La ermita de San Tirso, en Dornillas, suele estar cerrada. Para entrar, hace falta pedirle permiso al juez o al mayordomo de la cofradía del pueblo, que son quienes acuden para abrir las puertas del templo. En esta rutina hay algunas excepciones. Por ejemplo, cada 1 de noviembre, el propio juez, Laurentino García, sube por la mañana la cuesta que conduce al lugar, ubicado en la parte alta de la localidad, y abre las puertas para todo aquel que quiera acudir. Sería raro tener un cementerio con el candado puesto en el Día de Todos los Santos.
Y no es que el camposanto esté en la misma parcela que la ermita de San Tirso. No. El cementerio se encuentra directamente dentro del templo. Tampoco es que haya que cruzar el interior hasta llegar a las tumbas y a las lápidas. Lo que ocurre es que Dornillas entierra a sus muertos en la propia ermita. Bajo techo. Nada más empujar la puerta, uno se topa con la escena. Resulta tan poco habitual que impacta. En el espacio previo al altar, donde normalmente hay bancos para los feligreses, aquí se encuentran las losas, las lápidas y, claro, un 1 de noviembre, las flores recién puestas.
Repartidas por el suelo, también aparecen varias velas y la figura de una Virgen que mira hacia el retablo. Y, como colofón, a ambos lados del altar, se encuentran colgadas varias extremidades y senos de cera: son los exvotos, las ofrendas realizadas a lo largo de los años por los vecinos de Dornillas para agradecer o pedir la curación. Generalmente, de las partes del cuerpo representadas en las dádivas.
Mientras la mirada se dispersa por todo el interior de una ermita con mil estímulos para quien la ve por primera vez, las gentes vinculadas al pueblo van entrando para dejar flores, rezar ante las tumbas o simplemente recordar. El espacio no es demasiado grande, pero sí suficiente para acoger a las familias de una localidad que nunca tuvo más de 40 personas, según recuerdan personas como el juez de la cofradía de San Tirso, Laurentino García. Ahora, su pareja, Purificación Montero, y él son los únicos que residen de continuo en Dornillas.
Ambos se convierten, pues, en los guías de esta particular visita por el cementerio a cubierto del pueblo. «La ermita, o el cementerio-ermita, llevará unos 400 años. Esa es la información que tengo yo, que no es perfecta», advierte Laurentino, que lo que sí puede afirmar es que, en Dornillas, desde que él tiene uso de razón, «siempre se ha enterrado aquí, otra cosa no ha habido». De hecho, si uno se fija en las marcas del suelo y de las lápidas, puede ver fechas desde el siglo XIX hasta enero de 2023.
La cofradía que ahora dirige Laurentino también viene de antiguo, de hace un par de siglos. «Ahora mismo estamos tan escasos de gente aquí que quien se encarga prácticamente de todo soy yo», explica el vecino de Dornillas, que aclara que el colectivo religioso cuenta con casi cien miembros inscritos y que apunta igualmente que el cementerio vale para todo el pueblo. No hace falta pertenecer a la hermandad, aunque la mayoría está.
Una iglesia caída
Hace no tantos años, este templo de San Tirso donde se ubica el cementerio convivía en la localidad con una iglesia, pero «esa la dejaron caer hace treinta o cuarenta años». Desde entonces, «las misas y más o menos todo» se hacen en el mismo espacio interior donde tienen lugar los enterramientos. Y Laurentino y los demás son conscientes de la particularidad: «Por supuesto que no es habitual. Esto es histórico y hay que seguirlo mientras lo permitan, que no creo que lo vayan a quitar», subraya el vecino.
De momento, ni la diócesis ni nadie «se han metido en nada». Ni para lo bueno ni para lo malo. Los arreglos en la ermita se hacen gracias a las aportaciones de los propios cofrades. Hace más de diez años se intervino en el techo, que luce ahora en perfectas condiciones. Cuando haga falta lo siguiente, el dinero saldrá del mismo lugar, de la población vinculada, de la gente que va y viene a Dornillas en función de la temporada, y de Laurentino y Purificación, los que siempre están.
El miedo ante lo que viene
Él, de hecho, es el único vecino nacido y criado aquí que aún vive en la localidad. Y ya alcanza los 73 años. En varios momentos de la conversación, este habitante de La Carballeda manifiesta su miedo a que esto se acabe, a que la ermita se abandone cuando él ya no pueda encargarse: «Bueno, esto es lo que hay», admite Laurentino, antes de indicarle a la visita que la oscuridad de la cera de algunos de los exvotos muestra la antigüedad de las piezas. En la ermita de San Tirso, solo las flores de los Santos vienen de ahora.
En el momento de marchar, la ermita queda vacía, pero abierta. Laurentino subirá a las ocho de la tarde para echar la llave y para dejar completamente a cubierto el cementerio de Dornillas, el lugar donde el techo no le falta ni a quien abandona este mundo.