María de los Ángeles Rol de Lama, Universidad de Murcia
Se acercan el Día de Todos los Santos y Halloween, y, con ellos, el cambio de hora para entrar en el horario estándar, como cada último fin de semana completo de octubre.
Muchos nos preguntan hasta cuándo, ya que parecía que el cambio de 2018 podía ser el último, cuando se hizo pública la propuesta de la Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo manifestando la intención de poner fin a los cambios de hora estacionales en la Unión Europea, y solicitando que cada país escogiera el horario oficial que prefiriera mantener.
Así, el Gobierno español nombró una comisión multidisciplinar de expertos para tomar una decisión informada, de la que tuve el privilegio de formar parte. Lamentablemente no hubo unanimidad, y el propio Gobierno manifestaba:
“Lo prudente por parte del Gobierno sería mantener el cambio estacional tal y como se ha venido realizando en los últimos 45 años, hasta 2021, e ir nutriéndonos a lo largo de estos dos años de argumentación suficientemente consolidada y compartida que nos haga optar por una de las vías”.
Pero entonces llegó la pandemia y, como no podía ser de otro modo, las prioridades cambiaron y la cuestión del cambio horario quedó sin resolver.
Y nos dieron el 2021, el 2022… y el 2024. Y pese al tiempo transcurrido no parece haber novedades: en el BOE están publicadas las fechas en las que deberemos volver a cambiar las manecillas del reloj hasta, al menos, el año 2026.
Un debate abierto
No obstante, el debate del cambio de hora todavía no se ha cerrado, como ya han manifestado diversas asociaciones científicas. Tanto la Sociedad Española del Sueño (SES), como la Sociedad Portuguesa de Cronobiología y Medicina del Sueño, la Sociedad para Investigación en Ritmos Biológicos (SRBR), la Sociedad Europea de Ritmos Biológicos (SRBR) e, incluso, la Sociedad Americana del Sueño (AASM) han expresado con rotundidad su posición a favor de eliminar el cambio horario. Estas tres últimas han unido además fuerzas bajo el paraguas de la Sociedad Europea de Investigación sobre Sueño (ESRS) para emitir un comunicado conjunto.
¿El motivo? Pues que desde el punto de vista de la cronobiología y el sueño no hay pruebas que indiquen que mantener el cambio horario sea beneficioso para la salud, pero sí evidencias de lo contrario. De hecho, pasar al DST o Daylight Saving Time (el llamado horario de “verano”, UTC+2 o GMT+2 en el caso de la España peninsular) provoca cambios agudos tales como alteraciones del sueño y del rendimiento al volante, así como un mayor riesgo (aunque modesto) de sufrir episodios cardiovasculares.
En contraposición, el llamado “horario de invierno” u horario estándar (ST), también llamado Universal Time Coordinated (UTC+1 en el caso de la España peninsular), que se corresponde con la hora del meridiano de Greenwich (Greenwich Mean Time o GMT+1), parece implicar un aumento de la duración de nuestro sueño. De ahí la unanimidad entre las distintas asociaciones científicas de poner fin al cambio de hora, aunque también es cierto que algún autor lo defiende.
Por ello el debate sigue abierto. Desde la Time Use Initiative, que reclama el tiempo como un derecho de los cuidadanos, se ha emitido una declaración, sobre la importancia de consolidar una propuesta para la abolición del cambio de hora estacional basada en la evidencia científica y que a día de hoy está respaldada por más de 100 organizaciones.
Largas tardes de verano
Con tanta sigla para indicar la hora es normal que nos hagamos un verdadero lío y al final nos entendamos con aquello de los horarios de invierno y de verano. Pero lo cierto es que estas denominaciones tienen per se ciertas connotaciones. ¡Cómo no! El verano lo asociamos con el descanso, las vacaciones y largas tardes sin que anochezca. Eso sí, todo hay que decirlo, seguirían siendo largas, aunque un poco menos, sin el cambio horario.
Habría que reflexionar sobre la mejor forma de preguntar por el cambio horario cuando se realizan encuestas sobre la preferencias de la población. Porque la solución requiere un abordaje multidisciplinar que incluya aspectos sociológicos relacionados con la aceptación de la decisión a tomar.
Si finalmente prescindimos de él, ¿nos olvidaríamos enseguida de que solíamos cambiar las manecillas del reloj dos veces al año? Y si es el caso, ¿con qué horario deberíamos quedarnos? Esta autora tiene sus preferencias, y no son personales, están basadas en la evidencia. Quizás algunos lectores se sientan decepcionados, pero sería el horario estándar.
Opinen, hablen de ello: sólo desde una sociedad implicada se consiguen cambios.
María de los Ángeles Rol de Lama, Catedrática de Universidad. Directora del Laboratorio de Cronobiología. IMIB-Arrixaca. CIBERFES., Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.