de escribir estas líneas seguimos sin saber el número exacto de víctimas que ha ocasionado el que ya es el mayor desastre natural en España en años: la DANA que descargó sobre el levante y el sur de España durante esta misma semana. Creemos que el primer mensaje que debemos lanzar desde aquí es, precisamente para con esas víctimas y sus familiares. Nuestro apoyo y solidaridad con todos ellos.
Los seres humanos nos vemos a nosotros mismos como la cumbre de la evolución animal, como la culminación de milenios de perfeccionamiento. Sin embargo, alejados del ambiente familiar urbanita y artificial que hemos creado como nuestra zona de confort, salen a la luz todas nuestras vulnerabilidades. Medimos mal nuestras fuerzas. Pero, sobre todo, dejamos de ser conscientes de la magnitud de las que entran en juego en el mundo natural y en el geopolítico.
Las aguas revueltas sacan de cada uno de nosotros lo mejor y lo peor. Héroes anónimos o de uniforme que se descuelgan desde helicópteros o se sumergen en ríos de lodo para aliviar el sufrimiento de los demás. Pero también depredadores que, como osos cazando salmones en pleno esfuerzo por remontar la corriente, aprovechan la exposición ajena para su propio provecho.
Desinformación y ciberseguridad
Mientras la DANA inundaba parte de España, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Murcia, estábamos coordinando en ese momento, precisamente, las II Jornadas sobre Desinformación y Defensa, organizadas conjuntamente por el Ministerio de Defensa desde su Secretaría General de Política de Defensa y la propia Universidad de Murcia. Un tema trasversal desde una óptica multidisciplinar y un interés global.
Allí comentamos cómo la tecnología puede convertirse en un arma y que la desinformación no se basa en noticias falsas, sino en falsas noticias. Parte de relatos interesados que, bajo el formato de una noticia que no es tal y aprovechando el estado de vulnerabilidad de la audiencia, se hace pasar por verdad.
Quizás no durante mucho tiempo, quizás no para todos, pero sí durante el tiempo necesario para que suficientes personas lleguen a conclusiones equivocadas o, al menos, distintas a las que alcanzarían de tener una visión veraz de la situación.
A río revuelto, ganancia de ciberdelincuentes
Ha ocurrido durante y tras la tragedia de esta semana. Y ocurrió anteriormente en todas y cada una de las circunstancias en las que las fuerzas o la atención de un colectivo estaba dedicada a tareas más urgentes.
Ocurrió también durante la pandemia. En plena crisis sanitaria de la covid-19, los objetivos más codiciados por ciberdelincuentes de todo el mundo fueron los mismos hospitales que encontraban sus capacidades desbordadas en un intento de salvar vidas.
Cuanto más necesarios eran los hospitales, más crítica se volvía su función y, por lo tanto, mayor era su valor social… y la recompensa económica a obtener. En aquel momento, criminales de todo el mundo se dedicaron a atacar las redes digitales hospitalarias.
Los centros sanitarios se quedaron, si no totalmente incapacitados, sí seriamente limitados en sus opciones para sacar todo el partido posible a sus recursos.
Precisamente, cuando más necesario era que lo hicieran. La prioridad no era evitar un ataque informático, sino aliviar el sufrimiento de pacientes y familiares. Pero el ataque supuso serias limitaciones en sus posibilidades de hacerlo. Un ataque que paralizaba sus bases de datos e historiales “por un puñado de dólares”.
Los ataques de ransomware cifraban equipos o archivos e impedían que los facultativos accediesen a ellos hasta que satisficieran una cantidad. ¿Cuándo está más dispuesto alguien a pagar un rescate que cuando tiene el agua al cuello?
También en aquellos momentos, se difundieron mil campañas de desinformación respecto de las vacunas, del número de víctimas, de las causas, de las consecuencias.
El miedo es uno de los principales puntos de apoyo para la palanca de la desinformación. El miedo nos impulsa a buscar la luz. Y esa búsqueda nos lleva, como a las polillas, a aceptar cualquier punto luminoso por mucho que pueda quemarnos.
¿A quién benefician los bulos?
Recordemos que la Constitución ampara el derecho a una información veraz. La mentira puede servir dos propósitos. Normalmente, buscamos el qui prodest, el “a quién beneficia”. ¿Cuántos mensajes falsos de los que hemos recibido estos días pretendían obtener un beneficio para el que lo lanzaba a costa del sufrimiento ajeno?
La otra posibilidad es la búsqueda del perjuicio del otro o, incluso, de la mayoría. “A quién perjudica”. Cuando más unidos tenemos que estar, cuando más focalizados tienen que estar nuestros esfuerzos, ¿quién sale ganando al socavar esos esfuerzos?
La desinformación en tiempo de catástrofes es particularmente efectiva para recabar datos sobre aquellos más vulnerables en esos momentos, directamente o infiltrando las bases de datos de aquellos encargados de darles auxilio.
Muchos delincuentes se lucran online, igual que otros lo hacen saqueando comercios y almacenes. Para otros, nacionales y extranjeros, es también una excelente ocasión para generar caos y descontento; para remover las aguas en las que pretenden pescar.
Si el divide et impera (igual que el qui prodest) son locuciones latinas, es porque no se inventaron ayer. La desinformación es tan antigua como las riadas y las inundaciones. Eso sí, la tecnología ha alargado las patas a las mentiras. En las jornadas de la Universidad de Murcia y en otros muchos foros seguimos empeñados en que también sirva para impedirles correr.
Ángel Gómez de Ágreda, Profesor en el Departamento de Ingeniería de Organización, Administración de Empresas y Estadística, Universidade de Santiago de Compostela y Juan Miguel Aguado Terrón, Catedrático de Periodismo en la Universidad de Murcia, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.